La tentación de la miopía política
El nuevo panorama político del país impone reformas urgentes a la institución parlamentaria; algunas de ellas al reglamento legislativo, pero sin pensar que la clave para su mejor funcionamiento reside exclusivamente en estas.
La institución legislativa no está aislada, es parte de un sistema de partidos, de un sistema político y de una cultura política.
Tampoco es una fábrica de leyes. Es parte de la división de poderes que asegura el gobierno general del Estado, tiene funciones de control político y de nombramiento de miembros de los otros poderes.
Es un componente de un sistema y de un proceso político que se ha vuelto más complejo por la irrupción de actores diversos que no existían inicialmente.
La diversidad ha hecho complejo el proceso de formulación de demandas desde la sociedad; urge refinar los mecanismos de escucha parlamentaria.
La diferenciación social ha producido un sistema de partidos en transición del bipartidismo al multipartidismo, con las conocidas consecuencias de una fragmentación legislativa que hace muy difícil las negociaciones y los acuerdos.
Mejorar el ejercicio de las funciones del Parlamento pasa por reconocer la complejidad del panorama. No se trata solo de cambios en la organización, en sus normas de funcionamiento interno, sino de repensar sus funciones, lo que incluye el rediseño de los mecanismos de relación con los otros poderes del Estado.
Es imperativo repensar la ubicación en el tiempo de las sesiones extraordinarias y ordinarias. Sería aconsejable empezar la primera legislatura con un periodo de sesiones extraordinarias para facilitar al Poder Ejecutivo la ejecución de su programa de gobierno.
También hay que esforzarse por desterrar las visiones que satanizan los acuerdos políticos y predican una santidad política que estigmatiza el reconocimiento de los intereses específicos de los actores.
Es evidente que la fragmentación legislativa impone cambios en el sistema electoral para facilitar la construcción de mayorías, sin denegar representación a las minorías. La combinación de lista nacional proporcional con circunscripciones territoriales uninominales o binominales podría ser una salida para reducir la atomización de nuestro Poder Legislativo.
Es preciso no caer en el reduccionismo simplista. Limitar la transformación del Congreso a cambios en su reglamento es dejar de lado esta multiplicidad de factores, es preciso actuar sobre varios registros, aunque también es necesario plantear reformas viables y puntuales.
La viabilidad de los cambios está vinculada a una lectura de los intereses electorales de los partidos representados en el Parlamento. Si se percibe que las reformas perjudicarían el futuro de los partidos, estas estarán condenadas al fracaso.
Hay que evitar las reformas integrales, camino directo a la derrota pues los opositores, quienes rápidamente presentarían mociones de enmienda, harían imposible la transformación.
Algunos de los promotores de los cambios integrales y radicales aducen como principal argumento la edad del reglamento. Esta argumentación es débil, la razón del cambio no son los años sino las modificaciones sociopolíticas antes comentadas. Un buen reglamento es aquel que guarda sintonía con los cambios, aunque guarde permanencia en su estructura fundamental.
Es claro que hay reformas urgentes que aguardan su aprobación, como son plazos más rígidos para la votación de los proyectos, limitar el tiempo en el uso de la palabra en comisiones y en el plenario, el quórum para sesionar debe limitarse al número de diputados necesarios para la apertura de la sesión y para la votación de los proyectos y el uso de las mociones de reiteración debe restringirse. Igualmente deben establecerse rutas más ágiles para conocer los resultados de las comisiones investigadoras y realizar los nombramientos de miembros de otros poderes e instituciones.
Los espacios de control político deben permanecer en el reglamento, aunque más regulados y complementados por la introducción de la comparecencia regular del ministro de la Presidencia.
El correcto discurrir del proceso parlamentario pasa por necesarias reformas a su reglamento. Sin embargo, es necesario tener presente que este cambio debe ir acompañado paralelamente por modificaciones en la cultura política parlamentaria, en el sistema electoral y en las relaciones entre la Asamblea Legislativa y el Poder Ejecutivo, la transformación debe emprenderse con visión sistémica.
“Limitar transformación la de la Asamblea Legislativa a cambios en su reglamento es dejar de lado una amplia multiplicidad de factores”.