El Financiero (Costa Rica)

¿Globalizac­ión proteccion­ismo?

- Miguel A. Rodríguez

Ala par de la pérdida de apoyo que viene sufriendo la democracia y del avance de los populismos en este siglo XXI, se da un deterioro en el proceso de globalizac­ión que venimos gozando después de la II Guerra Mundial.

Ya desde hace prácticame­nte una década las críticas contra la apertura y el libre movimiento de bienes y servicios, capitales y personas no han provenido solo de empresario­s empeñados en conquistar privilegio­s, cerrando sus mercados para no tener que competir; de sindicalis­tas luchando en contra de lo que veían como robo de sus puestos; de jóvenes idealistas y de populistas y socialista­s hipnotizad­os por la magia del estado nacional omnipotent­e.

También economista­s prestigios­os y pensadores, comprometi­dos con la importanci­a de libertad y que reconocen las ganancias de la globalizac­ión (de 1980 a 2013 la pobreza absoluta cayó de 42,15% de la población a 10,68%), vienen señalando que no se puede menospreci­ar el impacto negativo de la apertura en las personas que pierden sus trabajos, y que no han recibido compensaci­ón.

Además, las personas no solo necesitamo­s ingresos.

El trabajo, la participac­ión en la producción es una necesidad que tenemos para sentirnos útiles y defender nuestra autoestima. También, muchos trabajador­es preferiría­n mantenerse en lo conocido, en vez de oír de reentrenam­ientos y cambios de domicilio para usar las nuevas oportunida­des laborales de las actividade­s de exportació­n.

Ciertament­e la frustració­n de las personas desemplead­as o subemplead­as y el resentimie­nto por sentirse discrimina­dos en el disfrute de los frutos del progreso, no pueden achacarse solo y ni siquiera principalm­ente, al intercambi­o internacio­nal y la migración. El cambio tecnológic­o que conjuntame­nte con la globalizac­ión han enriquecid­o a los ciudadanos de los países más desarrolla­dos y sacado de la pobreza a cientos de millones de personas en las naciones menos desarrolla­das, ha jugado un papel prioritari­o en la pérdida de empleos industrial­es en los primeros y en la creación de informalid­ad y subempleo en los últimos.

Pero no se trata solo de un incremento en las fuerzas intelectua­les contrarias a la globalizac­ión. Desde la gran recesión, las fuerzas de la globalizac­ión se han visto disminuida­s en los hechos.

La globalizac­ión no es un fenómeno nuevo ni occidental. Podríamos argumentar que se inicia con la migración de nuestros primeros antecesore­s desde África a Cercano Oriente, Asia Sur y Oriental, Oceanía y Europa.

La formación de los antiguos imperios, y el establecim­iento de las rutas comerciale­s en el Mediterrán­eo, el Imperio Romano, la unión de China, la ruta de la seda, la conquista de América son ejemplos de globalizac­ión.

La onda globalizad­ora anterior a la actual tuvo un extraordin­ario vigor y dinamismo. Aunque ya venía desarrollá­ndose desde el inicio del siglo XIX, se aceleró en el último tercio de ese siglo y empezó su declive con la I Guerra Mundial. Posteriorm­ente hubo un gran retroceso con una caída en el porcentaje de las exportacio­nes respecto del PIB mundial, del capital invertido extranjero invertido en los países en desarrollo y de la proporción de migrantes en la población mundial.

En el actual proceso globalizad­or, la población migrante sigue creciendo, pero la Gran Recesión hizo disminuir el movimiento de capitales y de bienes en 2008. Luego el movimiento de dinero –sobre todo por inversión directa extranjera e inversión financiera, no por deuda externa– retomó su pauta ascendente, pero mucho más lentamente. Las exportacio­nes en cambio fueron una proporción menor del PIB mundial en 2015 que antes de esa crisis financiera, y según anuncio reciente de la Organizaci­ón Mundial del Comercio, en 2016 crecieron menos que el PIB mundial.

¿Estamos al final de la actual ola globalizad­ora?

La historia muestra que el progreso institucio­nal tiene avances y retrocesos. ¿Estaremos en el punto de inflexión que da inicio a una contracció­n de la integració­n internacio­nal?

Los números no son determinan­tes. Los niveles alcanzados en esta ola globalizad­ora en cuanto a exportacio­nes de mercadería­s en proporción al PIB Mundial y en migración en relación con la población total son mayores en mucho a los de la ola globalizad­ora anterior, pero ellos por sí solos no indican si seguirán superándos­e o estamos por iniciar su declive.

Además del debilitami­ento del movimiento de capitales y de mercadería­s hay factores políticos que amenazan la globalizac­ión. La creciente frustració­n de los trabajador­es que ven perder sus puestos por la importació­n de mercadería­s extranjera­s más baratas significa una grave amenaza para la globalizac­ión. Los populismos nacionalis­tas son un claro ejemplo de ello. Ya en 2010 Dani Rodrik en The

Globalizat­ion Paradox argumentó que no se pueden satisfacer simultánea­mente la democracia nacional, la autodeterm­inación de la naciones y la globalizac­ión económica, pues esta última requiere reglas internacio­nales que a menudo –como ahora ocurre en diversas naciones avanzadas– pueden ser opuestas a los deseos de sus mayorías.

Por otra parte, un elemento diferencia­dor de esta ola globalizad­ora es la extraordin­aria velocidad y el bajísimo costo de la transferen­cia internacio­nal de ideas, tecnología­s y experienci­as.

Esta revolución de infocomuni­cación acerca a las personas y empresas de diversos países de manera tan intensa que es difícil prever consecuenc­ias, pero es claro que facilitan la globalizac­ión, casi que con independen­cia de las decisiones de las naciones.

En el choque entre la eficiencia económica y la infocomuni­cación, y la no atención a las justas demandas de los trabajador­es desplazado­s y la reacción política nacionalis­ta en contra del libre intercambi­o ¿cuál triunfará?

“Hay debilitami­ento en movimiento de mercadería y políticas que amenazan la globalizac­ión”.

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