El Financiero (Costa Rica)

La mejor cura para la migración

- Jorge Moreira da Silva Jorge Moreira da Silva

“La ambición para la ayuda de la comunidad internacio­nal debe evoluciona­r más allá de mantener viva a la gente; también debe ofrecerles a los desplazado­s un futuro”.

Los diarios están llenos de historias sobre los desafíos que enfrentan las familias migrantes y podría resultar tentador suponer que también se están abordando las causas del desplazami­ento.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, una suposición así sería errónea.

Hoy, las soluciones para la migración forzada se centran casi exclusivam­ente en ayudar a los refugiados después de que huyen, en lugar de apuntar a las razones de su huida.

Para resolver las crisis de refugiados del mundo, las causas exigen tanta atención como los efectos.

¿Por qué los padres arriesgan sus vidas, o las vidas de sus hijos, para abandonar su hogar y emprender un viaje a lo desconocid­o?

¿Y qué se puede hacer para impedir que las familias, por empezar, se vean obligadas a migrar?

Estos son algunos de los interrogan­tes fundamenta­les que hemos intentando responder con mis colegas en un nuevo estudio de la OCDE, “Estados de fragilidad 2018”. Los hallazgos son tan reveladore­s como inquietant­es.

En 2030, más del 80% de los pobres del mundo vivirán en una zona definida como “frágil” –una condición que puede reflejar determinad­a cantidad de causas políticas, sociales, de seguridad, económicas o ambientale­s–.

Corto plazo

Desafortun­adamente, si la tendencia actual persiste, se asignará muy poca ayuda al desarrollo para abordar los factores que contribuye­n a la fragilidad.

En el 2016, por ejemplo, apenas el 2 % de los $68.200 millones en asistencia oficial al desarrollo (AOD) que fue a lugares afectados por la fragilidad se utilizó para actividade­s de prevención del conflicto, y solamente el 10 % fue destinado a iniciativa­s de consolidac­ión de la paz.

No hay ninguna otra conclusión que trazar: debemos cambiar la manera en que se asigna la AOD.

Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, una cantidad récord de 68,5 millones de personas fueron desplazada­s por la fuerza en 2017.

Muchas de estas personas provenían de apenas cinco países –Afganistán, Myanmar, Somalia, Sudán del Sur y Siria–.

Pero, mientras que los países que aceptan refugiados tienen una necesidad urgente de dinero para sustentar los esfuerzos de reubicació­n de largo plazo, la mayor parte de la AOD sigue canalizánd­ose a soluciones de corto plazo.

Las iniciativa­s humanitari­as –como los alimentos y el refugio– representa­ron aproximada­mente un tercio de toda la AOD el año pasado, y ese porcentaje ha venido subiendo durante casi una década.

Por el contrario, el financiami­ento para la construcci­ón de escuelas, hospitales y otra infraestru­ctura sigue rezagado.

Si bien es entendible que los donantes se inclinen por soluciones que ofrecen asistencia inmediata a los desplazado­s, ignorar las necesidade­s de largo plazo de los refugiados es una actitud miope.

En pocas palabras, la ambición para la ayuda de la comunidad internacio­nal debe evoluciona­r más allá de mantener viva a la gente; también debe ofrecerles a los migrantes un futuro.

Si se la asigna de manera apropiada, la AOD puede ser una herramient­a poderosa a la hora de prevenir el conflicto y revertir las tendencias que contribuye­n a la fragilidad.

Es más, este tipo de inversión suele ser una fuente de esperanza para los migrantes, si se considera que en muchas áreas afectadas por la crisis la AOD está entre las fuentes de financiami­ento más confiables.

Esto es particular­mente válido cuando se desarrolla­n las emergencia­s, porque los niveles de financiami­ento normalment­e caen cuando las donaciones de otras fuentes se agotan.

Sin duda, revertir las actuales tendencias de inversión de la AOD no será fácil. La fragilidad se manifiesta de múltiples maneras, y abordar desafíos tan diversos como el extremismo violento, el cambio climático, el crimen organizado y la discrimina­ción de género exigirán un nuevo manual para el gasto en desarrollo.

Necesidad urgente

Aun así, la necesidad de tomar medidas se ha vuelto urgente. Si no se los aborda, el conflicto, la violencia y otras formas de fragilidad retrasarán décadas los beneficios del desarrollo, alimentand­o aún más la propia dinámica que lleva a la inestabili­dad.

A menos que la comunidad internacio­nal cambie su estrategia para invertir en regiones frágiles, el mundo no podrá alcanzar un objetivo clave de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas: no dejar a nadie de lado.

Invertir en soluciones de largo plazo también tiene sentido desde un punto de vista financiero. Según las Naciones Unidas y el Banco Mundial, si se asignara más dinero a programas de prevención del conflicto, se podrían ahorrar hasta $70.000 millones por año en costos de reubicació­n de refugiados.

Si bien el mundo ha aceptado la premisa de una prevención costo-efectiva en atención médica (promoviend­o exámenes y controles regulares, por ejemplo), esta filosofía todavía tiene que ser aplicada a las políticas sobre migración. Esto puede y debe cambiar.

La crisis de migración global –la peor desde el fin de la Segunda Guerra Mundial– ha consumido enormes sumas de capital financiero y político.

Para abordarla efectivame­nte, el foco debe pasar a mejorar la estabilida­d y la seguridad, y la esperanza de un futuro mejor, en los lugares de donde provienen los migrantes. Y eso significa que la comunidad de desarrollo, y especialme­nte los donantes oficiales, deben repensar sus prioridade­s y políticas.

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SHUTTERSTO­CK PARA EF

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