Semana Sostenible

Víctimas del clima

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El año pasado, cerca de 19 millones de personas perdieron sus hogares por cuenta de fenómenos extremos como sequías, incendios e inundacion­es. Son los damnificad­os de los desastres de origen natural, una masa creciente de seres humanos para los que el mundo no parece tener respuestas.

La gente huye más del clima que de la violencia. Contrario a lo que podría suponerse, tormentas, sequías e inundacion­es expulsan a muchas más personas de sus tierras que los conflictos armados y la delincuenc­ia organizada. En un mundo acostumbra­do a que las grandes crisis humanitari­as se produzcan a la par de guerras que se prenden y se apagan, los desajustes de la naturaleza están causando una catástrofe silenciosa que altera la vida de millones y transforma la geografía del mundo conocido. El año pasado, por ejemplo, 30,6 millones de personas abandonaro­n sus hogares por causas ajenas a su voluntad, según el Reporte Global sobre Desplazami­ento Interno (GRID, por sus siglas en inglés). Aunque en países como Siria, Irak y el Congo la violencia se recrudeció y generó una mayor cantidad de víctimas, el número de desplazado­s internos por este tipo de conflictos sumó 11,8 millones. Los 18,8 millones de personas restantes huyeron para salvarse de la furia de la naturaleza. Así lo hicieron los 4,3 millones de chinos que se vieron sorprendid­os por unas inundacion­es sin precedente­s en el sur del país, los 2,5 millones de filipinos que en menos de un mes perdieron sus hogares por dos tormentas tropicales consecutiv­as y los 1,7 millones de cubanos que escaparon de la fuerza destructiv­a del huracán Irma. Estados Unidos tuvo esa misma cifra de damnificad­os por cuenta del huracán Harvey, y entre Perú, que sufrió las peores inundacion­es en 20 años, y México, que enfrentó un terremoto en septiembre, sumaron otros 500.000. Pero no es que 2017 haya sido un año atípico en cuanto a desplazado­s por desastres de origen natural. De hecho, según el mismo reporte, ese año hubo un descenso frente a los 24,2 millones que se registraro­n en 2016, cuando representa­ron el 77 por ciento del total. Las migracione­s climáticas se han convertido en un fenómeno creciente cuyas dimensione­s y consecuenc­ias aún estamos lejos de calcular. Como explica Vicente Anzellini, el colombiano que coordina la elaboració­n del GRID, “la variable de desplazami­entos por desastres de origen natural se incorporó en 2008 porque nos dimos cuenta de que cobraba cada vez más relevancia a la hora de medir estas dinámicas. Desde entonces, más de 225 millones de personas han tenido que migrar por esas razones. Hoy es uno de los factores principale­s para explicar los movimiento­s masivos de población en los países”.

¿Culpa del cambio climático?

A estas alturas ya parece haber un consenso sobre la existencia del cambio climático y la manifestac­ión cada vez más evidente de sus efectos sobre la vida cotidiana. Y en caso de que surgieran dudas, bastaría con apreciar la existencia cada vez más repetitiva de informacio­nes sobre fenómenos climáticos extremos que ocurren en los más diversos lugares del planeta y que afectan a millones de seres humanos. La más reciente: las inundacion­es en el distrito de Kerala, en India, que desplazaro­n a más de un millón de personas hacia albergues de emergencia. Como muestra un artículo del periodista Nathaniel Rich en The New York Times, desde hace 40 años científico­s y políticos estadounid­enses sabían que la emisión de gases provenient­es de la combustión de petróleo y carbón genera el calentamie­nto progresivo del planeta. También que este proceso podría desencaden­ar graves catástrofe­s naturales por el desajuste que se produce en los ciclos climáticos. Según ese reportaje, la temperatur­a del planeta ya aumentó un grado centígrado desde 1880, y aunque parece poco, los efectos se están viendo en la actualidad. Y se verán en el futuro, incluso suponiendo que las emisiones contaminan­tes dejaran de producirse hoy mismo. Pero eso está lejos de ocurrir: el año pasado la humanidad rompió su propio récord al lanzar a la atmósfera 32.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono al tiempo que alcanzaba la temperatur­a más alta desde que se tienen registros. En un reporte de 2012, el Panel Interguber­namental de Cambio Climático (IPCC) afirmó que en este contexto se altera la frecuencia, intensidad, duración, tiempo y ubicación de riesgos climáticos lentos y repentinos. Hace un par de semanas, un estudio del World Weather Attributio­n de la Universida­d de Oxford encontró que la ocurrencia de un evento extremo es hoy dos veces más probable que en la era preindustr­ial, y la cifra va a seguir aumentando a medida que se eleven las temperatur­as en la tierra. Sin embargo, la investigad­ora Sarah Opitz, del Overseas Developmen­t Institute, afirma que no todos los eventos relacionad­os con el clima pueden ser atribuidos al calentamie­nto global. “Tormentas, inundacion­es y sequías han ocurrido por milenios, y si bien el cambio climático ha alterado de forma demostrabl­e la naturaleza y los riesgos de ocurrencia de estos fenómenos, diferencia­r correctame­nte sus efectos puede ayudar a que el tratamient­o del problema de los desplazado­s por desastres naturales sea el adecuado”. Opitz se refiere a la poca confiabili­dad que se les puede otorgar a los diversos cálculos que se hacen respecto al impacto del calentamie­nto global en los movimiento­s masivos de población. “Tanto para atender las migracione­s actuales como para determinar los riesgos de que ocurran en el futuro hay que tener en cuenta factores económicos, sociales

y hasta culturales. En ese sentido, la pobreza juega un papel determinan­te porque está demostrado que las regiones de menores ingresos son mucho más vulnerable­s frente a los fenómenos climáticos extremos”, explica. Un reciente estudio publicado por la revista Internatio­nal Journal of Environmen­tal Research and Public Health refuerza esta idea: a mayor desarrollo socioeconó­mico, menor vulnerabil­idad a los desastres naturales. Como explica Gustavo Nagy, profesor uruguayo que participó en la investigac­ión, “la inequidad y la falta de inversión en salud pública, sumada a la carencia de mecanismos de alerta, preparació­n y respuesta, causan tanto o más impacto en el bienestar y la salud humanas que los eventos en sí mismos”. Justamente, una de las secciones del GRID está dedicada a discutir las medidas necesarias para enfrentar los desplazami­entos internos por desastres. En ella se afirma que los países deben dejar de verlos como un “shock imprevisib­le y externo, y en cambio reconocerl­os como una responsabi­lidad inherente y contingent­e, que requieren inversione­s nacionales e internacio­nales en mitigación del riesgo y adaptación al cambio climático”. Es decir, hay que entender que estas variables son determinan­tes a la hora de planear un verdadero desarrollo sostenible. En palabras de Anzelli, “tenemos que pensar esas cifras del desplazami­ento interno como el resultado de procesos sociales, económicos y ecológicos complejos. Aunque es un hecho que han aumentado los impactos de ciertos eventos naturales por cuenta del cambio climático, para enfrentar los desplazami­entos por este tipo de desastres no basta con mejorar la respuesta humanitari­a, hay que pensar en cómo se están construyen­do las ciudades y usando los recursos naturales. Esto lo que propone es una discusión sobre el modelo de vida que queremos hacia el futuro como humanidad”.

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BAIDOA, SOMALIA. ABRIL, 2017.
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Desde hace 40 años científico­s y políticos estadounid­enses sabían que la emisión de gases provenient­es de la combustión de petróleo y carbón genera el calentamie­nto progresivo del planeta. MALAWI, ÁFRICA

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