Publimetro Cali

Enfermedad­es huérfanas no impiden que ellos sean seres extraordin­arios

A pesar de tener alteracion­es genéticas, estas personas demuestran que todo se puede lograr con amor y dedicación

- LINA URIBE PUBLIMETRO

Tener una enfermedad que afecta a mínimo una de cada 5000 personas es la caracterís­tica de 159 niños en Cali diagnostic­ados con enfermedad­es raras o huérfanas. La semana pasada, más de 50 familias con alguna de esas patologías se reunieron en el preestreno de Extraordin­ario, película que narra la historia de un niño con deformidad facial que debe enfrentars­e al rechazo de sus compañeros cuando entra a la escuela.

Y es que precisamen­te eso, la vida en sociedad, es una de las cosas que más angustia a los padres de niños con enfermedad­es raras –y a ellos mismos–, quizá por encima de los líos que puedan tener con el sistema de salud. Harry Pachajoa, genetista y director del Centro de Investigac­iones en Anomalías Congénitas y Enfermedad­es Raras (Ciacer) de la Universida­d Icesi, asegura que en muchos de los casos que ha conocido no se genera la discapacid­ad por la patología del paciente, sino por el entorno social.

“Si ellos van a un lugar en silla de ruedas y no encuentran una rampa para el acceso, se va a generar la discapacid­ad; si van al colegio pero la profesora no entiende que escriben más despacio y los presiona, se genera una discapacid­ad. A medida que las institucio­nes educativas, las entidades de salud y todos en general entendamos que no es tan raro tener una enfermedad rara, la atención va a mejorar y estas personas no van a sentir que tienen una discapacid­ad”, dice el doctor Pachajoa.

Otras habilidade­s

Así como en la película –que ya está en las salas de cine del país–, los niños con enfermedad­es raras desarrolla­n habilidade­s extraordin­arias que les permiten compensar lo que sus fallas genéticas les han quitado. Los hermanitos Santiago y Juan Esteban Molina, por ejemplo, han encontrado en la música y en la pintura una forma de expresión. Más que eso, una pasión. Los dos están diagnostic­ados con síndrome de Morquio tipo IV-A, una enfermedad que causa malformaci­ones óseas por la carencia de una enzima.

Pero más allá de lo que digan sus historias clínicas, ambos han tenido el amor y el apoyo de sus padres para entender que la diferencia hace parte de la vida. “Una cosa es asumirlo dentro del núcleo familiar y otra es empezar a ver, por ejemplo, el tema estudianti­l. Ahí es donde los chicos tienen un poco de dificultad para relacionar­se con los demás, pero como papás estamos siempre recordándo­les que la diferencia puede ser una oportunida­d, que no es mala y que ellos, al igual que todos los seres humanos, son una creación divina que han llegado a este mundo con un propósito”, cuenta Alexánder Molina, padre de Santiago y Juan Esteban.

Caso similar es el de Dora Gómez, madre de una niña de nueve años diagnostic­ada con los síndromes de Seckel y de Morquio II. Su pequeña Michelle es sordomuda y tiene microcefal­ia, pero esto no la limita para comunicars­e con sus familiares y hacer travesuras cada día. “Está estudiando en un colegio para niños sordomudos y allá interactúa con todos sus compañeros, es muy independie­nte. Le encanta pintar y tiene una memoria excepciona­l. El síndrome de Michelle lo tienen solamente cuatro personas en el mundo”, dice Dora.

Entre las pilatunas más recientes de la niña está haber dañado el televisor tras un fallido intento de darles gaseosa a los dibujos animados que veía en pantalla. Antes, otro experiment­o la había motivado a introducir el celular de su mamá en un vaso de leche. Sin embargo, Dora no duda en decir que la llegada de su hija fue una bendición: “Hizo que el hogar se reafirmara más, es la adoración de mi hija mayor. El principal reto que hemos tenido es con la sociedad, pues hay personas muy indolentes que no saben decir las cosas, pero estos niños son ángeles que llegan a los hogares de padres especiales. Yo sé que ella es feliz y está muy conectada con este mundo”.

También está la historia de Luis Fernando Álvarez, joven de 20 años que nació con osteogénes­is imperfecta o ‘huesos de cristal’. Un error genético hace que sus huesos sean muy frágiles, pero no lo son sus ganas de salir adelante: ahora estudia Química en la Universida­d Icesi y el otro año se irá de intercambi­o a España. Andrés Marulanda, de 26 años y con la misma enfermedad, debutó hace poco en el modelaje y sueña con ser periodista deportivo.

El sistema de salud, lío que no cesa

A pesar de que existe una regulación nacional que exige la atención prioritari­a de los pacientes con enfermedad­es raras, con frecuencia se presentan problemas con la autorizaci­ón de exámenes, asignación de citas médicas y entregas de los medicament­os. Desde Palmira, Catalina Sánchez mantiene viva la lucha para que su hijo Andrés Jacobo, de cuatro años y diagnostic­ado con síndrome de Dravet tipo 6, pueda recibir la atención necesaria en la Clínica Valle del Lili, pues la entidad se niega a prestarle los servicios por la millonaria cuantía que le adeuda Coomeva EPS.

Desde principios de este año, ella y otras madres de niños con enfermedad­es huérfanas han llevado a cabo plantones y han recurrido a distintos mecanismos legales para que Coomeva pague las deudas y sus pequeños puedan ser atendidos de nuevo en la fundación. “En este momento me están debiendo aproximada­mente 11 citas más exámenes. Desde hace tres meses no me entregan insumos como pañales, medicament­os y demás”, denuncia Catalina, quien

también preside la fundación Mervida.

No son eternos niños

Diana Ortiz, asistente de investigac­ión del Ciacer, asegura que una de las grandes fallas de las familias de pacientes con enfermedad­es raras es verlos como eternos niños. “En la adolescenc­ia, por ejemplo, les limitan mucho la sexualidad dejando de lado que es una necesidad que todos tenemos. Urge empezar a pensarnos a las personas con discapacid­ad como personas, no como enfermos. Si las seguimos viendo como enfermos vamos a creer que necesitan un apoyo perpetuo y no dejamos que desarrolle­n todo en sus vidas, no solo tenemos que tener en cuenta los aspectos físicos sino sociales”, dice la investigad­ora.

Desde su labor en el Ciacer, además de centrarse en estudios genéticos, les brinda apoyo a los pacientes para que puedan conseguir servicios de salud de difícil acceso, y asesora a padres y a colegios en temas de inclusión escolar. Con las familias, dice, se trabaja ante todo un tema de aceptación de la enfermedad, pues la angustia se multiplica al no tener un diagnóstic­o preliminar y al no saber cómo va a evoluciona­r la patología. Luego vienen los problemas con los colegios.

“Aunque la ley dice que la escuela es para todos, muchas institucio­nes les niegan la posibilida­d a los chicos con discapacid­ad. Se necesita un cambio de ideas porque nos quedamos en un modelo que solo pide productivi­dad, que les exige a los niños pasar de un grado a otro con las mejores calificaci­ones para lograr un buen puntaje en el Icfes y dejar en alto el nombre del colegio, pero muchas veces no se piensa qué puede estar pasando en sus vidas”, puntualiza Diana.

Michelle, Juan Esteban, Santiago, Andrés Felipe y Luis Fernando son ejemplo de que tener una enfermedad rara no es ninguna sentencia para no salir adelante. Con cada uno de sus pasos, con cada una de sus ocurrencia­s y con cada uno de sus logros demuestran que, tal vez, la discapacid­ad está en los ojos de quien la ve. Seres extraordin­arios.

“Se necesita un cambio de ideas porque nos quedamos en un modelo que solo pide productivi­dad” Diana Ortiz, asistente de investigac­ión del Ciacer

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|HROY CHÁVEZ - PUBLIMETRO Los hermanitos Santiago (izq.) y Juan Esteban Molina (der.) han desarrolla­do habilidade­s artísticas en la música y la pintura.
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|HROY CHÁVEZ - PUBLIMETRO

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