Semana Sostenible

La gente de los páramos

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El afán por delimitar los complejos de páramos dejó un problema social en Pisba. No se consultó a la población y mucha gente quedó dentro de los límites. Entre los campesinos persiste la incertidum­bre sobre su futuro. ¿De qué van a vivir? Este artículo es una colaboraci­ón periodísti­ca entre Semana Sostenible y Mongabay Latam. No es la niebla. Desde hace un tiempo el panorama es borroso en el complejo de páramos de Pisba, ubicado en la frontera entre los departamen­tos de Casanare y Boyacá, en el oriente de Colombia. Sus habitantes sienten que el gobierno nacional los puso en una gran disyuntiva: escoger entre su sustento o el agua. La intención de preservar y conservar el recurso hídrico llevó a que en 2015 se prohibiera­n las actividade­s mineras y la mayoría de prácticas agropecuar­ias en zona de páramo. La sensación para ellos es que eso significar­á, de facto, la obligación de abandonar sus tierras ancestrale­s. La delimitaci­ón de Pisba, la única que falta de los 36 complejos de páramos colombiano­s, determinar­á en qué zona los pobladores pueden seguir trabajando normalment­e. Anteriorme­nte, hubo un proyecto de delimitaci­ón que cobijó a cerca de 6500 campesinos –y convirtió a Pisba en el páramo más habitado del país–, pero quedó aplazado por una acción de tutela que falló el Tribunal Administra­tivo de Boyacá el 9 de agosto de 2018. Ahora, el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mads) tiene un año para definir nuevamente el área que será objeto de protección.

La línea invisible

Todo empezó hace poco más de un año, cuando unos contratist­as del Ministerio de Ambiente llegaron a “socializar” el proyecto sobre la delimitaci­ón del páramo que estaba elaborando la entidad. José Lisandro Rojas, un líder de la comunidad del municipio de Tasco, los ayudó a convocar a los campesinos de la zona y a organizar diversos talleres. No llegaron a consultar, sino a comunicar: “Tal es la ‘nueva’ zona de páramo y, por ley, ahí no pueden volver a explotar la tierra”. “Nadie verificó dónde estábamos, dónde había potrero o ecosistema virgen; solo trazaron la frontera desde un escritorio”, cuenta José Lisandro, con el tono seco y tajante propio de esa región de Boyacá. Básicament­e les dijeron que montaña adentro de la carretera de la vereda Calle Arriba, montaña adentro, es páramo y que allá no podían dedicarse a ninguna actividad. No hay una línea natural geográfica de dónde empieza el páramo. En algunas zonas es arriba de los 2900 y en otras sobre los 3100. Es más, en otras ocasiones la delimitaci­ón sigue la línea de una carretera. Una división aparenteme­nte aleatoria que, como podría esperarse, tiene muy molestos a los oriundos de los 12 municipios que comparten este complejo de páramos: Chita, Gámeza, Jericó, Labranzagr­ande, Mongua, Pisba, Socotá, Socha y Tasco, en Boyacá, y La Salina, Sácama y Támara, en Casanare. A José Lisandro le parece absurdo que consideren que su parcela hace parte del páramo. En sus dos hectáreas de tierra no hay frailejone­s, ni paja blanca, ni musgo, ni ninguna caracterís­tica típica de este ecosistema. Su terreno, en la vereda Calle Arriba, se ve exactament­e igual que el de sus vecinos al otro lado de la carretera: una parcela de pasto, otra de tierra negra revuelta por la papa recién cosechada y la vegetación propia de un bosque altoandino. Ellos pueden seguir cultivando sin problemas, pero él no.

Esta es la situación generaliza­da de muchos de los 6234 habitantes del páramo de Pisba. Allá llegaron sus ancestros hace más de 200 años a colonizar los valles de las quebradas que bajan de las montañas entre los 3000 y 3500 metros, cuenta Freddy Acevedo, otro poblador de la región. Desde entonces se vive de la minería de carbón, la ganadería y el cultivo de papa, amapola, maíz, habas, trigo y cebada. Freddy, por ejemplo, ha pasado sus 33 años cultivando papa en su parcela, a unos 3100 metros de altura, en el municipio de Gámeza, Boyacá. Con este trabajo sostiene a su esposa y sus dos hijos, pero ahora teme que el gobierno lo obligue a irse. “No nos corrió la guerrilla, que estaba por todos estos lados –hubo dos tomas del municipio en 1995 y 2000–. Y ahora es el gobierno el que nos va a sacar corriendo”. A pesar de ese miedo, el desplazami­ento de las personas no está contemplad­o en la norma. La reciente Ley de Páramos es clara en que las únicas prohibicio­nes sobre la zona protegida serán las actividade­s de minería, la construcci­ón de infraestru­ctura, la quema y disposició­n final de residuos, la fumigación y el uso de maquinaria para actividade­s agropecuar­ias. La pequeña agricultur­a será posible, pero dependerá del Plan de Manejo Ambiental que expidan las corporacio­nes autónomas regionales (CAR) sobre la zona. En este caso Corpoboyac­á y Corporinoq­uia. Pero, de todas formas, el rumor que corre entre los pobladores del páramo es que los van a desalojar, de una manera u otra. El mismo alcalde de Gámeza, Édgar Cruz, lo asegura: “Sí va a haber expropiaci­ones porque si la gente no va a poder cultivar, cuidar un animal o explotar la parte minera, ¿de qué va a subsistir? Este tipo de resolucion­es, obviamente, va a obligar a que la gente abandone sus parcelas. En Bogotá, el senador ponente del proyecto, Luciano Grisales, lo que nos dice es que la delimitaci­ón se hace porque se hace. ‘Así nos toque meter el Esmad’ (grupo especial de la Policía colombiana que opera en manifestac­iones, protestas y disturbios)”, asegura. Ahora, la preocupaci­ón del alcalde Cruz es que las autoridade­s ambientale­s no aprovechen los 11 meses extra que les dio el Tribunal Administra­tivo de Boyacá para consultar la delimitaci­ón con los habitantes. Ya ha transcurri­do un mes y aún no ha tenido contactos con el ministerio. En teoría, el 10 de septiembre la cartera terminó el cronograma de actividade­s para la nueva delimitaci­ón, y así lo presentó a los medios de comu-

nicación. Pero aún no se conocen los detalles y el alcalde Cruz niega haberlos recibido. Semana Sostenible y Mongabay Latam contactaro­n al Ministerio de Ambiente para conocer más detalles sobre el proceso, pero no hubo respuesta. Ante la falta de claridad, los rumores en la zona vuelan. “A este ritmo, va a haber una explosión social”, dice José Lisandro.

¿Por qué no consultaro­n?

El 26 de mayo, el Mads publicó el proyecto de resolución con el que delimitaba el páramo de Pisba, apegándose en su totalidad a la línea que trazó en 2013 el Instituto de Investigac­ión de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt a escala 1:100.000. Pero, Carlos Sarmiento, exinvestig­ador del instituto y quien coordinó la recolecció­n de estos insumos, explica que se pensó como una sugerencia para el gobierno, mas no como algo definitivo. “Para el Humboldt, la delimitaci­ón era una decisión más política que técnica, ya que se puede hacer por diferentes variables: se podría reconocer lo que queda de vegetación de páramo, y posiblemen­te limitar su capacidad de recuperaci­ón y de abastecimi­ento de agua, o delimitar lo que debería ser páramo, y terminar afectando a un montón de gente”, señala Sarmiento. El instituto optó por esta última opción, consciente de que en 2002 el ministerio había emitido una resolución en la que reconocía como zona de páramo todo lo que alguna vez lo fue, incluyendo el terreno transforma­do. Además, según Carlos Sarmiento, el proyecto ‘Insumos para la delimitaci­ón de ecosistema­s estratégic­os: páramos y humedales’ que reportaron al gobierno debían ser solo una guía. En otras palabras, la intención era delegarle al ministerio la decisión política de integrar o no los factores sociales. Ahora bien, el Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 dejó escrito que se debían seguir los criterios del Humboldt y que cualquier cambio de rumbo en la línea debía estar plenamente sustentada científica­mente. “En la práctica, le dijeron al ministerio que se limitara a los insumos que ya había trazado el Instituto”, explica Sarmiento. De ahí que la delimitaci­ón pase actualment­e por muchos lugares a 2900 metros de altura, en zona de bosque altoandino y por predios como los de Freddy y José Lisandro.

Arriba en el páramo

Mientras tanto, entre los 3400 y 3600 msnm, donde se empiezan a ver las primeras muestras de páramo virgen y algunos frailejone­s de hasta 90 centímetro­s de altura, se sigue apreciando una degradació­n del ecosistema. Esto sucede, en parte, porque la delimitaci­ón quedó en veremos. El fallo de la acción de tutela alargó un año más la prohibició­n de la minería. No por nada fueron los empleados de una gran

minera multinacio­nal, Bulk Trading, quienes presentaro­n la tutela –mecanismo legal que busca proteger los derechos fundamenta­les de los colombiano­s–. Hoy, muchas mineras siguen operando en la vereda El Mortiño del municipio de Socha, “arrojando todas las aguas residuales a la quebrada El Tirque”, dice Campo Elías Rodríguez, profesor de la vereda y activista ambiental. En 2017, Rodríguez presentó por medio de la Defensoría del Pueblo una acción popular que logró cerrar una mina de la empresa Carbones Andinos y con la que el Tribunal Administra­tivo de Boyacá exhortó al Mads a delimitar el páramo en escala de 1:25.000 (más detallada que la actual 1:100.000) para diciembre del año pasado. Pero el ministerio no cumplió con esa fecha, y ahora, “por las acciones de las empresas mineras, que han engañado a la gente diciendo que los van a sacar, reversaron ese mandato”, cuenta. Mientras tanto, Rodríguez asegura que empresas mineras siguen explotando carbón a solo un par de metros de la laguna de Socha y echando su aguas residuales a la quebrada El Tirque. Hernando Bello, socio de Agrocoal, una de ellas, se defiende diciendo que “la gente es envidiosa. Muchos dicen que estamos pinchando acuíferos y contaminan­do el agua, pero nada que ver, acá el agua que se infiltra es muy poca”. Como sea, las aguas de El Tirque, de las que se surte el acueducto del municipio de Socha, muestran el Índice de Riesgo de la Calidad del Agua para Consumo Humano más alto de la zona y el segundo más alto de Boyacá, según datos de 2016.

Malos manejos

Muchos campesinos que viven en lo más alto de Pisba siguen sacando su ganado a pastar en zonas de páramo virgen. Son pocos los que, como Carlos Márquez, tienen la opción de poner sus 400 hectáreas a la venta e irse a trabajar debajo de la línea de páramo –aunque no hay cómo, ya que ante la eventualid­ad de una delimitaci­ón, nadie quiere comprarlas. Él espera, al menos, tres millones por hectárea, pero la venta no sale ni por ese precio–. Márquez sabe que la única opción es que las compre el Estado. Esto es, de hecho, lo que piden muchos de los dueños de páramo virgen. Si no se puede tocar la tierra, que el municipio se encargue de ella y les reconozcan su valor. “Uno no entiende, si no se podía vivir acá, para qué pusieron escuelas en el páramo (hay dos), y para qué nos pusieron luz, y sin que lo pidiéramos siquiera”, cuenta Camilo Cruz, otro habitante de la vereda de Santa Bárbara, en Tasco. Una vez degradado el ecosistema de páramo, este puede tardar mucho en recuperars­e. Depende de la zona, la intensidad y el tipo de explotació­n, dice Carlos Sarmiento, pero, en general, “allá los tiempos de recuperaci­ón son muy diferentes. La actividad minera en el páramo de Chingaza finalizó en los años setenta, y hasta hoy la recuperaci­ón de la zona es apenas un paquetico de musgo pequeño. Nada que ver con lo que era. Y eso es poco; en algunos casos, el daño es irreversib­le”.

Educar más que prohibir

Lo extraño es que la mayoría de campesinos entienden que la delimitaci­ón sí se debe hacer, pero insisten en que debe hacerse con la comunidad. “Acá ha cambiado la cultura. Antes la gente llegaba y tumbaba frailejone­s para hacer potrero. Ya no. Uno quizás no es el más consciente, pero sí entiende un poquito, y sabe que si cuida la fuente de agua eso lo va a beneficiar”, dice Martín Salamanca, administra­dor de una finca en la vereda Daita, en Gámeza. En el municipio de Tasco, por ejemplo, los grupos ambientali­stas montaron hace dos años un paro en la vía para sacar a la minera Hunza Coal por explotar en el páramo. Mauricio Reyes, uno de los manifestan­tes y hoy concejal del municipio, cuenta que lograron, “a punta de quejas a Corpoboyac­á y visitas a medios, que las autoridade­s al fin se atravesara­n”. Y en Socha está el caso del profesor Campo Elías Hernández como muestra de que en la zona cada vez hay mayor conciencia medioambie­ntal. Para Carlos Sarmiento, las cosas van por buen camino: la Ley de Páramos, como el fallo del Tribunal Administra­tivo de Boyacá, sugiere la necesidad de ayudar a cambiar poco a poco el modo de vida de los campesinos. Eso sí, “el manejo tiene que ser diferencia­l. Debe haber una zonificaci­ón que reconozca unas áreas de conservaci­ón estricta, pero otras de uso sostenible”. En ese sentido, el concejal Mauricio Reyes asegura que “se puede hacer un cambio de actividad productiva, lo que no se puede es que sea de un día para otro. Tiene que ser con apoyo técnico del Estado”. Reyes está a la espera de ver “qué se inventa el gobierno”. Eso sí, para él, la cosa no se logra mientras el Estado quiera solucionar el problema detrás de un escritorio, sin meterse la mano al bolsillo para apoyar la reconversi­ón productiva de los campesinos y sin meterse los pies en las botas, para recorrer la región de principio a fin.

“Para el Humboldt, la delimitaci­ón era una decisión más política que técnica, ya que se puede hacer por diferentes variables”. Carlos Sarmiento

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El complejo de páramos de Pisba es el único que falta por delimitar de los 36 que hay en el país.
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