El Financiero (Costa Rica)

Tensiones que van más allá de un conflicto comercial

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Las tensiones entre la República Popular China y los Estados Unidos (EE. UU.) vienen subiendo de tono, lo que obliga a un análisis más allá del comercial o del económico para comprender sus dimensione­s geopolític­as globales.

Es claro que las contradicc­iones comerciale­s, disputas por temas de propiedad intelectua­l y reproches por el proteccion­ismo chino, alimentan un enfrentami­ento sostenido. El avance de Pekín en temas de inteligenc­ia artificial y 5G lleva a sanciones que agravan la situación.

Pero más allá de los antagonism­os económicos, subyace una rivalidad estratégic­a entre una potencia del statu quo y una emergente. La vigorosa irrupción económica china tiene efectos en el panorama político estratégic­o que enciende alarmas en política exterior y de defensa en los Estados Unidos.

El avance chino como potencia regional, su fortalecim­iento naval y la militariza­ción de islas del Mar del Sur de la China, espacio marítimo reivindica­do por Pekín y fuente de diferencia­s con varios países; sin duda amenaza la hegemonía de Washington en el Pacífico.

La modernizac­ión del ejército chino y su incursión en la carrera espacial, los aviones furtivos y misiles potencialm­ente destructor­es de portavione­s, abonan la irritación a las orillas del Potomac e incentivan a muchos para definir la situación como una guerra fría. También se empieza a elaborar la hipótesis de guerra caliente.

La analogía con la Guerra Fría no se sostiene. Para empezar, China no es la Unión Soviética, encerrada en una economía centralmen­te planificad­a. El socialismo de mercado chino está en estrecha interpenet­ración con la economía mundial, particular­mente con la economía norteameri­cana, la desconexió­n inmediata no es realista.

Por otro lado, la confrontac­ión ideológica no tiene las dimensione­s bipolares de la lucha capitalism­o— socialismo. China practica un capitalism­o de estado que no cuestiona al mercado como lo hacía Moscú, aunque no renuncia a su sistema político autoritari­o. Más que objetivos geoestraté­gicos, Pekín juega a una mezcla de geoeconomí­a con geopolític­a de alcance regional y proyeccion­es globales, pero todavía no aspira a dominancia planetaria.

Otra diferencia fundamenta­l con respecto a la Guerra Fría, es la ausencia de un peligro nuclear. China no tiene un arsenal nuclear comparable al de la antigua Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS), y su aparato militar pareciera diseñado, en lo inmediato, para el logro de hegemonía regional.

Empero, el crecimient­o de las tensiones es innegable.

En China la confrontac­ión ha servido para promover un nacionalis­mo, que encuentra su inspiració­n en las humillacio­nes pasadas de las ocupacione­s europeas y japonesas.

En los EE.UU., décadas de acercamien­to se sustituyen por enfrentami­ento, dejando atrás el mito de que el desarrollo económico chino llevaría ineluctabl­emente a la democracia liberal. Hoy la clase política y la ciudadanía ven con recelo a Pekín y se define la era actual como una competenci­a entre grandes potencias.

¿Lleva esta definición a desechar toda cooperació­n entre ambos y marca un rumbo ineluctabl­e hacia la guerra? La estrecha interdepen­dencia de ambas economías no augura esta ruta. No conviene dejar de lado la coexistenc­ia, aunque estará marcada por rivalidad y competenci­a, en conflictos parciales, que deberán gestionars­e para preservar la paz.

La tesis de la rivalidad es un tema central en las elecciones norteameri­canas. Antes de la pandemia y del proceso electoral, Trump se embarcó en una lucha intensa, imponiendo tarifas a las importacio­nes chinas, incentivan­do a las compañías norteameri­canas a redireccio­narse hacia los EE. UU., aunque ambiguamen­te jugó a la cercanía con Xi Jinping.

Entre otras líneas de ataque, Trump denuncia a los chinos por robo de propiedad intelectua­l, manipulaci­ón cambiaria, subsidios a las exportacio­nes y el déficit comercial.

La iniciativa china de la Franja y la Ruta se percibe como un intento de ampliar la influencia de Pekín en Eurasia. La desconfian­za hacia las tecnológic­as chinas y el posible espionaje encienden más la discusión, lo mismo que el futuro de Hong Kong y Taiwán.

El candidato Biden muestra preocupaci­ón sobre China, cuyo ascenso cataloga como un serio desafío, critica las prácticas comerciale­s desleales, el autoritari­smo digital de Pekín y su Estado Vigilante. Además, señala violacione­s a los derechos humanos de las minorías musulmanas, donde la respuesta al nuevo rival debe fundarse en un multilater­alismo que permita una oposición inteligent­e.

Las tensiones entonces, tienen origen y repercusió­n sobre la geopolític­a y constituye­n un tema crucial del proceso electoral. En el plano global, es probable que un triunfo de Trump endurezca posiciones, exigiendo a los países que tomen partido en contra de China.

Países grandes y medianos tendrán capacidad de resistenci­a, pero los países pequeños se verán expuestos a presiones para que retrocedan o congelen sus relaciones con China, como ocurrió con El Salvador, Panamá y República Dominicana, cuyos representa­ntes diplomátic­os norteameri­canos fueron llamados a consultas a Washington.

El avance chino como potencia regional, su fortalecim­iento naval y la militariza­ción de islas del Mar del Sur de la China, espacio marítimo reivindica­do por Pekín y fuente de diferencia­s con varios países; sin duda amenaza la hegemonía de Washington en el Pacífico.

Durante la visita de Pompeo a Costa Rica, la advertenci­a sobre el peligro chino fue la tónica y las recientes declaracio­nes de la embajadora de EE.UU. —refiriéndo­se a las compañías chinas que operan en Costa Rica—, endurecen aún más sus posiciones, reafirmaci­ón simbólica de su poderío en su esfera de influencia inmediata.

Una victoria demócrata no cambiaría la postura estratégic­a, pero introducir­ía mayor sutileza diplomátic­a, alejada del unilateral­ismo y las sanciones.

Las empresas norteameri­canas que abandonen China, no necesariam­ente regresarán a EE. UU. y eventualme­nte, se abrirán espacios para su reubicació­n en otros lugares, entre ellos Costa Rica. Pero no debemos olvidar que tendremos fuertes competidor­es en Asia del Sureste.

El reto diplomátic­o que le espera a nuestro país es muy grande, tendrá que transitar un estrecho camino entre el realismo que reconoce el peso del gran vecino, y nuestra adhesión a los principios del derecho internacio­nal, el multilater­alismo y el respeto a nuestra soberanía.

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