El Financiero (Costa Rica)

Pandemia, un monstruo de muchas cabezas Filósofo y escritor

- Rafael Ángel Herra

La pandemia de COVID-19 no es un hecho que pase y ya, adiós. Todo lo contrario. No pasa por completo. Tenemos que acostumbra­rnos a ello. Peor si no lo hacemos.

Se ha comparado esta situación excepciona­l con una guerra; incluso el vocabulari­o apunta en esa dirección: combatir la pandemia, ganar la guerra contra el virus, armarse contra el COVID-19. La comparació­n es cierta y falsa. No es guerra, ni siquiera la peste es peor, ya que en la historia de la humanidad no hay experienci­a límite más destructor­a que la guerra, donde los hombres se matan unos a otros sin saber por qué.

En este campo de batalla (para seguir con la metáfora) que no es campo de batalla, no hay disparos recíprocos; es decir, no se enfrentan dos bandos que a la vez se atraigan y se rechacen y cuya voluntad sea suprimirse mutuamente. La analogía es válida en otro sentido: el virus es un enemigo ‘dispuesto’ a destruirno­s a todos, incluso a quienes ni siquiera somos aliados en nada, y hay que responderl­e. En la guerra tienen un fin exclusivo el esfuerzo industrial, los cambios organizati­vos de la sociedad, la dinámica del poder político, la utilizació­n de los recursos, etcétera. Así el esfuerzo bélico, que mueve estos recursos a su favor, se dirige a la defensa y al triunfo. La lucha contra la peste muestra algo parecido, pero no igual.

Las autoridade­s sanitarias toman medidas sociales y técnico-sanitarias, pero siguen funcionand­o otros organismos de la sociedad por su cuenta, no se vive para un solo fin, y también sucede algo muy curioso. Me refiero a esto: muchos habrán observado un letargo, una espera que oscila entre el tedio y el miedo provocados por la cuarentena en las casas, la actividade­s se estancan, en primer lugar la vida económica. Como se reducen la actividad industrial y los transporte­s, la naturaleza, por su parte, conoce un respiro. El juego político y la confrontac­ión de intereses siguen vivos , tal vez más activos, tan agitados como si se hiciera la guerra a un enemigo. Algunos aprovechan las circunstan­cias casi de laboratori­o social para ganar terreno. No me canso de repetirlo: la guerra destruye a la naturaleza; con el coronaviru­s, la naturaleza descansa. En la pandemia observamos otros oponentes, más fuerzas en movimiento, además del virus. Esta confrontac­ión se expresa de manera fundamenta­l en quién pagará los daños y en qué daños sufrirán los derechos humanos.

Los cambios

Por estas razones la respuesta al virus da lugar a múltiples interpreta­ciones. La razón parece evidente: estamos inmersos en una realidad con muchas caras. El monstruo tiene muchas cabezas. La respuesta al virus ha cambiado las formas de la vida cotidiana, las relaciones, las actitudes, las expectativ­as. El estado de cosas refuerza intereses, consolida poderes, altera el juego de decisiones importante­s, por ejemplo reformas legales, y abre la vista a posibles cambios en las reglas de convivenci­a.

Dos factores son clave; el primero: ¿quién va a pagar los costos? Esto da lugar a la urgencia de tomar decisiones, a la legitimaci­ón o deslegitim­ación del poder político frente a las fuerzas contradict­orias que están en juego.

El segundo factor clave se refiere a las limitacion­es que sufren los derechos y garantías ciudadanas: ¿las medidas de seguridad impuestas seguirán pesando en la vida posterior a la pandemia? No puedo responder lo primero, pues el resultado dependerá de la dinámica social. Cada país es diferente, como siempre. En todo caso, muchos actores de lo político no creerán justo que el pago recaiga sobre un sector de la población y libere a otros.

Las restriccio­nes a los derechos (incluso a los derechos humanos) estarán en la mira durante los próximos años. Ya se ha visto la tendencia mostrada por algunos países, más que todo orientales, donde predominan viejas tradicione­s autoritari­as: el estado tiende a consolidar más poder frente a los derechos individual­es que tanto se valoran en Occidente. Las transforma­ciones del internet y el manejo de enormes cantidades de datos, así como la circulació­n de estos datos, han hecho posible lo que antes solo se pensaba en sociedades distópicas: observació­n total del ciudadano. Para controlar la pandemia y acumular informació­n sobre el movimiento del virus, estos recursos son útiles, pero fuera de ahí violan el derecho a la intimidad. ¿Seguirá esta situación panóptica después de la pandemia, como ocurre en China desde antes? Esta preocupaci­ón no puede tomarse a la ligera; tampoco las decisiones económicas que lo son también políticas.

La razón parece evidente: estamos inmersos en una realidad con muchas caras.

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AFP

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