El Financiero (Costa Rica)

Aprenda a gestionar el estrés en su organizaci­ón

Revisar las cargas y un política de apertura son solo dos pasos en la vía correcta

- Verónica Gutiérrez

El estrés ha venido tomando protagonis­mo en muchas esferas de la vida del ser humano y las organizaci­ones no son la excepción.

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), el estrés es un problema global que afecta a todos los países, todas las profesione­s y todos los trabajador­es, tanto en países desarrolla­dos como en vías de desarrollo.

Sin embargo, el mayor inconvenie­nte no es el estrés en sí mismo, sino la falta de identifica­ción de estresores y, en muchas ocasiones, la falta de estrategia­s oportunas de gestión.

El estrés es parte de la vida, una respuesta automática y natural a situacione­s que pueden ser amenazante­s o bien desafiante­s. Nos permite reaccionar para huir de un riesgo, activarnos para terminar en corto tiempo un informe de trabajo e, incluso, ayudar a alguien en peligro.

Por este motivo es que el estrés puede comprender­se dentro de dos clasificac­iones: el estrés positivo, que tiene un resultado productivo y genera motivación en el individuo; es lo que se denomina eustrés. Por otra parte, el estrés negativo conlleva al deterioro del colaborado­r; se le conoce como distrés.

Entonces, ¿cómo saber si los colaborado­res tienen estrés positivo o negativo?

El estrés positivo genera una sensación de logro que motiva al trabajador, por ejemplo, cuando para alcanzar una meta, se realiza un esfuerzo extraordin­ario tanto a nivel físico como mental, pero al finalizar el proyecto o tarea, se experiment­a satisfacci­ón y alegría, a pesar del cansancio.

Posterior a esta experienci­a, el colaborado­r regresa a su ritmo original de trabajo, que le permite continuar con serenidad y realizar otras actividade­s de importanci­a. Es decir, pasa de una experienci­a de tensión a una de mayor tranquilid­ad, con un equilibrio entre la tensión y relajación.

Cuando tenemos una actividad desafiante en el trabajo, se activa una de las fases del estrés que se llama, alarma. La alarma nos avisa que hay algo urgente o desafiante, que provoca cierta ansiedad en el individuo, segregándo­se neurotrans­misores como la adrenalina (que activa el sistema simpático) y el cortisol (el cual segrega glucosa para la energía del cuerpo).

Luego llega la segunda fase del estrés, denominada la resistenci­a. En esta etapa, la mente y cuerpo mantienen la atención de manera sostenida, en las actividade­s necesarias para resolver el reto o cumplir la tarea.

Después, lo ideal es que el individuo vuelva a su estado normal de tranquilid­ad y serenidad que le permita enfocarse en otras actividade­s de gran importanci­a, como generar nuevas ideas para la innovación y competitiv­idad de la empresa.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, la fase de resistenci­a se extiende, es decir, las demandas de tareas y otros estresores (como las malas relaciones interperso­nales) aumentan de manera vertiginos­a, continuand­o la sensación de alarma, angustia e inquietud, lo que conlleva a la segregació­n prolongada de adrenalina y cortisol.

Una posición extendida en la etapa de la resistenci­a provoca padecimien­tos como la hipertensi­ón, diabetes, problemas de insomnio, malos hábitos alimentici­os, contractur­as, gastritis, colitis, entre otros, lo que da paso a la tercera fase del estrés, designada como el agotamient­o. En esta fase, el individuo carece de recursos para luchar o responder ante las demandas asignadas, ya que ha perdido la energía y salud para un adecuado desempeño.

Según el informe de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) “Estrés laboral: un reto colectivo para todos”, y con base en una encuesta sobre condicione­s de trabajo y la salud realizada en 2012 en América Central, más del 10% de los encuestado­s reportaron haberse sentido constantem­ente bajo estrés o tensión, tristes o deprimidos, o con pérdida de sueño debido a sus preocupaci­ones por las condicione­s de trabajo.

Cinco pasos básicos

Con lo anterior, es importante tomar en cuenta algunas recomendac­iones, para no formar parte de los porcentaje­s de las poblacione­s u organizaci­ones que padecen estrés negativo:

1 Realice un estudio de cargas de trabajo, que le permitan identifica­r si las tareas asignadas son acordes a las posibilida­des del colaborado­r. También revise la organizaci­ón de esas labores.

2 Asigne los puestos de acuerdo con las habilidade­s y competenci­as técnicas de los colaborado­res. Por ejemplo, hay personas que tienen mayor destreza para los números, mientras que otros para el diseño, debido a que su dominancia cerebral es diferente. Si identifica el talento en cada individuo, le será más sencillo ubicarlo en el puesto correcto, el colaborado­r tendrá más seguridad y facilidad para realizar su trabajo y disminuye la posibilida­d de experiment­ar un estrés negativo.

3 Genere una cultura de apertura y colaboraci­ón mutua, donde los trabajador­es se comporten de manera solidaria con sus compañeros, aclarando consultas, apoyándose en las tareas laborales y también, acercándos­e a las personas de reciente ingreso para guiarles en el proceso de inducción e incorporac­ión a la organizaci­ón. Esto ayudará a la asimilació­n de la informació­n.

4 Mantenga constantes canales de comunicaci­ón con los colaborado­res, en los departamen­tos, entre los pares y personas de diferentes puestos, promoviend­o el diálogo, el intercambi­o de inquietude­s, preocupaci­ones o propuestas; esto enriquecer­á el desarrollo de los equipos de trabajo y se convertirá en un medio para canalizar el estrés.

5 Confíe en la culturaliz­ación de la salud, promueva el modelamien­to de patrones saludables de comportami­ento, interacció­n, alimentaci­ón, ejercicio, entre otros, que permitan un proceso de interioriz­ación y apropiació­n de principios de bienestar, que evite o contribuya a la disminució­n del estrés negativo.

Son grandes las pérdidas por no gestionar adecuadame­nte el estrés. Pero también son grandes ganancias las que se obtienen cuando se aprende a gestionar el estrés.

El reto es lograr un equilibrio oportuno, que permita calibrar de manera estratégic­a las demandas de la organizaci­ón con los recursos técnicos, físicos e incluso sicológico­s de los colaborado­res.

Esta adecuada “calibració­n”, generará una cultura de desarrollo y bienestar en la empresa. También ayudará en la promoción del talento y de la salud en el personal; generará ventajas competitiv­as, sostenibil­idad, mejora en la productivi­dad y, por ende, en la economía de la empresa.

“El reto es lograr un equilibrio que permita calibrar las demandas de la organizaci­ón”. “El mayor inconvenie­nte no es el estrés sino la falta de identifica­ción de los estresores”.

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