El Financiero (Costa Rica)

Gestione el perfeccion­ismo

- Roy Campos roy.campos.retana@gmail.com

Aunque el perfeccion­ista es el subalterno ideal para cualquier gerente, su orientació­n al detalle puede resultar sumamente desgastant­e, psíquica y físicament­e. Amerita entonces entender algunos rasgos básicos de esta personalid­ad dentro del ejercicio profesiona­l, como sugiere el libro del psiquiatra Javier Schlatter, titulado “Ser felices sin ser perfectos”.

Al perfeccion­ista le supera la necesidad de cumplir el deber, y conforme más le absorbe el trabajo, más confirma sus patrones de autoexigen­cia. Aparenteme­nte, preocupars­e por el trabajo le hace sentirse más tranquilo. Por ello, debe evitar el “micromanag­ement”, dar paso a la creativida­d, romper la rutina, y no obsesionar­se con la mejora continua.

Le cuesta delegar, decir que no, y se agota rápidament­e, como consecuenc­ia de querer controlar lo que pasa a su alrededor. Le apasiona resolver problemas, pero eso le impide ver el conjunto. Puede ayudarle pensar que la perfección absoluta es humanament­e imposible.

La autoexigen­cia del perfeccion­ista le impide descansar. El agotamient­o que esto provoca, tarde o temprano genera fantasmas de insegurida­d y afecta la autoestima. Debe delegar, decir lo que le preocupa, dejarse ayudar, aunque eso implique reconocer ciertas limitacion­es y verse vulnerable.

Le gusta “rumiar”, entender al detalle las situacione­s profesiona­les – “overthinki­ng” en inglés–. Se trata de un mecanismo de reaseguram­iento emocional: incluso busca explicacio­nes racionales a situacione­s emocionale­s. La realidad es más compleja de lo que parece, y ese “darle vueltas a las cosas” más bien puede complicar su existencia. Debe aprender que la vida no da garantías, y que toda recompensa o éxito exige un riesgo, aunque sea controlado.

El perfeccion­ista tiene poca tolerancia a la incertidum­bre. Por eso vive más tranquilo en entornos profesiona­les donde priman las normas y los procesos establecid­os. No obstante, la peor decisión es la que no se toma. Puede ayudarle reconocer que asumir un riesgo, cuesta; y conservar la seguridad, paraliza.

Le gusta poseer informació­n, porque brinda seguridad; pero un exceso de datos puede conseguir el efecto contrario. Debe aprender a navegar con incertidum­bre, porque desconocer ciertos detalles no implica perder la visión de conjunto para tomar buenas decisiones.

Al perfeccion­ista lo puede definir un pensamient­o dicotómico: las cosas son blanco o negro. En consecuenc­ia, se deja llevar por el pesimismo. Suele guardar una memoria más concreta de lo que salió mal, pero más difusa de lo que salió bien. En cambio, si parte de la realidad puede ser positiva y más optimista, para motivar a su equipo y mirar con esperanza el futuro.

Posee una gran sensibilid­ad, la cual está perfectame­nte disimulada, precisamen­te porque cuida mucho sus formas externas. Por ello, debe aprender a convivir con las emociones y la mejor manera de hacerlo es aprender a expresarla­s: bajar la guardia, dar paso a la empatía, y no intentar que las personas encajan dentro de sus estereotip­os del liderazgo.

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