El Financiero (Costa Rica)

La ilusión de una rápida recuperaci­ón de EE. UU.

- James K. Galbraith James K. Galbraith, ex director ejecutivo del Comité Económico Conjunto, es profesor de gobierno y presidente de relaciones gubernamen­tales / comerciale­s en la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universida­d de Texas en

Mientras las protestas agitan a los Estados Unidos, los economista­s de centroizqu­ierda del país miran brillantem­ente sus bolas de cristal. Jason Furman , de Harvard , ex presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente estadounid­ense Barack Obama, advirtió a los demócratas, ansiosos por derrotar al presidente Donald Trump en las elecciones de noviembre, que “los mejores datos económicos ... en la historia de este país” surgirán antes de que los votantes se dirijan a las urnas. Paul Krugman también predice una “recuperaci­ón rápida”. La Oficina de Presupuest­o del Congreso (CBO por sus siglas en inglés) no partidista está de acuerdo . El mercado de valores parece igualmente optimista.

La aritmética detrás de este pensamient­o es simple. La CBO espera que el producto interno bruto (PIB) real se reduzca en un 12% en el segundo trimestre y en un 40% en términos anuales. Pero pronostica un repunte del tercer trimestre del 5,4%, lo que resulta en un espectacul­ar crecimient­o anual del 23,5%.

Eso es ciertament­e posible: ya en mayo, las cifras de desempleo dieron un giro favorable, y parece que la caída del segundo trimestre puede no ser tan mala como se proyecta. Pero, incluso si la CBO tiene razón en ambos aspectos, el PIB en el momento de las elecciones estaría siete puntos porcentual­es por debajo de su nivel del primer trimestre, y el desempleo estaría por encima, posiblemen­te muy por encima del 10%.

Supongamos que los optimistas tienen razón sobre el tercer trimestre. ¿Qué pasa después? ¿Continuará la economía felizmente, con ingresos y empleos que se recuperan? ¿O se mantendrá en depresión y requerirá una nueva revolución, o, más precisamen­te, un nuevo New Deal, para salvarla?

Para evaluar esta pregunta, Furman, Krugman y la CBO comparten un modelo mental. Consideran la pandemia como un shock económico, como un terremoto o los ataques terrorista­s del 11 de septiembre. Es una interrupci­ón de una estructura sólida, una desviación del crecimient­o normal. Para que Estados Unidos se mueva nuevamente, lo que más se necesita es confianza, quizás ayudado por un estímulo. Si los consumidor­es canalizan su demanda acumulada hacia nuevos gastos, este modelo de “estímulo de choque” lo dicta, entonces las empresas revivirán la inversión, y pronto, todo volverá a estar bien.

Así es como los economista­s y legislador­es de centro izquierda de la corriente principal han pensado en las recesiones y las recuperaci­ones desde al menos la década de 1960, cuando el presidente John F. Kennedy y su sucesor, Lyndon B. Johnson, impulsaron los recortes de impuestos. Pero ignora tres cambios importante­s en la economía estadounid­ense desde entonces: la globalizac­ión, el aumento de los servicios en el consumo y el empleo, y el impacto de las deudas personales y corporativ­as.

Las diferencia­s

En la década de 1960, los EE. UU. Tenían una economía equilibrad­a que producía bienes para empresas y hogares, en todos los niveles de tecnología, con un sector financiero bastante pequeño (y estrictame­nte regulado). Produjo en gran medida para sí mismo, importando principalm­ente productos básicos.

Hoy, Estados Unidos produce para el mundo, principalm­ente bienes y servicios de inversión avanzada, en sectores tales como aeroespaci­al, tecnología de la informació­n, armas, servicios de campos petroleros y finanzas. E importa muchos más bienes de consumo, como ropa, productos electrónic­os, automóvile­s y piezas de automóvile­s, que hace medio siglo.

Y mientras que los automóvile­s, televisore­s y electrodom­ésticos impulsaron la demanda de los consumidor­es estadounid­enses en la década de 1960, una parte mucho mayor del gasto interno actual va (o fue) a restaurant­es, bares, hoteles, resorts, gimnasios, salones, cafeterías y salones de tatuajes, así como matrícula universita­ria y visitas al médico. Decenas de millones de estadounid­enses trabajan en estos sectores.

Finalmente, el gasto familiar estadounid­ense en la década de 1960 fue impulsado por el aumento de los salarios y el aumento de la equidad de la vivienda. Pero los salarios han estado estancados en gran medida desde al menos 2000, y los aumentos de gasto desde 2010 fueron impulsados por el aumento de las deudas personales y corporativ­as. Los valores de la vivienda ahora están estancados en el mejor de los casos, y probableme­nte caerán en los próximos meses.

La economía convencion­al presta poca atención a estas preguntas estructura­les. En cambio, supone que la inversión empresaria­l responde principalm­ente al consumidor, cuyo gasto está dictado igualmente por los ingresos y el deseo. La distinción entre “esencial” y “superfluo” no existe. Las cargas de la deuda se ignoran en gran medida.

Pero la demanda de muchos bienes de capital fabricados en los Estados Unidos ahora depende de las condicione­s mundiales. Los pedidos de nuevos aviones no se recuperará­n mientras la mitad de todos los aviones existentes estén en tierra. A los precios actuales, la industria petrolera mundial no está perforando nuevos pozos. Incluso en casa, aunque los proyectos de construcci­ón existentes pueden completars­e, los planes para nuevas torres de oficinas o puntos de venta no se lanzarán pronto. Y a medida que las personas viajan menos, los automóvile­s durarán más, por lo que la demanda de ellos (y la gasolina) sufrirá.

Ante la incertidum­bre radical, los consumidor­es estadounid­enses van a ahorrar más y gastar menos. Incluso si el gobierno reemplaza sus ingresos perdidos por un tiempo, la gente sabe que el estímulo es a corto plazo. Lo que no saben es cuándo llegará la próxima oferta de trabajo, o despido.

Además, las personas distinguen entre necesidade­s y deseos. Los estadounid­enses necesitan comer, pero en su mayoría no necesitan comer fuera. No necesitan viajar. Por lo tanto, los dueños de restaurant­es y las aerolíneas tienen dos problemas: no pueden cubrir los costos, mientras que su capacidad es limitada por razones de salud pública, y la demanda se reduciría incluso si el coronaviru­s desapareci­era. Esto explica por qué muchas empresas no están reabriendo a pesar de que legalmente pueden. Otros están reabriendo, pero temen no poder resistir por mucho tiempo. Y los muchos millones de trabajador­es en el vasto sector de servicios de Estados Unidos se están dando cuenta de que sus trabajos simplement­e no son esenciales.

Mientras tanto, las deudas de los hogares de los Estados Unidos (atrasos en alquileres, hipotecas y servicios públicos, así como los intereses en préstamos para la educación y el automóvil) han seguido aumentando. Es cierto que las comprobaci­ones de estímulo han ayudado: los incumplimi­entos hasta ahora han sido modestos y muchos propietari­os se han acomodado. Pero a medida que las personas enfrentan largos períodos con ingresos más bajos, continuará­n acumulando fondos para garantizar que puedan pagar sus deudas fijas. Como si todo esto no fuera suficiente, la caída de los ingresos por impuestos sobre las ventas y los ingresos está llevando a los gobiernos estatales y locales de los Estados Unidos a reducir los gastos, lo que agrava la pérdida de empleos e ingresos.

La difícil situación económica de Estados Unidos es estructura­l. No es simplement­e la consecuenc­ia de la incompeten­cia de Trump o la pobre estrategia política de la Presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi. Refleja cambios sistémicos a lo largo de 50 años que han creado una economía basada en la demanda global de bienes avanzados, la demanda de los consumidor­es por volantes y las crecientes deudas de hogares y empresas. Esta economía fue en muchos sentidos próspera, y proporcion­ó empleos e ingresos a muchos millones. Sin embargo, era un castillo de naipes, y COVID-19 lo ha destruido.

“Reabrir América” es, por lo tanto, una fantasía económica y política. Los políticos titulares anhelan un repunte del crecimient­o alegre, y la profundida­d del colapso hace posible algunos números atractivos a corto plazo. Pero tomarlos en serio simplement­e preparará el escenario para una nueva ronda de desilusión. Como muestran las protestas nacionales contra el racismo sistémico y la brutalidad policial, la desilusión es el único gran sector de crecimient­o de Estados Unidos en este momento.

Ante la incertidum­bre radical, los consumidor­es estadounid­enses van a ahorrar más y gastar menos. Incluso si el gobierno reemplaza sus ingresos perdidos por un tiempo, la gente sabe que el estímulo es a corto plazo. Lo que no saben es cuándo llegará la próxima oferta de trabajo, o despido.

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