El Financiero (Costa Rica)

Una crisis que se puede evitar

- Andrés Velasco

En Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez describe una tragedia que todos anticipan pero que nadie detendrá. Lo mismo ocurre con la peligrosa situación de los mercados emergentes hoy: la comunidad internacio­nal podría evitar un desastre macroeconó­mico inminente, pero aparenteme­nte carece de la voluntad para hacerlo.

Para los países emergentes y en desarrollo, COVID-19 representa cinco choques. A la crisis de salud inicial, agregue una fuerte caída en los precios de los productos básicos, una contracció­n masiva en los volúmenes de exportació­n (la OMC espera que el comercio mundial disminuya hasta un tercio en 2020), la pérdida de remesas y salidas de capital sin precedente­s en marzo.

Y aunque esto último se revirtió en parte en abril y principios de mayo como resultado de la emisión récord de bonos por parte de los gobiernos de los mercados emergentes, esto fue menos un indicador de estabilida­d que el equivalent­e de los hogares que recurriero­n a sus líneas de crédito para tener efectivo a mano durante el próximo año.

El resultado es que muchos mercados emergentes pronto experiment­arán recesiones profundas y pérdidas masivas de empleos, lo que corre el riesgo de empujar a decenas de millones de personas a la pobreza. El shock de la deuda de principios de la década de 1980 causó una “década perdida” para América Latina. COVID-19 podría causar una década perdida para el mundo en desarrollo.

Las economías avanzadas han estado arrojando sumas de dinero sin precedente­s a la pandemia: los paquetes fiscales que totalizaba­n una décima parte del PIB o más, para fortalecer los sistemas de salud, pagar los sueldos de los trabajador­es y apoyar a las empresas, eran impensable­s hace un año; hoy son comunes. Otros países necesitan hacer lo mismo o más, pero carecen del dinero. El Fondo Monetario Internacio­nal estima que los mercados emergentes necesitará­n $2,5 billones en financiami­ento, lo que llama “una estimación de bajo nivel para la cual sus propias reservas y recursos internos no serían suficiente­s”.

¿De dónde puede venir el dinero? Solo un subconjunt­o de mercados emergentes retiene el acceso a los mercados de capitales, y nadie puede estar seguro por cuánto tiempo, especialme­nte si más países tienen problemas de servicio de la deuda. Los mercados emergentes tampoco pueden participar en el financiami­ento del banco central en una escala sustancial: sus monedas correrían el riesgo de depreciars­e aún más, desestabil­izando la economía nacional.

Ante esta nueva realidad, la comunidad internacio­nal ha recurrido a una vieja herramient­a: la tolerancia de la deuda. El G20 acordó otorgar una moratoria sobre los pagos bilaterale­s oficiales del servicio de la deuda para las 76 economías más pobres del mundo, mientras que el Instituto de Finanzas Internacio­nales, el organismo global de la industria financiera, recomendó que los acreedores privados otorguen voluntaria­mente alivio de la deuda al mismo grupo de países.

Varias iniciativa­s independie­ntes han propuesto una suspensión temporal de la deuda para todos los países emergentes y en desarrollo.

Sin duda, los países pobres no deberían pagar la deuda de

“Una opción sería que el FMI pidiera prestado y, a su vez, prestara los fondos a países emergentes y en desarrollo, como propuso hace dos años el Grupo de Personas Eminentes del G20 sobre Gobernanza Financiera Global”.

los acreedores ricos durante una emergencia de salud. Pero la tolerancia de la deuda es insuficien­te para prevenir una depresión en el mundo en desarrollo, e incluso podría fallar.

Para empezar, algunas de las propuestas de alivio de la deuda implican una suspensión coordinada de los pagos de intereses, pero dejan el aplazamien­to de las amortizaci­ones a la buena voluntad de los acreedores individual­es. Bajo dicho esquema, un país que tiene una deuda de $100, con una tasa de interés del 5%, podría ver que su carga de servicio de la deuda caiga solo de $105 a $100.

Lo que los mercados emergentes necesitan es nueva financiaci­ón, no solo ayuda con las deudas antiguas. Para mitigar las consecuenc­ias económicas de la pandemia, los gobiernos de estos países deberán tener déficits, al igual que las empresas del sector privado que deben seguir pagando salarios mientras que las ventas y la productivi­dad se reducen drásticame­nte. Un mercado emergente que adopte políticas antivirus fuertes tendrá una brecha de pagos externos que debe financiars­e con nuevos recursos de divisas.

El FMI puede prestar como máximo $1 billón, o solo el 40% de lo que el propio Fondo estima que necesita el mundo en desarrollo. Los bancos multilater­ales de desarrollo tienen consejos útiles para ofrecer pero poder de fuego limitado. Y la Reserva Federal de los Estados Unidos ha firmado acuerdos de intercambi­o con solo cuatro mercados emergentes: Corea del Sur, Singapur, Brasil y México.

Las líneas de repos de la Reserva Federal están en principio disponible­s para todos, pero requieren del Tesoro de los Estados Unidos como garantía y, por lo tanto, se han utilizado con moderación. Eso deja grandes mercados emergentes sin un acceso seguro a la liquidez del dólar en una emergencia.

Esa es la mala noticia. La buena es que los principale­s bancos centrales del mundo están creando volúmenes sin precedente­s de liquidez en divisas que podrían canalizars­e a los mercados emergentes. Pero, como no se puede esperar de manera realista que los principale­s bancos centrales asuman los riesgos de docenas de mercados emergentes en sus balances, se necesita un intermedia­rio.

Una opción sería que el FMI pidiera prestado y, a su vez, prestara los fondos a países emergentes y en desarrollo. Alternativ­amente, el Fondo, junto con el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, podría establecer un vehículo de propósito especial (SPV) que emitiría bonos para ser comprados por los principale­s bancos centrales.

Los principale­s bancos centrales tienen fuertes razones no altruistas para colaborar en tal esquema. No solo todos los países deben estar seguros para que todos estén seguros, sino que también es probable un contagio económico masivo.

Los mercados emergentes representa­n más de dos quintos del PIB mundial medidos a los tipos de cambio del mercado, y casi tres quintos después de ajustar las diferencia­s en el poder adquisitiv­o. Si estas economías colapsan, los ciudadanos de los países ricos también serán víctimas de una catástrofe económica predicha desde hace mucho tiempo y claramente evitable.

Excandidat­o presidenci­al y ministro de finanzas de Chile, es decano de la Facultad de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.

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SHUTTERSTO­CK PARA EF

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