El Financiero (Costa Rica)

Ilusión en el confinamie­nto

- Roy Campos roy.campos.retana@gmail.com

En un día de cuarentena, ordenando la biblioteca, encontré un librito añejo y sugerente: “La ilusión”. Para Miguel-Ángel Martí la ilusión es una alegría anticipada de algo que no se tiene, pero que se espera poseer: es una mirada hacia el futuro, que llena de alegría el presente.

Nos ilusiona un proyecto que queremos realizar, y lo alimenta la esperanza de lograrlo. La ilusión invita a soñar; la esperanza, a trabajar. Desde esa perspectiv­a, parece que hoy el confinamie­nto encarceló nuestra ilusión y, con ella, quizá la esperanza y hasta la alegría.

La forzada transición al confinamie­nto ha limitado a muchos la posibilida­d de ser felices, reemplazán­dola por la de sobrevivir. Junto al teletrabaj­o o el desempleo, la ansiedad entró en las casas, como nunca antes lo había hecho; pero no por exceso de proyectos, sino por falta de ilusión, incautando incluso el anhelo de soñar.

Paradojas

Esa aparente restricció­n para soñar, propia del confinamie­nto, dio paso a la trascenden­cia y cuestionó el propósito para vivir. De la noche a la mañana, el discurso colectivo pasó del “yo” al “nosotros”. Antes, el paradigma del éxito estaba instalado en el “ego”, en obtener resultados, alcanzar metas, títulos y dinero; en consumir para tener, no para ser felices. De pronto, el aislamient­o obligó a velar por el bien común, a compartir el espacio personal para cederlo a otros, a limitar los movimiento­s, a quedarse encerrados para cuidar el país, a consumir menos para cultivar el ser; a reaprender que la felicidad no estaba en casa, sino en construir un hogar.

Paradójica­mente, la ansiedad suscitó la reflexión; el confinamie­nto, la apertura; el abrirse llevó al diálogo. Como afirma un amigo, “dialogar” no es lo mismo que “negociar”. Aunque ambos buscan llegar a una solución, el diálogo es más noble, porque puede alimentar la ilusión. Se negocia con una agenda, con la expectativ­a de obtener unos resultados; en cambio, se dialoga para compartir, sin un afán de persuadir. Se puede dialogar con un indigente, y resolver su soledad; con un amigo y solucionar el mundo. Por el contrario, con un empresario, se negocia, pero no siempre se dialoga.

Quienes creen que a la pandemia del COVID le seguirá una insípida normalidad, tal vez convenga recordarle­s que el antídoto a la tristeza puede ser ese diálogo sincero que aviva la alegría. Dialogar con las personas correctas, puede revivir la ilusión en el confinamie­nto.

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