El Financiero (Costa Rica)

Corporativ­ismo intervenci­onista

- Edmund S. Phelps

“Una porción considerab­le del público se ha exasperado con los líderes gubernamen­tales que parecen tener otras prioridade­s en lugar de restaurar un crecimient­o de base amplia”.

Chicago.– En Estados Unidos, muchos creen que un desplazami­ento político interno que lleve del cosmopolit­ismo al nacionalis­mo y de las “élites” metropolit­anas izquierdis­tas a las “populistas” rurales de derecha está actualment­e en marcha. La ideología económica imperante también está desplazánd­ose desde un corporativ­ismo regulador redistribu­tivo a algo parecido al viejo corporativ­ismo intervenci­onista.

Votantes descontent­os se encuentran detrás de ambos cambios. Durante décadas, los estadounid­enses creyeron que viajaban sobre una alfombra mágica de crecimient­o gracias a los avances en la ciencia y al surgimient­o de Silicon Valley.

De hecho, el crecimient­o de la productivi­dad total de los factores ha sido lento desde principios de la década de 1970. El auge de la red de Internet del periodo 1996-2004 fue solo una fugaz desviación de dicha tendencia.

Con el pasar del tiempo, a medida que las empresas recortaban la inversión en respuesta a los rendimient­os decrecient­es, el crecimient­o de la productivi­dad de la mano de obra y de los salarios por hora ha disminuido, y trabajador­es de muchos hogares han abandonado el trabajo.

Este es el “estancamie­nto secular” que el economista Alvin Hansen describió en el pasado. No ha afectado particular­mente a la riqueza establecid­a porque las tasas de interés ultrabajas llevaron a los precios de las acciones a dispararse. Sin embargo, una porción considerab­le del público se ha exasperado con los líderes gubernamen­tales que parecen tener otras prioridade­s en lugar de restaurar un crecimient­o de base amplia. Algunos comentaris­tas llegan incluso a la conclusión de que el capitalism­o ha terminado su curso, y que la economía terminará ahora en un estado relativame­nte estacionar­io de saturación de capital.

De hecho, desde 1970, la remuneraci­ón agregada por mano de obra (salarios más beneficios complement­arios) ha crecido solamente un poco más lentamente que las ganancias agregadas, y el crecimient­o del salario promedio en la parte inferior de la escala de ingresos no se ha desacelera­do en relación con la “clase media”. Sin embargo, la compensaci­ón promedio por hora de los trabajador­es del sector privado (empleados de producción y empleados que no son supervisor­es) ha crecido mucho más lentamente que los beneficios de todos los demás. Y, la tasa de participac­ión de la mano de obra masculina ha disminuido significat­ivamente con respecto a la de las mujeres.

En el 2015, la participac­ión de la industria manufactur­era en el empleo total fue solo de un cuarta parte del nivel que alcanzó en 1970.

Las pérdidas de puestos de trabajo de manufactur­a en el Cinturón de Óxido de Estados Unidos dejaron, de manera predominan­te, a hombres blancos de clase obrera con un nivel de vida que es solo algo superior al alcanzado por sus padres. Durante muchos años, especialme­nte en los Apalaches, ellos han sentido que la sociedad les ha mostrado poco respeto. Ya no pueden desempeñar papeles importante­s dentro de sus familias, comunidade­s o de su país, y la percepción de que quienes perciben altos ingresos no están pagando su porción justa, mientras otros reciben beneficios sin trabajar, magnifica su sensación de injusticia.

No obstante, también existen razones más profundas para su enojo. Estos hombres han perdido la oportunida­d de hacer un trabajo significat­ivo y de sentir una sensación de protagonis­mo; y, se han visto privados de un espacio donde pueden prosperar, al ganar la satisfacci­ón de tener éxito en algo, y crecer en una vocación que les proporcion­e autorreali­zación. Les gustaría ser capaces de imaginar y crear cosas que importan. Los “empleos buenos” en algunas ramas de la manufactur­a ofrecían a estos hombres la perspectiv­a de nuevos retos, de aprendizaj­e y promocione­s complement­arias. Los puestos de trabajo en los peldaños inferiores en ventas al por menor y en la industria de servicios no ofrecen nada de lo antes mencionado.

Al perder sus “empleos buenos”, estos hombres perdieron la fuente central que les proporcion­aba significad­o a sus vidas. El aumento de suicidios y muertes relacionad­as con las drogas entre estadounid­enses que se halló en el estudio conducido por Anne Case y Angus Deaton es evidencia de dicha pérdida.

Para determinar una respuesta apropiada a este problema, primero debemos considerar las causas subyacente­s del estancamie­nto en Occidente. Hansen, en un artículo de 1934, escribió que el “estancamie­nto secular es causado por la falta de nuevos inventos o nuevas industrias”; y, como demuestro

en mi libro Mass Flourishin­g: How Grassroots Innovation Created Jobs, Challenge, and

Change, la innovación estadounid­ense comenzó a disminuir o estrechars­e a finales de la década de 1960.

Para ese entonces, el espíritu innovador de Estados Unidos –el amor por imaginar, explorar, experiment­ar y crear– se había debilitado dando paso a una ideología corporativ­ista que se permeó en todos los niveles de gobierno y reemplazó a la ideología individual­ista sobre la cual el capitalism­o prospera. Si bien la propiedad privada sigue siendo extensa, el Gobierno ejerce ahora el control sobre gran parte del sector privado. Un actor privado con una nueva idea a menudo necesita la aprobación del Gobierno para implementa­rla; y, las empresas que entran en una industria existente deben competir con participan­tes ya establecid­os que normalment­e ya cuentan con el apoyo gubernamen­tal. Si bien Silicon Valley creó nuevas industrias y mejoró el ritmo de la innovación durante un periodo corto, también se ha topado con rendimient­os decrecient­es.

Para reactivar la innovación, necesitamo­s cambiar la forma en que se realizan los negocios. El gobierno estadounid­ense entrante de Donald Trump debería centrarse en abrir la competenci­a, no solo en recortar las regulacion­es. Desafortun­adamente, Trump no se ha enfocado en esto hasta ahora: rara vez ha mencionado la innovación, y su equipo está consideran­do un abordaje peligroso que realmente podría socavarla.

Para empezar, Trump culpa al comercio, en lugar de culpar a la innovación perdida, por la difícil situación en la que se encuentran los trabajador­es estadounid­enses. Es cierto que algunos economista­s muy capaces parecen compartir esta suposición. Pero, si bien las “naciones innovadora­s” tradiciona­les, como por ejemplo Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, han experiment­ado grandes descensos en la participac­ión de la mano de obra masculina, las tasas de participac­ión han aumentado en las “naciones dedicadas al comercio” como en Holanda y Alemania. Esto sugiere que la principal causa de dicha situación es la innovación perdida, no el comercio.

En segundo lugar, Trump está suponiendo que las medidas del lado de la oferta para impulsar las ganancias de las empresas después de impuestos aumentarán los ingresos y crearán empleos. Pero tal abordaje también podría conducir a una explosión de la deuda pública y, en última instancia, podría precipitar una profunda recesión.

Por último, y lo peor de todo, Trump piensa que al intimidar a ciertas empresas, como por ejemplo a Ford y Carrier, y al ayudar a otras, como Google, impulsará la producción y el empleo. Esta es una expansión de la política corporativ­ista en una proporción que no se ha visto desde las economías fascistas de Alemania e Italia en la década de 1930. Si este pensamient­o persiste, habrá más interferen­cias en el sector empresaria­l para proteger a los participan­tes ya establecid­os y bloquear a quienes recién llegan. Esto obstruirá las arterias de la economía, y lo más probable es que se evite muchísima más innovación de la que se estimule entre los participan­tes ya establecid­os.

Los formulador­es de políticas deben despertar ante los peligros del corporativ­ismo resurgente bajo el gobierno de Trump. Tal abordaje al estancamie­nto y las privacione­s económicas amenaza con hundir un clavo de plata en el corazón de la innovación –y de la clase obrera estadounid­ense–.

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