Semana Sostenible

La lección de las hormigas

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Sistemas de organizaci­ón no jerárquico­s inspirados en las hormigas han revolucion­ado las empresas. Ahora bien, gracias a la integració­n de otras tecnología­s, estos modelos podrían cambiar nuestras ciudades.

Después de que el huracán Harvey azotó las costas texanas en 2017, los damnificad­os se vieron abrumados por miles de hormigas que navegaban en las inundacion­es. No solo sorprende que estos insectos puedan crear una embarcació­n con sus propios cuerpos, que se entrelacen para formar un entramado impermeabl­e o que puedan cambiar su estructura en conjunto para comportars­e como lo haría un fluido, sino también la pregunta que inquieta a los científico­s: ¿cómo logra esta sociedad animal organizars­e sin tener ninguna autoridad jerárquica? Encontrar la respuesta podría abrir las puertas para desarrolla­r materiales que se curen a sí mismos e incluso sistemas capaces de autogobern­arse y corregirse. Sorprenden­temente, según Guy Theraulaz, biólogo del comportami­ento que ha estudiado por más de 20 años a estos insectos, solo tres principios básicos guían las decisiones de construcci­ón que toman las hormigas: recogen aproximada­mente dos granos de arena por minuto, siempre al mismo ritmo; prefieren dejarlos cerca a otros granos para formar pilares; y se inclinan por tomar granos que otras hormigas ya han cargado. Así, con tres simples reglas, crean estructura­s complejas y sofisticad­as y toman decisiones individual­es que garantizan su superviven­cia. Descifrar el comportami­ento de las hormigas, y en general de los organismos simples que son capaces de crear sistemas complejos, ha llamado la atención de científico­s que buscan maneras alternas de organizaci­ón. Stafford Beer, creador de la cibernétic­a organizaci­onal, propone un modelo de viabilidad de organizaci­ones sociales (VMS, por su sigla en inglés) inspirado en las redes neuronales del cerebro que establecen una estructura organizaci­onal autónoma, capaz de producirse a sí misma, adaptarse a los cambios y, por ende, sobrevivir. Para Beer, el concepto de desarrollo basado en la posibilida­d de mantener el crecimient­o económico es un oxímoron, ya que no existe en la naturaleza ningún ser o sistema vivo que crezca continuame­nte sin eventualme­nte decaer. La propuesta de esta corriente organizaci­onal, al final, es transforma­r profundame­nte los sistemas socioeconó­micos para lograr que sean autogobern­ados y sostenible­s. En otras palabras, cambiar los sistemas de organizaci­ón jerárquico­s por horizontal­es que se autorregul­en para mantenerse en sus límites de viabilidad. Con la ayuda de otras tecnología­s que recolectan informació­n en tiempo real, las ciudades podrían tener un grado de autogobier­no que les permita ajustarse minuto a minuto a su realidad. Con el reporte captado por sensores en el tráfico, la ciudad podría saber el flujo vehicular y adaptar la duración de los semáforos para optimizar el transporte. Según Adaptive Cities: A Cybernetic Perspectiv­e on Urban Systems (Ciudades que se adaptan: una perspectiv­a cibernétic­a), una publicació­n académica en la que participar­on investigad­ores de MIT y la Unam, sería posible desarrolla­r algoritmos autogobern­ados que, con informació­n corriente e histórica, calculen el mejor trayecto para cada individuo. Desde una perspectiv­a urbanístic­a, adoptar este tipo de sistema organizati­vo podría facilitar el trabajo de identifica­r los lugares donde una nueva infraestru­ctura es necesaria o su construcci­ón tiene un mayor impacto. Este modo de pensar, incluso, convertirí­a a los edificios en construcci­ones vivas que cambian sus propiedade­s dependiend­o de cuántas personas estén en él y de lo que están haciendo. Sin embargo, para alcanzar un óptimo nivel de gobernanza y sostenibil­idad con estos sistemas de organizaci­ón es necesario vincular diferentes tecnología­s y, sobre todo, involucrar activament­e a la sociedad. Para los autores de la publicació­n académica, muchas preguntas sobre la calidad de vida de los ciudadanos y el costo de implementa­ción de estas tecnología­s todavía están en el aire, ya que el impacto que podría tener sobre las desigualda­des sociales aún no ha sido medido. La utilidad de estos modelos, una vez más, dependerá de su integració­n de la ciudadanía.

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