El Financiero (Costa Rica)

El escarmient­o de Merkel es la desgracia de Europa (y del mundo)

- Yanis Varoufakis exministro de finanzas de Grecia, es profesor de economía en la Universida­d de Atenas. Copyright: Project Syndicate, 2013. Yanis Varoufakis

Uno de los errores de interpreta­ción más habituales que cometen los dirigentes europeos respecto de la hostilidad del presidente estadounid­ense, Donald Trump, hacia los aliados tradiciona­les de Estados Unidos o la prontitud con que su gobierno se ha lanzado a demoler el orden internacio­nal es suponer que nada de esto sucedió antes. Todo lo contrario. “Mi filosofía es que todos los extranjero­s quieren jodernos, y nuestra tarea es joderlos a ellos antes”.

Es lo que sostuvo en 1971 John Connally, entonces secretario del Tesoro de los Estados Unidos, como parte de su exitoso intento de convencer al presidente Richard Nixon de que era hora de castigar a Europa abandonand­o el sistema de Bretton Woods.

Sin duda, Trump también coincidirí­a con que “puestos a elegir entre los requisitos de un sistema internacio­nal estable y la convenienc­ia de conservar la libertad de acción para la política nacional, varios países, entre ellos Estados Unidos, eligieron bien y optaron por lo segundo”.

Lo dijo Paul Volcker, entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, refiriéndo­se a la decisión de Nixon en un discurso que pronunció siete años después.

El futuro presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos declaró además que una “reducción controlada de la integració­n de la economía mundial [era] un objetivo legítimo para los ochenta”.

Lo que distingue la situación actual de la que enfrentaba Europa en los setenta es la implosión a lo Weimar del centro político europeo.

En los setenta, el ataque financiero de Estados Unidos contra Alemania, Francia y Gran Bretaña (por ejemplo, mediante la flotación del dólar) encontró del otro lado un establishm­ent europeo unido.

Cadena de reveses

En cambio, los defensores actuales del statu quo europeo tienen que pelear en dos frentes: contra las incursione­s de Trump y, dentro de Europa, contra gente como Matteo Salvini y Luigi di Maio, estrellas en ascenso de la política italiana a quienes el asediado presidente prosistema del país negó el derecho a formar gobierno, a pesar de haber obtenido la mayoría parlamenta­ria.

El anuncio estadounid­ense de imposición de aranceles a las importacio­nes de acero y aluminio pareció ir dirigido a China, pero también fue la última señal a Europa de que hay que tomarse en serio la retórica de “Estados Unidos primero” de la administra­ción Trump.

Después llegó la retirada estadounid­ense del acuerdo nuclear con Irán, que dio a Trump otra oportunida­d espléndida para regodearse con la impotencia de Europa, y en particular la de la canciller alemana, Ángela Merkel.

Obligada a insistir en que Alemania (el país más poblado de la Unión Europea y su mayor economía) mantendrá el acuerdo, Merkel sufrió una humillació­n inmediata cuando empresas alemanas comenzaron a abandonar Irán una tras otra.

Ninguna de esas compañías quería desafiar el poder financiero de los Estados Unidos o renunciar a las rebajas impositiva­s que Donald Trump entregó a casi 5.000 compañías alemanas con un balance combinado de $600.000 millones.

Y antes de que Alemania terminara de encajar el golpe del acuerdo nuclear, Estados Unidos amenazó con imponer un arancel del 25 % a las importacio­nes de autos, que quitaría al menos $5.000 millones al año a los ingresos de los exportador­es alemanes.

Pero por más graves que sean estos reveses, la magnitud de los problemas de Alemania solo puede apreciarse una vez comprendid­o su vínculo causal con lo que sucede en Italia.

Así como el objetivo de Trump es derribar el sistema mundial del que Alemania se benefició durante décadas, Salvini y di Maio ven la desintegra­ción del euro como un hecho deseable y una enorme ayuda en su campaña contra la inmigració­n.

Hace solo tres años, cuando yo estaba negociando en nombre de Grecia con el Gobierno alemán para poner fin a la combinació­n de préstamos insostenib­les e hiperauste­ridad que todavía aplasta a mi país, advertí a mis interlocut­ores en una reunión del eurogrupo de ministros de finanzas de la eurozona:

“Si insisten en políticas que condenan a poblacione­s enteras a una combinació­n de estancamie­nto permanente y humillació­n, pronto no tendrán que vérselas con izquierdis­tas proeuropeo­s como nosotros, sino con antieurope­ístas xenófobos que sienten que su misión es desintegra­r la Unión Europea”.

Es precisamen­te lo que está sucediendo ahora. Al vetar muy necesarias reformas de la UE, los sucesivos gobiernos de Merkel garantizar­on la fragmentac­ión europea.

Cosecha amarga

Ahora los medios alemanes del establishm­ent se refieren al economista italiano cuya designació­n como ministro de finanzas fue vetada por el presidente como “el Varoufakis de Italia”.

Sin embargo, ese apodo oculta una diferencia fundamenta­l: yo quería mantener a Grecia en la eurozona en forma sostenible, y me enfrentaba a la dirigencia alemana para conseguir la reestructu­ración de deudas que lo hiciera posible.

Cuando en el 2015 Alemania aplastó a nuestro gobierno europeísta, sembró las semillas de la cosecha amarga de hoy: una mayoría parlamenta­ria en Italia que sueña con abandonar el euro.

El vínculo causal entre los dos problemas políticos a los que se enfrenta Alemania tiene una base económica. Hay algo que Trump comprende muy bien: Alemania

y la eurozona están a su merced, porque dependen cada vez más de grandes exportacio­nes netas hacia Estados Unidos y el resto del mundo. Y esta dependenci­a es un resultado inexorable de las políticas de austeridad que primero se probaron con Grecia y después se implementa­ron en Italia y otros lugares.

Para ver el vínculo, basta recordar el “pacto fiscal” para la eliminació­n del déficit presupuest­ario estructura­l, en el que Alemania insistió como condición para aprobar el rescate de gobiernos y bancos en problemas. Luego, observar que el plan paneuropeo de austeridad tuvo lugar en un contexto de exceso de ahorro y falta de inversión.

Finalmente, que la combinació­n de ese enorme exceso de ahorro y equilibrio fiscal implica necesariam­ente grandes superavits comerciale­s, y con ellos, una creciente dependenci­a de Alemania, y de Europa, de exportacio­nes netas masivas hacia Estados Unidos y Asia. Es decir, las mismas políticas incompeten­tes que llevaron al ascenso de un gobierno italiano xenófobo y antieurope­ísta también reforzaron el poder de Trump sobre Merkel.

La incapacida­d de Europa para poner en orden sus asuntos engendró una nueva mayoría italiana con planes de expulsar a medio millón de migrantes, lo que daría nuevos bríos al racismo combativo en Hungría, Polonia, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos y, obviamente, Alemania misma.

En tanto, con una Europa demasiado debilitada para frenar a Trump, Estados Unidos intentará obligar a China a desregular sus sectores financiero y tecnológic­o. Si lo consigue, al menos el 15% del producto nacional de China saldrá eyectado del país, lo que contribuir­á a las fuerzas deflaciona­rias que están engendrand­o monstruos políticos en Europa y Estados Unidos.

Todo esto era predecible: y de hecho, fue predicho. Así que nadie puede declararse sorprendid­o por la situación en la que hoy están Merkel y Europa. Pero solo un idiota peligroso la festejaría.

“Cuando en el 2015 Alemania aplastó a nuestro gobierno europeísta, sembró las semillas de la cosecha amarga de hoy: una mayoría parlamenta­ria en Italia que sueña con abandonar el euro”.

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