Lente protector: fotos de César David Martínez
El trabajo y las experiencias de uno de los principales fotógrafos de naturaleza y patrimonio en el país revelan a Colombia desde otros ángulos.
Usted es un excelente fotógrafo de naturaleza, pero malísimo retratando gente”, eso le dijo Benjamín Villegas a César David Martínez en 2009, al ver su propuesta para un libro de retratos. Martínez había sido el fotógrafo principal de varios libros editados por Villegas, a quien considera “su verdadera escuela, con quien se graduó como fotógrafo”. La negativa del editor se convirtió en una motivación para aprender a hacer retratos. De ahí salieron las 360 páginas del libro De fiesta por Colombia y un buen número de fotografías posteriores como esta [1], tomada en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde están presentes los tres componentes centrales de su trabajo: el entorno natural, la cultura material y los rostros de la comunidad. “Los niños kogui jugaban con sus caucheras cuando llegamos. Sin poder hablar su idioma, les mostré sus caras en la pantalla, se miraron entre sí y estalló esa sonrisa. Lo primero es lograr que la presencia invasiva de la cámara desaparezca. Después viene la composición: la diagonal la aporta ese puente tejido con horquetas amarradas con bejucos y por debajo pasa un río diáfano que baja desde la Sierra. En esta imagen están ellos, su vestuario, su arquitectura y ese espacio increíble en el que se mueven. A veces olvidamos lo afortunados que somos por tener nuestras comunidades indígenas.yo he estado en países donde las etnias han desaparecido por completo. Es insólito que en un mundo homogeneizado tengamos tantas variaciones de esa fortuna en nuestro territorio”, afirma. Fotógrafo autodidacta y viajero por vocación, César David Martínez comenzó su carrera a mediados de los años noventa con una serie de viajes
que le permitieron entrelazar su necesidad de descubrir y la fotografía como lenguaje. En 91 expediciones durante 24 años, ha recorrido la gran mayoría de ríos, desiertos, selvas, páramos, volcanes e islas del país; ha estado en 21 de los 23 patrimonios y reservas de la biosfera, además de los 17 pueblos patrimonio colombianos, y ha entrado en contacto con 21 etnias indígenas. Sus fotos son una bitácora personal y una inmersión gráfica en las entrañas de nuestro territorio. Ese recorrido empezó por las alturas. Avezado montañista, Martínez ha estado tan obsesionado por los volcanes como por los páramos.“en esta foto [3] estábamos recorriendo Nariño en la expedición Volcanes del Sur y planeábamos subir al Cumbal y al Chiles. En el día previo al ascenso recorrimos los páramos circundantes y desde uno de ellos encontré esta perspectiva. Con la ayuda del gran angular, convertí lo más grande en lo más pequeño: el frailejón aparece imponente en primer plano y se aprecia la magnitud del volcán Cumbal en la distancia”, recuerda. También desde la altura, Martínez se ha situado en una posición privilegiada para registrar aves.así tomó una de sus fotos preferidas tras siete horas de espera: 21 guacamayas en vuelo, vistas desde el Salto del Diablo, una caída de roca de 70 metros en el Caquetá [6]. Aunque ha subido más de cuarenta veces a más de 3.500 metros, solo en tres oportunidades ha podido ver de frente al cóndor de los Andes. “Esta foto [2] fue tomada en el volcán Puracé, en el Cauca. Para mí, lo importante de esta imagen es ese momento en que el cóndor no está volando pero tampoco está posado, una fracción de segundo entre el movimiento y la quietud”. Martínez reconoce que cada vez es más difícil encontrar animales en estado salvaje. Una vez hallados, el
acercamiento requiere un balance entre velocidad y paciencia: perseguirlos sigilosamente, esperar a que actúen y acortar la distancia con el teleobjetivo. Los parques nacionales, las reservas de la biosfera y las áreas vigiladas por comunidades constituyen espacios de excepción para la fauna. “El hato La Aurora, una extensión de 17.000 hectáreas en Paz de Ariporo, es uno de los lugares que concentran más especies en estado salvaje. Los lugareños les lanzan pedazos de carne a las babillas [4] que habitan en esos cuerpos de agua. Esta foto fue tomada justo en el momento en que una de ellas salta para alcanzar el alimento”, cuenta. En otra reserva El Horeb, Caquetá, fue tomada esta foto [10] de un hongo bioluminiscente descomponiendo hojas.“fueron necesarios 12 minutos de exposición en medio de la total penumbra”. El aislamiento ha ayudado a preservar algunos rincones del país: no todo el mundo puede recorrer durante cinco días el río Apaporis para llegar al raudal del Jirijirimo [7], un gran cuerpo de agua que cae escalonadamente, “generando un estruendo que uno jamás olvida en la vida”. Ni dedicar 25 inmersiones certificadas, más de 14 millones de pesos en equipos de fotografía subacuática, 36 horas desde Buenaventura hasta la isla de Malpelo, sumergirse a 41 metros de profundidad y enfrentar la corriente de Humboldt para fotografiar al pez ángel rey [9]. El desafío impuesto por la distancia y por la accidentada geografía cobra sentido para el fotógrafo por la experiencia personal y por la posibilidad de compartir esos espacios inaccesibles. Una de las series que mayor reconocimiento le ha representado es la de la Serranía del Chiribiquete, en la Amazonía [5]. El riesgoso vuelo que le permitió registrar los tepuyes, colgado de la puerta abierta de un DC-3 a poca altura, valió la pena para las más de 27.000 personas que reaccionaron ante la publicación en redes. Martínez reconoce la importancia de estos medios para divulgar su trabajo.“grandes maestros de la fotografía de naturaleza en Colombia, que se partieron el lomo por más de treinta años, no hicieron a tiempo la transición a la fotografía digital y mucho menos entendieron las redes sociales. Debido a ello quedaron en el olvido, aunque fueron ellos los que abrieron nuestro camino”. Martínez cuenta entre sus referencias a Erwin Kraus, quien fotografió los nevados del país en los años cuarenta; Cristóbal Von Rothkirch, con su Alta Colombia; Aldo Brando, con Arrecifes del Caribe, y Ansel Adams, uno de los responsables de que se declarara el primer parque natural del mundo:yellowstone, en Estados Unidos. “Hoy en día hay miles de áreas protegidas y todo eso lo inició un fotógrafo de naturaleza. Nosotros somos los ojos de la gente. El 99% de las personas no van a visitar esos lugares. Como decía Susan Sontag, tenemos la capacidad de mostrarle a la gente qué es lo que vale la pena ver. Con nuestras imágenes, aspiramos a que muchos pasen de la sorpresa al conocimiento y luego a la protección. La importancia del fotógrafo de naturaleza reside en la conservación. Es una gran responsabilidad y una obligación”, sostiene.