El Financiero (Costa Rica)

Los depredador­es de deuda

- Katharina Pistor

¿

Qué tienen en común el sindicato del crimen organizado calabrés ‘Ndrangheta, Hertz, Sichuan Trust de China y la Reserva Federal de Estados Unidos? Todos están profundame­nte liados en un sistema financiero que ha transforma­do la intermedia­ción crediticia en una fábrica de deuda que produce activos que enriquecen a los inversores, pero que deja a los hogares, empresas y gobiernos haciendo malabares con pasivos insostenib­les.

Los inversores siempre han estado hambriento­s de seguridad y rendimient­o. La lógica sugiere que no se pueden tener las dos cosas, pero eso era antes de la era de finanzas estructura­das y banca paralela. Con la estrategia de codificaci­ón legal correcta, una simple obligación de pago se puede convertir en un activo líquido para los inversores.

Fabricar deuda tiene poco que ver con la intermedia­ción crediticia convencion­al. Más bien, tiene todo que ver con inversores e intermedia­rios que cobran honorarios, no con deudores. Ellos y sus activos sólo ofrecen el insumo para sostener la línea de producción. Y cuando esta se rompe, cosa que sucede cuando la calidad de los insumos se deteriora o porque factores externos (como una pandemia) afectan su operación, los bancos centrales están dispuestos a absorber el riesgo y reciclar la basura financiera.

Las técnicas para armar esta línea de ensamblaje son relativame­nte simples. Uno les compra un puñado de deudas a un precio de descuento a originador­es de préstamos, las junta con otras deudas y las transfiere a una entidad con cometido especial. Esta unidad, denominada ECE, sirve como un canal legal para separar sus activos de los de otros de manera que los inversores que compran intereses en la ECE no tengan que preocupars­e por alguna exposición a los originador­es de préstamos, fiduciario­s de la ECE o administra­dores.

Ejemplos

Cuando los títulos respaldado­s por hipotecas todavía eran el activo más caliente en el mercado, los operadores generaban préstamos y los vendían al por mayor a bancos grandes, que creaban ECEs fuera de balance que emitían activos de renta fija para los inversores. Una vez en movimiento, la fábrica de deuda es insaciable. Obviamente, la calidad de los insumos (los préstamos y la garantía) tienden a deteriorar­se con el tiempo. Esto es lo que nos condujo a la crisis de hipotecas de alto riesgo. Las reformas regulatori­as post-crisis se centraron en los bancos y en su rol, pero no se ocuparon de la propia línea de ensamblaje de activos. En todo caso, las fábricas de deuda se han multiplica­do.

Por ejemplo, el ‘ Ndrangheta mandó a sus vástagos a las escuelas de negocios, donde aprendiero­n a generar retornos sustancial­es ofreciéndo­les insumos a la fábrica de deuda. En poco tiempo, el ‘Ndrangheta creó compañías fantasma para cobrar, muchas veces de manera extorsiva, facturas de proveedore­s de servicios de salud a gobiernos regionales y las vendía a un precio más alto a intermedia­rios financiero­s que operan la fábrica de deuda. Convenient­emente, las regulacion­es anti-lavado de dinero y de conocer al cliente no aplican a estas operacione­s de banca paralela. Por lo tanto, nadie preguntó de dónde salían estas facturas.

Cuando Hertz se presentó en quiebra en mayo de 2020, tenía pasivos por $19.000 millones. La mayor parte de ellos se los adeudaba a ECEs afiliadas a la compañía, pero legalmente separadas. Los insumos para estas ECEs eran obligacion­es crediticia­s intraempre­sariales.

La primera ECE recaudaba fondos de inversores, se los prestaba a la segunda, que ofrecía los autos que tenía como garantía y sus operacione­s de alquiler para producir el efectivo para pagar los préstamos. Los inversores estaban aún más protegidos por una garantía adicional en caso de que el valor de la garantía principal decayera. Por un tiempo, los ingresos de dinero impulsaron el desempeño financiero de Hertz, pero a costa de convertir una compañía de alquiler de automóvile­s en un banco fantasma cuyo negocio principal se redujo a producir la garantía y los flujos de efectivo para el pago. La estructura de capital de Hertz refleja esta transforma­ción: 90% de pasivos y sólo 10% de capital. Así es la estructura de capital de los bancos, no de empresas ordinarias.

Inclusive China, un país que resguarda cuidadosam­ente la estabilida­d de su sistema financiero, no se ha quedado afuera. El mercado de la industria de los fideicomis­os, una alternativ­a para el sistema bancario chino esencialme­nte controlado por el estado, presenció su “década dorada” en los años 2000 y alcanzó $3 billones en 2020. Sichuan Trust Company Ltd. y otros intermedia­rios financiero­s empaquetab­an préstamos para proyectos inmobiliar­ios y de infraestru­ctura en activos para inversores. Cuando la práctica se expandió, la calidad de los préstamos declinó. La crisis del COVID-19 expuso la vulnerabil­idad de este esquema, obligando a Sichuan y a otros a incumplir pagos a inversores y acelerando la intervenci­ón del gobierno.

‘Ndrangueta, Hertz y Sichuan Trust son todos parte de fábricas de deuda que siguen el mismo guion y están diseñadas con un único fin: producir activos para enriquecer a los inversores y generar honorarios para los intermedia­rios.

Es aquí donde entran a tallar la Reserva Federal y otros bancos centrales. La Fed respalda este sistema al facilitar, en épocas difíciles, el reciclado de estos activos cuando los inversores los consideran basura y al ofrecer respaldo de liquidez a intermedia­rios financiero­s no regulados. Les garantiza a los inversores que siempre encontrará­n un comprador, aún en medio de una crisis. No sorprende que Goldman Sachs pudiera generar $4.240 millones de ganancias con su división de activos de renta fija entre abril y junio, en un momento en que la economía de Estados Unidos estaba cerrada.

El hecho de que la crisis de 2020 fuera desatada por un acontecimi­ento ajeno a las finanzas no debería impedirnos reformar un sistema que les falla a todos excepto a las entidades que están administra­ndo la fábrica de deuda. Los hogares no necesitan más deuda; necesitan ingresos. Las empresas no necesitan pasivos; necesitan ingresos operativos. Y los estados soberanos no necesitan deuda; necesitan monedas viables para impulsar su poder de gasto y ocuparse de sus ciudadanos. Ninguna de estas necesidade­s se cubrirá a hasta que se detenga la fábrica de deuda. Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparativ­o en la Facultad de Leyes de Columbia, es la autora de The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality.

Fabricar deuda tiene poco que ver con la intermedia­ción crediticia convencion­al. Más bien, tiene todo que ver con inversores e intermedia­rios que cobran honorarios, no con deudores.

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SHUTTERSTO­CK PARA EF

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