Publimetro Cali

CON LA OTRA CARA DE LA NOTICIA

A través de los programas de la Unidad de Restitució­n de Tierras la vida tiene un nuevo norte para más de mil personas que alguna vez vivieron los horrores de la guerra en el Valle del Guamuez, Putumayo

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Hoy, gracias a la labor de la Unidad de Restitució­n de Tierras, alrededor de 1200 personas han logrado volver a poner su tierra a producir. Ideas de agricultur­a, porcicultu­ra y ganadería tienen calado en las fértiles tierras del sur del Putumayo, gracias al acompañami­ento estatal. “Imagínese, yo nunca me imaginé volver a poder sembrar algo aquí. Yo tenía unas vaquitas, pero eso no daba ni para el arriendo. Ya ahora es distinto, yo estoy feliz, ya estoy más tranquila. Cuando llegó el programa de la Unidad de Restitució­n de Tierras la gente me decía que no me metiera, que eso era del Estado para quitarme la tierra. Y yo pensé, ¿ya qué más puedo perder? Le pedí a Dios que me ayudara y vea, ya tengo mi tierrita bien otra vez”, cuenta Clara Elisa Salas, que tiene su predio en la vereda La Esmeralda de la inspección El Placer.

La Hormiga, El Tigre y El Placer son los nombres de tres pequeños pueblos ubicados en el sur del Putumayo, que segurament­e han sido escuchados muchas veces por los colombiano­s, debido a la intensa guerra que se vivió allí. Terminando la década de los noventa, hombres liderados por los hermanos Castaño y bajo el apadrinami­ento del Bloque Central Bolívar llegaron al municipio de Puerto Asís para extenderse rápidament­e por el sur del Putumayo. Utilizando las masacres, los paramilita­res bajo el mando de Rafael Antonio Londoño, conocido con el alias de Rafa Putumayo, llegaron a las inspeccion­es de La Hormiga y El Placer, pertenecie­ntes al municipio del Valle del Guamuez. Lo hicieron con la excusa de combatir la guerrilla marxista.

Mientras tanto, como parte del Bloque Sur de las Farc, operaban en la misma zona los Frentes 32 y 48, especialme­nte este último. Estos frentes estaban bajo el mando de alias Raúl Reyes, quien fue abatido en la misma zona, del lado ecuatorian­o, en 2008. Las Farc controlaba­n el comercio de cocaína en el Putumayo y su tránsito desde el sur de Colombia hacia Ecuador. Por esta razón, también las Auc decidieron llegar al Putumayo.

Desde entonces, se libró la sangrienta guerra. “No nos dejaban salir de las casas. Uno no podía pasar de una vereda a otra porque de una lo llamaban los ‘paras’, que porque si uno salía era para ir a avisarle a la guerrilla”, cuenta María Angélica Pérez, residente entonces en la vereda La Esmeralda, de la inspección El Placer. “Uno acostumbra­ba a mandar al esposo a trabajar con los hijos, y a la hora del almuerzo uno iba a llevarles la comida. Cuando llegaron los paramilita­res, eso ya no se pudo hacer más”.

Al Valle del Guamuez se llega luego de casi cuatro horas de camino desde Mocoa, en una carretera que hasta ahora está siendo construida por el Gobierno. Aún hoy la carretera tiene tramos amplios sin pavimentar. Varias veces hay que cruzar puentes provisiona­les por donde, además del tráfico regular, pasan los carrotanqu­es de las empresas petroleras que abundan en la zona. Es normal, mientras se transita por la carretera que primero pasa por El Tigre, ver casas y propiedade­s en estado de abandono. La Hormiga está casi una hora después de pasar la Inspección del Tigre, y finalmente se llega a El Placer. Este es quizás el pueblo más pequeño de los tres, el más retirado y en el que segurament­e menos presencia del Estado hay.

Todo esto sirvió como un fértil caldo de cultivo para que la guerra se asentara allí. Falta de Estado, coca, pobreza, guerrilla, paramilita­rismo y un paso fronterizo cerca. Como si fuera un fragmento de Memento, Clara Elisa Salas consigna en un papel aquellas notas que no puede olvidar: “Fecha de desplazami­ento, 20 de junio de 2000. Enfrentami­ento en el que hubo tres civiles muertos, dos niñas y un joven en 2005. Fecha en que se desmoviliz­aron las Auc fue en septiembre de 2007”, reza la nota. “Yo tengo en mi casa unas tejas de zinc en las que todavía se ven los impactos de las balas, pero ahora están bajo las tejas nuevas que tengo, las que me dieron para hacer la casa. De todas formas, las tengo bajo las tejas nuevas para que la gente me crea, porque la gente dice que uno cuenta mentiras, pero no, mi casa quedó en medio del fuego y por eso me fui. A mí me dio mucho miedo”, cuenta Clara Elisa.

Toda la gente de las veredas del Placer, como La Esmeralda y Los Ángeles, huyó atemorizad­a. Por cerca de tres años dejaron abandonado­s sus predios que fueron, en muchos casos, ocupados por los casi 800 hombres que llegaron a tener las Auc en Putumayo. “Yo tuve a los ‘paras’ seis meses metidos en mi casa. No me dejaban ni pasar a la cocina. Una noche oyeron un ruido afuera, como que alguien caminaba, y empezó la lluvia de balas. Se dieron cuenta de que no era gente sino un novillo que yo tenía. Eso lo hicieron chicharrón y se lo comieron”, terminó su relato Clara Elisa.

En medio de la incertidum­bre, los pobladores de las veredas del Placer decidieron volver en 2003. Aún así, vivieron los horrores de la guerra varios años más, hasta la desmoviliz­ación de las Auc en 2006 (Clara Elisa dice que sucedió en 2007), que por ese entonces estaban bajo las órdenes de alias Macaco. “A mí se me quedó una vez la mente en blanco. Yo trataba de no acordarme de todo lo que vi. Yo vi morir mucha gente y, por tratar de no recordar, me quedé con la mente en blanco. El médico me dijo que tenía que poner de mi parte para poder recordar, pero es que uno queda con muchos traumas y acordarse de eso duele mucho”, afirma María Angélica Pérez.

Hoy, los cultivos de pimienta que crecen más de dos metros y parecen como los guardianes de jardines imperiales de los campos en la entrada a la Amazonía, son los que más se ven en la zona. “Yo no voy a decir que no tuve coca, yo la tuve, y de eso viví mucho tiempo. Es que no había para más, pero ahora tengo mi pimienta, y estoy feliz”, dice Clara Elisa.

Ahora más familias tienen la tranquilid­ad de que ni la coca ni los grupos armados rondan por los campos del Valle del Guamuez. Pero la ausencia del Estado es aún evidente, sin carreteras, sin salud, sin comunicaci­ones y, sin un comercio competitiv­o, el sur del Putumayo sigue siendo un lugar débil, donde la tentación de lo ilícito puede ser fuerte. Es, a la vez, la muestra viva de que los horrores de la guerra causan daños irreparabl­es, pero también es la prueba de que, con inversión y con posibilida­des, la sombra de la ilegalidad puede ser iluminada con la luz de la paz.

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