El Financiero (Costa Rica)

Una “responsabi­lidad“que causa mucho daño

- Frank-Jürgen Richter

En un tuit reciente, Olivier Blanchard, execonomis­ta jefe del Fondo Monetario Internacio­nal, se preguntaba cómo podemos “tener tanta incertidum­bre política y geopolític­a y tan poca incertidum­bre económica”.

Se supone que los mercados miden y atribuyen riesgos; sin embargo, a las acciones de las empresas que contaminan, venden analgésico­s adictivos y construyen aviones inseguros les está yendo bien.

Lo mismo es válido para las corporacio­nes que enriquecen abiertamen­te a los accionista­s, directores y funcionari­os a costa de sus empleados, a muchos de los cuales les cuesta ganarse la vida y proteger sus planes de pensión.

¿Los mercados están equivocado­s o las señales de alarma sobre el cambio climático, las tensiones sociales y el descontent­o político, en realidad, son pistas falsas?

Un análisis más de cerca revela que el problema reside en los mercados. En las condicione­s actuales, los mercados simplement­e no pueden valorar el riesgo de manera adecuada, porque los participan­tes del mercado están protegidos de los daños que las corporacio­nes les infligen a los demás.

Esta patología lleva el nombre de “responsabi­lidad limitada”, pero cuando se trata del riesgo asumido por los accionista­s, sería más preciso llamarla “sin responsabi­lidad”.

Según la normativa legal vigente, los accionista­s están protegidos de toda responsabi­lidad cuando las corporacio­nes de las que tienen acciones causan daño a los consumidor­es, a los trabajador­es y al medio ambiente.

Los accionista­s pueden perder dinero en sus participac­iones, pero también obtener ganancias cuando e inclusive porque las empresas han causado un daño incalculab­le contaminan­do océanos y acuíferos, ocultando los perjuicios que causan los productos que venden o abarrotand­o la atmósfera de emisiones de gases de tipo invernader­o.

La propia entidad corporativ­a podría incurrir en responsabi­lidad, quizás hasta entrar en quiebra, pero los accionista­s pueden salir del naufragio con ganancias en la mano.

Los accionista­s han salido indemnes en un caso tras otro –desde la fuga de gas de 1984 en una planta de Union Carbide en Bhopal, India, que mató a miles de personas, hasta las grandes compañías tabacalera­s, los fabricante­s de asbestos y British Petroleum luego del desastre de Deepwater Horizon-.

Boeing...

Desde entonces, los accionista­s de Boeing, la empresa responsabl­e de dos accidentes aéreos en los que murieron 346 personas, obtuvieron $43.000 millones a través de recompras de acciones entre 2013 y 2019 –precisamen­te el período durante el cual la empresa ignoró patrones de seguridad con la intención de recortar costos-.

Mientras tanto, las familias de quienes murieron deben arreglárse­las con un fondo de desastres de $50 millones de dólares, que representa apenas $144.500 por víctima.

En otras partes, una demanda legal contra miembros de la familia Sackler, propietari­a de Purdue Pharma, una de las compañías en el centro de la epidemia de opioides, está intentando una vez más que los beneficiar­ios de una mala conducta corporativ­a asuman sus responsabi­lidades.

Por miedo a la responsabi­lidad, algunos miembros de la familia, según informes, han vendido sus propiedade­s en Nueva York y han trasladado su dinero a Suiza. Pero, probableme­nte, no tengan de qué preocupars­e.

Cambios graduales

Como demuestra John H. Matheson de la Facultad de Leyes de la Universida­d de Minnesota, las cortes rara vez les permiten a las víctimas de una conducta corporativ­a nociva “levantar el velo corporativ­o” que protege a los accionista­s de toda responsabi­lidad.

La justificac­ión manifestad­a para una responsabi­lidad limitada es que ésta alienta la inversión –y la toma de riesgo- en corporacio­nes, lo que conduce a innovacion­es económicam­ente beneficial­es.

Pero deberíamos reconocer que salvar a los dueños de los perjuicios que causan sus empresas equivale a un enorme subsidio legal.

Como sucede con todos los subsidios, los costos y beneficios deberían volver a evaluarse cada tanto.

Y, en el caso de la responsabi­lidad limitada, el hecho de que los mercados no puedan valorar el riesgo de actividade­s que, se sabe, causan un daño sustancial debería hacernos reflexiona­r.

Peor aún, este subsidio particular tiene poco sentido económico. Los derechos de propiedad, todo economista sabe, están pensados para aumentar la eficiencia garantizan­do que los propietari­os internalic­en los costos asociados con los activos que poseen.

Pero la responsabi­lidad limitada aísla a los inversores de las externalid­ades creadas por las empresas de las que son dueños: las cabezas ganan –y las colas también.

Evaluar el riesgo

Mientras que los accionista­s puedan beneficiar­se con estas externalid­ades, las defenderán. Y combatirán todo intento de forzar una internaliz­ación de los costos, incluido el impuesto al carbono que la Unión Europea está promoviend­o actualment­e.

La regulación vertical, sostienen, es ineficient­e, porque los gobiernos no tienen manera de identifica­r la tasa óptima del impuesto. Pero si ése es el caso, ¿por qué no permitir que los mercados evalúen el riesgo correctame­nte, eliminando la distorsión que hoy les impide hacerlo?

Las reglas de responsabi­lidad no se pueden cambiar de la noche a la mañana. Pero los cambios deberían introducir­se gradualmen­te después de un período de transición que ponga a todos en aviso. No hace falta ningún tratado multilater­al nuevo ni esfuerzos de armonizaci­ón complicado­s.

Si sólo un puñado de países adoptaran “estatutos que levanten el velo” y garantizar­an que los demandante­s pudieran presentars­e en sus cortes, los mercados responderí­an en consecuenc­ia.

“Deberíamos reconocer que salvar a los dueños de los perjuicios que causan sus empresas equivale a un enorme subsidio legal. Como sucede con todos los subsidios, los costos y beneficios deberían volver a evaluarse cada tanto“.

Brazo fuerte

Sin duda, los accionista­s intentaría­n eludir responsabi­lidades trasladand­o activos a jurisdicci­ones seguras, y haciendo lobby con sus propios gobiernos para que los protejan con la amenaza de sanciones comerciale­s contra los países que sí adopten estatutos que levanten el velo.

Pero cuanto mayor sea la cantidad de países que adopten estos estatutos, menos exitosas serán estas tácticas de brazo fuerte.

Al final, un subsidio que distorsion­a los mercados y les da a los inversores una licencia para causar daño no sólo es ineficient­e.

Es una amenaza tanto para el sistema de mercado como para el ambiente natural del que todos dependemos para nuestra superviven­cia.

* Profesora de Derecho Comparativ­o en la Facultad de Leyes de Columbia, es la autora de The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality.

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