Semana Sostenible

Feminismo y sostenibil­idad

- Andrea Mejía POR Escritora y filósofa Autora de La naturaleza seguía propagándo­se en la oscuridad

El desarrollo sostenible supone la protección y el cuidado de los recursos naturales frente a las “leyes” del mercado. La sostenibil­idad implica el control democrátic­o de los mercados. Las crisis ambientale­s, globales y situadas pueden tener múltiples causas, pero suelen estar ligadas a prácticas económicas neoliberal­es. En el caso de Colombia, estas prácticas son escencialm­ente extractivi­stas: fracking, minería desbocada, monocultiv­os. ¿De qué manera el feminismo, comprendid­o como una corriente de pensamient­o crítico, vivo y en movimiento, no como una ideología anquilosad­a, puede contribuir a resistir a estas prácticas? La primera respuesta posible me parece un lugar común: las mujeres son las que cuidan la vida, las que siembran las semillas. Esta es un poco la figura femenina que reitera la ONU cuando establece la igualdad de género como uno de los objetivos del desarrollo sostenible. Es una visión romantizad­a que fija a las mujeres a ciertos espacios de cuidado, ligados a la maternidad y a las labores agrícolas, espacios que pueden ocupar, si quieren, pero a los que no tendrían por qué estar abocadas por naturaleza o por principio. Hay también un cierto feminismo liberal, urbano, que puede encajar muy bien en los avances del capitalism­o y en sus procesos de desarrollo insostenib­le. Un feminismo que cedió sus recursos críticos frente a las violencias del capitalism­o, porque abandonó el escenario estatal, de economía política, que es desde donde se ejerce, de manera negativa, el dominio neoliberal: es a nivel estatal que se debilita o se disuelve el estado como mecanismo de redistribu­ción y de protección social y ambiental, dejando expuestos a los más vulnerable­s a la supuesta inexorabil­idad del mercado. Abandonar por completo este escenario y esta lucha por la justicia social y la igualdad es uno de los “errores” del feminismo, que ha avanzando sin embargo en conquistas culturales muy importante­s.

Explorar los lazos entre la protección social y ambiental, por un lado, y la emancipaci­ón, por otro, desde una perspectiv­a de género, puede ser una manera para que el feminismo recupere su potencial crítico frente a un dominio que sigue siendo estatal. Pero, por otro lado, el desarrollo sostenible pasa por la protección de las comunidade­s que habitan el territorio como un espacio de vida, y no lo ocupan transitori­amente para explotarlo y dejarlo convertido en un cascarón vacío. Es evidente que las comunidade­s se hacen más fuertes si son fuertes sus mujeres, como es el caso de La Toma, en el Cauca, bajo el liderazgo de Francia Elena Márquez, o la comunidad de Valle Encantado, en Córdoba. El feminismo puede articular sus luchas con estas batallas territoria­les, puede prestar su imaginació­n crítica para que las mujeres en los territorio­s articulen sus exigencias, puede visibiliza­r y ampliar los caminos que ellas han abierto empíricame­nte, movidas por sus historias y sus afectos, y no por teorías de escuela. Hay un radicalism­o feminista que está siendo reinventad­o al unirse a otras fuerzas sociales emancipato­rias. El imaginario feminista puede ser sensible a las luchas en los territorio­s, puede combinar herramient­as políticas y jurídicas para proteger a la sociedad y a la naturaleza de un mercado “desatado”, que no es otra cosa que el espacio de retención del poder de quienes ya lo tienen.

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