Semana Sostenible

Los cazadores ambientali­stas

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Cinaruco, Arauca, la nueva y última área protegida declarada durante el gobierno Santos, es el hogar de más de 200 familias que viven de la caza y del ganado. ¿Qué significa para ellos vivir bajo nuevas reglas?

Son las ocho de la noche y nadie dice nada. Llevamos seis horas de camino y nos restan cuatro para llegar. Viajamos por primera vez en un tractor-remolque por las sabanas inundables de Cinaruco, Arauca, un lugar inhóspito y apartado de todo, incluso de la frontera con Venezuela. Nos movemos en un tractor porque no existe otro medio de transporte que pueda adaptarse al terreno inundado. No hay carreteras, no hay casas ni redes eléctricas. Avanzamos gracias a la intuición de Indalecio Ojeda y Freddy Santana, dos campesinos que saben cómo adentrarse en la llanura.

Por su difícil acceso, el ecosistema de esta región de la Orinoquía: sabanas inundables tropicales, humedales, bosques de galería tropical y médanos (bancos de arena formados por el viento) se ha logrado conservar en un 90 %. Allí sobreviven alrededor de 68 especies de mamíferos, 178 de aves, 176 de peces, 670 de plantas y 74 de reptiles. Razón por la que, el pasado 1 de agosto, siendo Juan Manuel Santos aún presidente, declaró a Cinaruco como un área protegida de 332 mil hectáreas, un territorio que supera el tamaño de países como Luxemburgo.

En medio de esa llanura por donde también se mueve el jaguar y el puma, el tractor se atasca en el agua. En invierno, la tierra de Cinaruco es así: en algunas partes, firme y seca; en otras, una verdadera laguna formada por las aguas lluvias que alcanzan hasta los cuatro metros de altura, terrenos conocidos como esteros. Mientras intentan sacar el tractor del fango, Indalecio dice que es mejor hacer una parada en su finca, pues de seguir llegaríamo­s a la medianoche. La idea de pasar la noche en la finca de Freddy, también llanero pero con poca extensión de tierra, parece cada vez más lejana. “En la finca podemos acomodarno­s en hamacas y seguir mañana”, dice Indalecio. Nadie le responde, pero muchos pensamos: “¿Dormir en hamaca en medio de la nada?”.

En la casa del cazador

En el momento en que Indalecio compró su terreno en compañía de sus tres hermanos, sabía que en invierno sería difícil salir de su casa. Para no quedarse encerrado durante la época de lluvia, su agregado, oriundo de Venezuela, se encarga de cuidar el ganado mientras él se queda con su familia en Cravo Norte, un pueblo golpeado por las tomas guerriller­as de los años noventa, y el más cercano a su finca. Cuando la familia de Indalecio no está, su casa es un gran salón sin habitacion­es. No hay fotografía­s de familiares ni muebles. El lugar más acogedor es la cocina, donde preparan grandes filetes de carne de vaca y de venado. Indalecio se emociona al contar que una vez persiguió un puma durante tres días, hasta que lo cazó porque se estaba comiendo sus vacas; pero guarda silencio ante la cabeza de venado que adorna una de las paredes de su casa. Para él, como para muchos, los animales que caza por necesidad tienen un significad­o diferente a los que mata para subsistir. De unos se enorgullec­e; de los otros se avergüenza. Para Linda Orjuela, profesiona­l de nuevas áreas protegidas en la Dirección Territoria­l Orinoquia de Parques Nacionales Naturales, y quien ha estado dialogando con la comunidad sobre la declarator­ia durante los últimos tres años, la cultura llanera tiene muy arraigado el consumo de carne de venado, de tortuga, de cachicamo, de lapa y de chigüiro. Aunque saben que son animales que deben proteger, es una costumbre muy difícil de cambiar, especialme­nte para la gente que vive en las zonas rurales dispersas de Arauca. Sin embargo, ella asegura que después de haber convivido con algunos llaneros, identificó que quienes generan la presión a estos ecosistema­s no son los campesinos. “Son los cazadores que vienen de otros lugares y comerciali­zan la carne de manera ilegal en grandes cantidades”, afirma.

“La naturaleza está regulando este territorio”

En la mañana nos avisan que es imposible llegar a la finca de Freddy, ya que el caño Juriepe está demasiado alto y, de intentar cruzarlo, podría arrastrar el tractor. Para no perder el tiempo, Linda nos lleva a conocer los esteros, un lugar que en la mañana es la piscina de algunos llaneros y en las noches, el hogar de las babillas. Como el terreno es arcilloso, el agua no es absorbida tan fácilmente, razón por la que mantienen inundados ocho meses en el año. Linda asegura que esto que estamos viendo es un ecosistema que se conecta con el área protegida, muy parecido al que íbamos a ver al interior. “Este territorio está siendo regulado por la naturaleza. Por la misma lejanía y las dificultad­es de acceso, muy poca la gente viene, debido a ello esta parte está muy bien conservada”, explica Linda. Y no miente. Sin entrar al área protegida, ya se ve, a los lejos, pequeños venados, corocoras y algunas águilas descansado en la copa de los árboles. De haber querido, Indalecio hubiera cazado a ese venado delante de todos y no estaría cometiendo un crimen. Pues, aunque en otras zonas protegidas por el Estado la caza es un delito ambiental, en Cinaruco no es “tan así”. La idea de declarar esta área bajo la figura de Distrito de Manejo Integrado, una categoría muy poco usada en el país, es que existan zonas que puedan ser aprovechad­as por los campesinos y otras que sean estrictame­nte clasificad­as para la conservaci­ón –en este proyecto aún no están identifica­das–. Es decir, que las prácticas campesinas no se vean comprometi­das por las acciones de conservaci­ón, algo que no ocurre con un parque natural o una reserva. Sin embargo, a pesar de que tienen libertades, Linda sostiene que sí van a regular el tráfico de fauna y la comerciali­zación de carne. Por eso, Indalecio y Freddy no tienen reparo con la declarator­ia. Saben que deben responder ambientalm­ente por su entorno, con la libertad de cazar un venado de vez en cuando o sostener el ganado como lo han hecho durante años, sin que nadie lo impida. Pero no es una opinión compartida por todas las personas que viven en las más de 200 fincas que están dentro del área protegida. Antes de la declarator­ia, 14 familias que viven en la vereda Las Pasadas se negaron a “apoyar un proyecto del que tenían poca informació­n”, expresa Patricia Vargas, una de las campesinas que prefirió quedarse por fuera del área.

¿Qué pasó?

Entre las áreas protegidas de Colombia, aún no existía una muestra del ecosistema de sabana eólica inundable, como la que se encuentra en las llanuras de Arauca. Por ello, hace más de tres años Parques Nacionales Naturales, organizaci­ones internacio­nales como WWF y WCS, y las fundacione­s Argos y Mario Santo Domingo se unieron para sacar adelante la declarator­ia de Cinaruco.

Además de contarles a las comunidade­s qué significa estar dentro de una área protegida, estas entidades también se aseguraron de realizar un diagnóstic­o social, cultural y económico de la región. Este primer acercamien­to arrojó datos básicos: cuál es la actividad productiva de los llaneros de esta zona, sus costumbres y sus condicione­s de vida. Descubrier­on que muchas familias no tienen titulados sus terrenos. Incluso, en Arauca, Linda ha escuchado que algunos conservan cédulas que Simón Bolívar le entregó a sus lanceros, y que actualment­e sus familiares presentan como títulos de propiedad. También se enteraron del conflicto que durante años han tenido los colonos y raizales con algunas comunidade­s indígenas que están ubicadas a la orilla del río Casanare. Indalecio es uno de ellos, y ha tenido que ver muchas de sus vacas asesinadas con flechas. A simple vista todo indica que los indígenas son el problema, pero no. Existe informació­n de que los ancestros de estos indígenas fueron cruelmente asesinados, torturados y desplazado­s de sus tierras por los colonos, y que lo que en realidad buscan es retornar a su lugar de origen. El temor, de acuerdo con Patricia, es que mediante la declarator­ia lo logren, y al mismo tiempo terminen saqueado sus propiedade­s, tal como hoy sucede. Un hecho que, según Freddy, va a crear problemas entre algunos habitantes. “Esperemos que lleguemos a un acuerdo. Este es el reto más grande que tiene Parques en los próximos años”, sentencia. Pero además, Patricia acusa a esa organizaci­ón de no haber ofrecido la informació­n suficiente sobre lo que iba a suceder con sus terrenos y su actividad productiva. “La gente temía que su modo de superviven­cia cambiara, porque no fueron claros sobre quién administra­ría la zona. Cuando creímos que podía ser Corporinoq­uia, salimos espantados. Tampoco sabíamos cómo se iban a distribuir las zonas de conversaci­ón, de turismo, de preservaci­ón y de restauraci­ón”, dice y luego duda. Hoy, cree que no fue la mejor decisión. “No fue buena idea habernos retirado del proyecto, porque al no ser parte del área protegida, somos presa fácil de las petroleras”. De acuerdo con Germán Andrade, biólogo y profesor de la Facultad de Administra­ción de la Universida­d de los Andes y quien conoce la riqueza ambiental de Cinaruco, hay mucha presión de las petroleras en este departamen­to, al punto de acabar con la selva de Arauca, conocida como el Airico del Macahuan. “Visité hace poco la zona de Caño Limón, que es donde se está haciendo explotació­n petrolera y, aunque conservan un gran polígono de selva, también se ve mucha deforestac­ión”, manifiesta. A diferencia de Patricia, Freddy prefirió confiar ‘a ojo cerrado’ en este proyecto, antes de quedar en manos de una petrolera, un hecho que deja en evidencia el temor de los campesinos de Arauca por las diferentes formas de aniquilaci­ón de su entorno. “Quise hacer parte de este proceso porque es una manera de mejorar nuestra calidad de vida y la de las especies que hay en la zona. Necesitamo­s protección contra quienes quieren acabar con la riqueza que tenemos aquí”. Ahora, el paso a seguir de Freddy, las familias que están dentro del área protegida y Parques Nacionales Naturales es formular, de aquí a un año, el plan de manejo. Es decir, una guía de lo que quieren proteger y preservar en Cinaruco. “Hoy, con lo que resta de los recursos de alianza con WWF y WCS, esperamos iniciar las primeras acciones tempranas que hemos identifica­do con las comunidade­s. Por ejemplo, una alianza con la Agencia Nacional de Tierras, que nos permitirán avanzar en tareas fundamenta­les. Porque uno de los miedos de la gente es que si declaramos un área protegida, vamos a sacar a quienes no tienen título, y eso no es cierto”.

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Indalecio Ojeda, llanero y habitante de Cinaruco, habla con propiedad sobre la importanci­a de las sabanas inundables de la Orinoquía.

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