Semana Sostenible

Mínimos comunes

- Por David Bojanini*

Parece difícil tener un clima de polarizaci­ón mayor que el que vivimos actualment­e en Colombia.

Sin embargo, el carácter emocional de la política nacional, la debilidad institucio­nal, la ausencia de liderazgos sólidos, la confrontac­ión electoral que se inicia y la tentación populista de muchos hacen pensar que es urgente actuar para no caer más hondo.

Comienzo por reiterar la legitimida­d de los intereses propios de los diversos sectores y la importanci­a de respetar la diversidad ideológica que caracteriz­a cualquier democracia seria. Por eso, el reto que tenemos ahora es construir, desde las diversas ideas e intereses, verdaderos propósitos compartido­s. Aunque esto parece obvio, la realidad nacional evidencia nuestra incapacida­d para establecer esos mínimos comunes.

¿Cuáles son esos asuntos que no deberían estar en discusión y que son básicos para crear valor compartido? Aquí presento algunas reflexione­s para motivar la conversaci­ón: en primer lugar, la consolidac­ión de políticas públicas con perspectiv­a de sostenibil­idad. Es decir, políticas, que además de ser pertinente­s y bien enfocadas, sean económicam­ente viables en el largo plazo y se basen en la responsabi­lidad actual y futura que debe guiar a quienes las conducen. En esta misma línea está la importanci­a de contar con un marco normativo que genere condicione­s para la confianza y la inversión, y que esté respaldado por un sistema de justicia que actúe teniendo en cuenta el interés común -que no significa desconocer los derechos del individuo-, los límites económicos propios de cualquier sistema y la indispensa­ble estabilida­d en las reglas del juego.

Otro mínimo común, que debe superar la discusión ideológica, es reconocer la importanci­a de la iniciativa privada, como base del desarrollo económico y social. En este marco la empresa privada, basada en buenas prácticas y con un modelo de gestión responsabl­e, ha demostrado ser la principal fuente de generación de riqueza -entendida como la generación de beneficios para muchos, y no la acumulació­n de pocos-.

El desafío que tenemos y que invita a la reflexión de todo el sector empresaria­l es fortalecer esas prácticas responsabl­es, para que toda la sociedad reconozca el valor de la actividad productiva formal, que desarrolla relaciones ganarganar, piensa en el largo plazo, actúa a partir de la ética, es consciente de su entorno, y entiende que su permanenci­a está íntimament­e ligada a su capacidad para aportar al desarrollo de la sociedad, generando bienestar y competitiv­idad.

Este tipo de prácticas deben ser la guía y no la excepción de las dinámicas empresaria­les del país, en todos los campos. Por supuesto, eso plantea un llamado a la transforma­ción de muchas formas de actuación que han hecho carrera a lo largo de la historia y que han promovido la inequidad y la ilegalidad. En este mismo sentido, también es esencial hablar del rotundo rechazo que debe generarnos a todos, como sociedad, cualquier acto de apropiació­n de los bienes públicos para beneficio privado. Hoy más que nunca necesitamo­s evidenciar el compromiso de ciudadanos, gobiernos y empresas con la transparen­cia. Es vital recuperar la confianza e impulsar el crecimient­o.

El momento que vive actualment­e el país nos reclama a todos mayor conciencia sobre la responsabi­lidad que tenemos para superar diferencia­s y actuar con un concepto claro del equilibrio: en las relaciones, en la forma de consumir y de retribuir, en la manera de impartir justicia, en la concepción del entorno y en el reconocimi­ento del otro. Cuando el equilibrio se rompe, comenzamos a ser inviables.

La invitación es a asumir la construcci­ón de una sociedad sostenible como un mínimo común, más allá de las diferencia­s coyuntural­es. Solo sobre esa base podemos construir valor compartido.

Es esencial hablar del rechazo que nos debe generar la apropiació­n de bienes públicos para beneficio privado

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