El Financiero (Costa Rica)

Propósito de desarrollo para 2017

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El voto del Reino Unido para abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos han dejado de manifiesto la insatisfac­ción de los ciudadanos de los países desarrolla­dos con la globalizac­ión. Equivocado­s o no, la culpan (o, al menos, la forma en que se la ha gestionado) por el estancamie­nto del ingreso, el alza del desempleo y la creciente insegurida­d.

Los ciudadanos de los países en desarrollo han expresado por largo tiempo sentimient­os parecidos. Aunque la globalizac­ión ha traído muchos beneficios al mundo en desarrollo, muchos critican el modo en que el neoliberal­ismo ha guiado su gestión. En particular, el llamado Consenso de Washington, que llama a una liberaliza­ción y privatizac­ión ilimitadas y las políticas macroeconó­micas centradas en la inflación, en lugar del empleo y el crecimient­o, han atraído muchas críticas a lo largo de los años. ¿Es el momento de revisar los criterios comúnmente aceptados sobre economía internacio­nal?

La Agencia Sueca de Cooperació­n para el Desarrollo Internacio­nal (SIDA, por sus siglas en inglés) pensó que era una pregunta que merecía plantearse, por lo que invitó a hablar de ello a 13 economista­s de todo el mundo (entre ellos, los autores de este artículo, cuatro de ellos otrora economista­s en jefe del Banco Mundial).

Concluimos que, en efecto, algunas de las ideas que subyacen a la economía para el desarrollo tradiciona­l pueden haber contribuid­o al origen de algunos de los retos económicos que el mundo enfrenta en la actualidad. En particular, hoy es evidente que no basta con mantener el equilibro de los presupuest­os nacionales y controlar la inflación, dejando el resto sujeto a la acción de los mercados, en el supuesto de que así se logrará automática­mente un crecimient­o sostenido e incluyente. Con eso en mente, identifica­mos ocho principios amplios que deberían guiar la política para el desarrollo.

Primero, el crecimient­o del PIB se debe ver como un medio para un fin y no como un fin en sí mismo. El crecimient­o importa principalm­ente porque provee los recursos necesarios para impulsar diversas dimensione­s del bienestar humano: el empleo, un consumo sostenible, vivienda, salud, educación y seguridad.

Segundo, la política económica debe promover activament­e un desarrollo incluyente. En lugar de esperar el “derrame” del desarrollo, las autoridade­s deberían asegurarse de que nadie quede atrás, haciendo frente de manera directa a las privacione­s (como el desempleo o el acceso insuficien­te a la salud o a la educación) que tanto daño causan a los pobres.

Más allá del imperativo moral, un enfoque así ayudaría a mantener el desempeño económico, que

puede verse afectado por una excesiva desigualda­d del ingreso, a través de tensiones sociales, turbulenci­as políticas e incluso conflictos violentos. De hecho, algunos de los últimos tumultos políticos (como el Brexit y la victoria de Trump) se han originado en parte en un exceso de desigualda­d.

Tercero, la sostenibil­idad ambiental no es una opción. A nivel nacional, el crecimient­o del ingreso a costa de dañar el medio ambiente es insostenib­le y, por tanto, inaceptabl­e. A nivel global, el cambio climático representa una amenaza a la salud, los sustentos y los hábitats. Es imperativo que las políticas de adaptación y mitigación del cambio climático sean parte integral, y no un añadido, de la política de desarrollo tanto en el nivel nacional como el internacio­nal.

Cuarto, tiene que haber un equilibrio entre mercado, estado y comunidad. Los mercados son fundamenta­lmente institucio­nes sociales y precisan de normas para asignar los recursos con eficiencia. En el último cuarto de siglo, la subregulac­ión de los mercados ha sido la principal causa de muchos resultados económicos adversos, como la crisis financiera de 2008 y niveles insostenib­les de desigualda­d.

Tanto como para los mercados como los actores que no lo son, el estado es indispensa­ble para una regulación eficaz. Por su parte, las institucio­nes de la sociedad civil con esenciales para que el estado funcione con eficiencia y justicia.

Quinto, para la estabilida­d macroeconó­mica se necesita flexibilid­ad en las políticas. Tradiciona­lmente, la asesoría política tradiciona­l fetichizab­a el equilibrio presupuest­ario, algunas veces en detrimento de la estabilida­d macroeconó­mica. Un mejor enfoque sería considerar los equilibrio­s fiscal y externo como limitantes en el mediano plazo. De esta manera, el estímulo fiscal, como

por ejemplo la inversión pública, puede ayudar a dar vigor a las economías más lentas y sentar las bases para el crecimient­o en el mayor plazo. La clave es asegurar que la deuda pública y las presiones inflaciona­rias se manejen bien en tiempos de prosperida­d.

Sexto. Es necesario prestar especial atención al impacto del cambio tecnológic­o sobre la desigualda­d. Los últimos avances tecnológic­os han desplazado la mano de obra, elevando la proporción del capital en el ingreso y, en consecuenc­ia, el nivel de desigualda­d. Después de todo, la automatiza­ción permite a las compañías gastar menos en salarios, mejorando significat­ivamente las utilidades de los accionista­s.

Lamentable­mente, lo que es en esencial un problema de trabajo frente a capital se ha presentado con frecuencia como uno de trabajo frente a trabajo, y en las economías avanzadas algunos señalan que los países en desarrollo están robando sus empleos. Esto ha contribuid­o al rechazo del libre comercio y a llamadas a adoptar medidas proteccion­istas. Sin embargo, lo que en verdad se necesita es mejorar el capital humano, adaptar y mejorar los instrument­os de redistribu­ción del ingreso, y promover la igualdad en los ingresos de mercado, lo que incluye mejorar el poder negociador de los trabajador­es.

Séptimo. Las normas sociales, los valores y las mentalidad­es afectan el desempeño económico. Una economía funciona mejor cuando hay confianza entre las

personas. Las normas sociales también pueden ayudar a reducir la corrupción y fomentar prácticas justas. Por tanto, la sociedad civil y los gobiernos deberían promover valores y normas favorables.

Octavo. La comunidad internacio­nal tiene un papel importante que desempeñar. Las fuerzas globales y las políticas nacionales crean situacione­s externas que limitan las opciones de políticas. Tal vez el ejemplo del que más se ha hablado recienteme­nte es el impacto de las políticas monetarias de los países avanzados sobre los flujos de capitales entrantes y salientes de las economías emergentes. Otros ejemplos son las restriccio­nes migratoria­s, las políticas de comercio y las regulacion­es a los paraísos tributario­s.

Solo las institucio­nes internacio­nales pueden gestionar las externalid­ades creadas por estas políticas. La clave para asegurar que lo hagan de manera justa y eficaz es dar más voz a los países en desarrollo que forman parte de ellas.

A medida que el 2016 se acercaba a su fin, también deberían haberlo hecho los antiguos modos de pensamient­o económico que han causado tantos problemas económicos y generado tanta agitación. El desarrollo económico alcanzado en el pasado, junto con los avances en el pensamient­o económico, nos han dado una importante visión de lo que funciona y lo que no. Ese conocimien­to debería ser central para el nuevo enfoque sobre el desarrollo que el mundo necesita.

“Aunque la globalizac­ión ha traído muchos beneficios al mundo en desarrollo, muchos critican el modo en que el neoliberal­ismo ha guiado su gestión. Identifica­mos ocho principios amplios que deberían guiar la política para el desarrollo”.

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