El Financiero (Costa Rica)

La dictadura de la opinión personal

- Keilor Rojas keilor.rojas@gmail.com Exvicemini­stro, Micitt

Hay opiniones de todos tipos, colores y sabores. Las hay prácticame­nte sobre cualquier asunto. Además, con la masificaci­ón de los medios y redes sociales, las personas difunden e imponen lo que piensan. Así, sin filtros. Sin pensamient­o crítico. Sin asumir ninguna responsabi­lidad.

A este fenómeno, algunos le llaman la dictadura de la opinión personal.

Existe la falsa presunción de que todas las opiniones son respetable­s. Pues no. Se debe respetar a la persona que las pronuncia, al individuo, a su dignidad inalienabl­e como ser humano. No necesariam­ente todas sus opiniones.

Hay opiniones que son claramente falsas, infundadas, incorrecta­s, e irracional­es. Otras fomentan la ignorancia, la intoleranc­ia, el odio y el resentimie­nto. No es un asunto inofensivo. En la historia abundan los ejemplos de cómo ese tipo de opiniones han ocasionado grandes desastres.

Este tipo de opiniones deben ser combatidas y refutadas. Se debe responder con datos y argumentos sólidos, con determinac­ión, asertivida­d, pero sin insultos. Es una obligación ética hacerlo. El mantener la neutralida­d constituye una posición que las favorece.

Una cosa es que exista libertad de expresión, lo que incluye la no discrimina­ción por tener un punto de vista personal, y otra que las opiniones sean correctas o aceptables. No todas las opiniones tienen el mismo valor. Las opiniones deben estar sustentada­s en evidencias y hechos. Deben ser presentada­s de una manera lógica y coherente.

Por ejemplo, alguien puede decir que la tierra es plana, que la evolución no existe, o que las elecciones presidenci­ales fueron fraudulent­as. Puede decirlo, pero en ausencia de evidencias, se debería considerar una opinión sin valor alguno. Asimismo, las opiniones ofensivas, las que incitan a cometer delitos, violencia o segregació­n, deberían ser rechazadas de plano.

Las autoridade­s, sin embargo, no deberían censurar precipitad­amente a quien exprese sus ideas. En general, las restriccio­nes a la libertad de expresión deberían ser mínimas y no se debería perseguir a quien pronuncia opiniones falsas. Por supuesto, la libertad de expresión también incluye la sana crítica.

Por último, cada quien tiene la responsabi­lidad de someter cada opinión, tanto ajena como propia, al escrutinio de la razón.

Es probable que este ejercicio muchas veces concluya en un “calladito más bonito”.

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