Un robot entrega burritos
Kiwi Campus hace entregas robóticas en campus universitarios
Cuando llega la hora del almuerzo en el campus Berkeley de la Universidad de California, miles de estudiantes se apresuran para comer algo y regresar a clases. Sin embargo, durante más de un año, unos cientos no han salido y han preferido llamar a un robot que les llega a la rodilla para que les lleve un burrito, una hamburguesa u otras comidas de un restaurante cercano.
La invasión de los robots está en marcha, y los intrusos nos traen pizzas calientes.
Kiwi Campus, una empresa emergente que opera en un área de 2,5 kilómetros cuadrados alrededor de la universidad, ha realizado más de 60.000 entregas de comida con robots en los últimos dos años.
“No hay ningún otro lugar del mundo en el que los robots sean una parte más integral de las aceras que Berkeley”, comentó Sasha Iatsenia, el director de producto de Kiwi. “A final de cuentas es un experimento social para ver cómo una comunidad acepta los robots”.
La estrategia de la empresa es de ensayo y error. Al principio, los empleados de Kiwi guiaban por control remoto la ruta que seguía cada robot, a 6.115 kilómetros de distancia, desde Medellín, Colombia.
En la actualidad, todavía en Colombia, de donde son los fundadores, los llamados “pilotos” establecen y ajustan una serie de paradas a lo largo del trayecto.
El bot repartidor es más o menos del tamaño de una panera común y corriente y lleva una carga de un solo pie cúbico (28.316 centímetros cúbicos).
Producir en China cada uno de los dispositivos, los cuales llevan consigo una computadora y seis cámaras, cuesta alrededor de $3.500. El ensamblado final se realiza en Berkeley.
Maya Goehring-Harris, subdirectora de relaciones exteriores del campus Berkeley de la Universidad de California, es una superusuaria de los Kiwibots.
“Por lo general, no me muevo del escritorio donde trabajo”, comentó. “De pronto, mis lugares favoritos ya me podían llevar la comida en vez de tener que salir a caminar durante diez minutos”.
A Goehring-Harris no le gusta que la gente entregue comida, pues considera que puede ser antihigiénico.
“Para que haya seguridad alimentaria debe haber menos participación de humanos”, opinó. Además, el aspecto económico funciona mejor. “No le doy propina al robot”.
Goehring-Harris hacía pedidos con tanta frecuencia —a $2,80 por pedido— que subió de categoría para obtener una cuenta Prime de la empresa, con un costo de $15 al mes por un servicio ilimitado.
Hace unas semanas, en un Chipotle ubicado en avenida Telegraph, Turhan Ammons, un mensajero Kiwibot de 20 años y estudiante de la universidad Berkeley City College, estaba posado sobre un escúter eléctrico con autoequilibrio, mientras revolvía los estantes con las órdenes para llevar.
A toda prisa, Ammons tomó una bolsa café y fue a buscar al robot designado para transportar el burrito.
Ammons y otros cuatro de los llamados Kiwi Mates que están en el turno repiten este proceso unas 350 veces al día. “Es como una línea de ensamblado”, comentó.
Por desgracia, unos estudiantes hicieron una broma con el robot que iba a entregar el burrito. Lo pusieron detrás de una barrera para el tráfico, y lograron dejarlo encerrado.
“Mi trabajo es ir a buscarlo y rescatar la comida”, mencionó Ammons, quien es el que tiene más antigüedad del equipo.
Drones mensajeros
Kiwi es una obra en construcción. Con frecuencia, sus bots se mueven a trompicones enfrente de los peatones.
El GPS es impreciso, así que los mensajeros y los clientes deben encontrar las ubicaciones de los robots, a veces detrás de arbustos.
Hay reportes regulares de abusos menores que realizan personas hacia los bots en protesta de la invasión de la tecnología de punta. Ammons señaló que casi la mitad de sus pedidos se entregaban a pie o en un Segway.
Iatsenia, el jefe de producto en Kiwi, se muestra impávido. Kiwi planea superar un millón de entregas robóticas en campus universitarios antes del fin del próximo año, y él tiene la gran visión de hacer a un lado la entrega con automóviles.
A 80 kilómetros al sur de Berkeley se encuentran las oficinas centrales de Nuro en Mountain View. La empresa de robótica tiene un deseo similar de alteración, pero a una escala mayor.
En febrero, Vision Fund de SoftBank invirtió $940 millones en Nuro, con lo cual elevó la recaudación de la empresa a más de 1000 millones de dólares. Los fundadores de Nuro habían trabajado en los vehículos autónomos de Google.
Cerca del laboratorio de diseño de Nuro, hay cajas de pizza y bolsas del supermercado desperdigadas que se usan para pruebas. Hay cientos de bosquejos en las paredes.
“Nos enfocamos en crear el vehículo perfecto para la entrega local de productos”, comentó Brian Baker, el director en jefe de producto de Nuro.
Baker apuntó hacia unos de los primeros bosquejos. “En cierto sentido se parecen un poco a los bots de las aceras”, comentó. “Pero a medida que te sumerges, las cosas se vuelven más vehiculares con más pistas automotrices”.
Los bosquejos evolucionaron hasta convertirse en un vehículo en condiciones para estar en la vía pública, el R1 de Nuro. De largo, mide un poco más de la mitad de un Toyota Camry y casi la mitad de su ancho.
Los supermercados Fry usaron dos de sus R1 en Scottsdale, Arizona, en un proyecto piloto de nueve meses que terminó en marzo. Miles de clientes pagaron $5,95 para que los vehículos autónomos les llevaran las compras.
A la flotilla en expansión de bots terrestres mensajeros le seguirá un enjambre en crecimiento de drones mensajeros que zumbarán por los cielos de Estados Unidos.