Celebremos a las madres… imperfectas
Cada vez que veo el Instagram de una famosa, con sus hijos maravillosos, relucientes y bonitos, me dan escalofríos: no solo porque recuerdo esos anuncios irreales de los años cincuenta, donde, bajo tanto relumbre, se escondían mujeres frustradas, amargadas y muchas veces atrapadas (como Betty Draper en Mad Men), sino porque veo a mis amigas, las que 99962 son madres, y están muy lejos de todas ellas. Y lejos de esas bonitas imágenes de bebés con ropita linda y niños con un clóset que vale más que un salario mínimo, ellas tienen que lidiar con una cotidianidad llena de altibajos y de mucho amor, claro, pero que, al fin y al cabo, se compara con una botella lanzada al mar: eso no se sabe cómo va a resultar.
No sé qué es ser madre aún, no creo que lo sepa jamás: quizás resultara como Cersei Lannister, o Joan Crawford, igual de nefastas. Pero es que ese es el asunto: ¿qué es ser ‘nefasto’ según quién? Uno de mamá no se sabe si resultará, en la evaluación de la vida, con una calificación desastrosa, una excelente o una regular. Y por lo general, en nuestra cultura, muchas madres jamás se sienten lo suficientemente buenas para lograr una calificación que de pasar de un anuncio de detergentes, ahora se ve en las tiranías cotidianas de lo digital. No eres buena madre si no das ciertos alimentos, si no llevas cierto estilo de vida, si no tienes a tus hijos en clases prenatales con Mozart sobre hielo o aprendiendo mandarín o mostrándolos en videos en Instagram siempre felices y siempre hipermega amados y acompañados. Y aún así, no se sabe cómo va a resultar. Y en esa incertidumbre, casi toda mujer que es madre hace lo de siempre: lo mejor que puede.
Porque las madres, aunque las queramos mucho (y es válido si no), no son santas. No son como esa mujer judía de hace más de 2000 años que hay en los altares de Europa y Latinoamérica. No son impolutas, no son siempre sonrientes, no siempre están felices de tener a sus hijos cerca y muchas tampoco están seguras de quererlos todo el tiempo.
No, las madres son humanas. También tienen defectos. Cometen errores. Y no siempre van a lucir divinas mientras hacen un almuerzo para 80 personas y ayudan a su hijo a hacer la tarea.
Todas estas cosas, tan tabúes y tan inconfesables, ya son abordadas por mujeres que se hartaron de querer ser perfectas, de culparse por no poder ser siempre lo que esta sociedad de siglos, tan opresiva hacia las mujeres por tener o no tener hijos, les dice que deben ser. Si este modelo se cumpliera en una sociedad utópica, en la que solo deberían ser madres las mujeres que no tuvieran algo que mejorar, ya nos habríamos extinto. Es hora de reconocer que las madres también pueden ser mujeres rotas, mujeres solas, mujeres, incluso, que no debieron o no quisieron tener hijos. O que se arrepintieron. Y todo esto debe hablarse y comenzar a ser cuestionado.
Por eso, aunque hay muchas cosas bonitas que usted puede darle a alguien que aprecie si es madre, o a la suya propia, quizás el mejor regalo que puede darle es reconocerla en su imperfección. Reconocer que nadie prepara a nadie para ser madre y que si bien sí hay guías de crianza, una cosa es la teoría, y otra la práctica diaria, que seamos sinceros, también termina hasta que la madre muere. Y también, de paso, abordar algo que no debería ser nuevo, pero que hasta ahora se toca en nuestra cultura social y digital: las madres son más que una mujer que debe sacrificarse y dar de sí hasta quedar vacía. Son mujeres que tienen derecho a complementarse en otras áreas, tener tiempo y otra construcción de sí mismas más allá de sus hijos. Y que también, incluso, son sujetos políticos.
Sí, puede regalarle algo genial este mes (por favor, una lavadora no, a menos que la necesite mucho). Pero sobre todo, reconózcala como es: como una mujer imperfecta y bellísima en su humanidad.
“Es hora de reconocer que las madres también pueden ser mujeres rotas, mujeres solas, mujeres, incluso, que no debieron o no quisieron tener hijos. O que se arrepintieron”