Lecciones de la crisis argentina
Podría continuar, pero quiero llamar la atención sobre Argentina.
Al no hacer el ajuste a tiempo, la situación se desbordó y el costo fue exageradamente mayor al que pudo ser inicialmente.
La crisis del 2001 tuvo su origen años antes debido al aumento de la deuda, la paridad del peso con el dólar para controlar la inflación, la corrupción, el déficit fiscal, etcétera.
Sin sorpresas
Mientras, la actual crisis argentina es producto de los desaciertos de los últimos años y de la dependencia del financiamiento externo, con infraestructura de primer mundo y PIB per cápita de los más altos de América.
Si esto le sucedió a una economía tan grande, ¿podría ser Costa Rica tan vulnerable?
Al igual que sucede hoy día en Costa Rica, en el 2000 las fuerzas empresariales y sindicales argentinas se enfrascaron en muchas discusiones sobre cómo salir de la crisis; es importante señalar que las discusiones produjeron, inclusive, división entre sindicalistas.
Ya en enero del 2001 la situación se veía complicada. Los “piqueteros” bloqueaban calles demandando trabajo, el desempleo llegaba al 22%, la deuda argentina caía de precio y persistía la falta de acuerdos internos sobre las medidas correctivas.
Confianza en picada
La confianza en Argentina seguía desmoronándose.
Las autoridades monetarias impusieron límites a los retiros de fondos en bancos (“el corralito”).
Aunque el Gobierno no aceptaba que hubiera una devaluación, en el mercado negro el dólar se cotizaba a 1,4 pesos por dólar.
Asimismo, las protestas continuaban y finalmente, en diciembre del 2001, la situación se volvió insostenible, el Gobierno cayó y Argentina se desplomó en la más profunda crisis que ha conocido el país suramericano, que provocó además la cesación de pagos (default) más grande de la historia: $100.000 millones.
Las consecuencias de la crisis fueron muy severas, el PIB del 2002 cayó un 11%, la inflación se elevó a tasas del 10% mensuales hasta abril y el año cerró con una inflación de “solo” el 40 %.
La devaluación inmediata fue del 40 %, con su consecuente incidencia sobre el poder adquisitivo de las personas.
Lecciones que aprender
La crisis argentina, tal como lo explica el Fondo Monetario Internacional (FMI), es importante de analizar pues aporta lecciones para prevenir situaciones similares.
En los años 90 Argentina se presentaba como una estrella y modelo de cómo se debían hacer las cosas (Costa Rica también fue un ejemplo y hasta grado de inversión tuvimos).
La dinámica de la deuda se volvió insostenible y el déficit fiscal aumentaba (en Costa Rica el déficit se estima en la actualidad por arriba del 7%) y la deuda sigue aumentando).
Argentina enfrenta de nuevo una situación compleja.
La moneda se ha devaluado un 50 %, la inflación ya está en 30 % y la tasa de interés se ubica en 60 % y el país está a la espera de un nuevo crédito del FMI por $50.000 millones.
Si estos eventos nos resultan familiares, debemos preguntarnos cuánto tiempo nos queda en Costa Rica.
Tal vez nuestra situación no sea tan extrema como la argentina, pero en mi opinión nos estamos acercando cada vez más a un escenario similar.
Vulnerabilidades
Nuestra deuda externa bonificada es muy inferior a la de Argentina y los precios de nuestros bonos externos no están en caída libre, y tenemos un tipo de cambio flexible y relativamente estable.
Sin embargo, sí tenemos vulnerabilidades similares, como la falta de acuerdos, el tiempo perdido en discusiones partidistas, sectoriales o como se les quiera llamar.
Se trata de un tiempo valioso que luego el mercado va a reclamar con dureza, cuando nos imponga un ajuste que no será voluntario pero sí la única solución.
El déficit fiscal y la deuda interna siguen aumentando.
Además, las condiciones externas ya juegan en contra nuestra, con el precio del petróleo y las tasas de interés subiendo, solo para mencionar algunos factores negativos.
Un refrán popular dice que “nadie experimenta en cabeza ajena”.
Costa Rica no debe ni puede esperar más tiempo. No debemos llegar a una situación como la sufrida por Argentina, que no es ficticia, sino absolutamente real y muy dolorosa.
¿Cuánto tiempo más podemos seguir esperando?
¿Cuánto tiempo más vamos a posponer decisiones?