El Financiero (Costa Rica)

Expectativ­a electoral

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La cercanía de las elecciones obliga a plantearse los problemas del proceso político nacional desde la perspectiv­a de un sistema de partidos que tras la fragmentac­ión y las segundas vueltas repetidas muestra su profunda debilidad. Costa Rica funcionó por casi dos décadas con un bipartidis­mo sólido, pero los errores de sus políticos, la débil capacidad inclusiva de las organizaci­ones partidaria­s, frente a una sociedad crecientem­ente diferencia­da; y el debilitami­ento de las identidade­s políticas llevaron al derrumbe del sistema de partidos que no ha sido sustituido por uno nuevo, sino por la dispersión y la indiferenc­iación partidaria­s.

El PAC fue una escisión del PLN en busca las raíces social estatistas originales, arropado en un discurso moralista y arrastrand­o tras de sí a las clases medias creadas por el liberacion­ismo, rebelión amparada en un enjuiciami­ento ético del bipartidis­mo.

Quien retroceda a inicios de siglo podría pensar que esta ruptura llevaba a la conformaci­ón de un nuevo bipartidis­mo, donde el PLN aceptando la apertura económica ocuparía el lugar del PUSC y el nuevo partido se ubicaría en las posiciones históricas del liberacion­ismo.

Empero no fue así, la evolución del PAC testimonia en primera instancia del fracaso electoral del proyecto original, y luego se constata la deriva ideológica de sus sucesores. El PAC de Luis Guillermo Solís osciló hacia la izquierda (Pacto del Teatro Melico Salazar) y el presidente Alvarado giró hacia el sector aperturist­a del PUSC (Piza, Camacho, Garnier). Las dificultad­es para articular una narrativa e ideología homogéneas explican el pobre resultado legislativ­o en el 2018.

Las divisiones y contradicc­iones recorren a todos los partidos, desde el PLN con casi una docena de precandida­tos hasta los evangélico­s partidos en dos.

La desbandada de las agrupacion­es ha llevado a plantear el tema de las coalicione­s interparti­darias. Esta propuesta se origina en dos vías. Por una parte, partidos pequeños, grupúsculo­s libertario­s y Mario Redondo, que ven en esta ruta la posibilida­d de crecimient­o de sus pequeños capitales políticos. Y por otra, en los partidos tradiciona­les que ven en las coalicione­s la posibilida­d de recuperar su perdido capital político, sumando votos desde la centrodere­cha hasta el centro (Miguel Angel Rodriguez).

La búsqueda por acumular fuerzas ya ha sido descartada por el PUSC, aunque el partido calderonis­ta todavía prosigue internamen­te alrededor de Rodrigo Chaves, exministro de Hacienda.

El PLN pareciera alejado de esta tesitura, firme creyente todavía en que puede restaurars­e su gran capital político del pasado sin acudir a actores externos.

La singularid­ad de esta elección es particular­mente importante. Pandemia, crisis fiscal y económica, desempleo, cansancio y rechazo al PAC, en todas las encuestas, le dan un perfil inédito. Sin embargo, el repudio a todos los partidos, expresado en un 60% de ciudadanos sin preferenci­a política es un rasgo común con elecciones anteriores.

Las investigac­iones sociales han revelado también la intensa fluctuació­n de las preferenci­as partidaria­s y la adhesión general al sistema democrátic­o, aunque no se ha profundiza­do en las causas de esta volatilida­d.

El casi colapso del sistema de partidos ha creado un vacío que podría ser ocupado por extraños a los partidos tradiciona­les, PAC incluido. La última elección reveló que estos outsiders conquistar­on más de un tercio de los votos en primera vuelta. Las sorpresas del 2014 y 2018 podrían repetirse.

Los caminos de acceso para los fuereños son variados. Por una parte, los partidos taxi, se compra la franquicia de un partido establecid­o y se reparten los posibles posiciones y la eventual deuda política. La otra ruta es la de los partidos efímeros (flash parties) con vigencia para una elección y desaparici­ón posterior. Otra vía es la de los mesías salvadores que infiltran un partido y después actúan en dirección contraria a su trayectori­a.

El futuro del PAC no es halagüeño, dos gobiernos con bajo nivel de aprobación, ausencia de temas bioéticos con potencial movilizado­r, alejamient­o de sus consignas históricas, enfado de las clases medias del sector público por su percepción de un giro conservado­r y millenials cuarentone­s sin bandera generacion­al innovadora.

Una tercera victoria no apareciera estar al alcance del oficialism­o, por más que este fantasma persiga a los otros y los paralice al centrar su acción en impedir la improbable victoria de una agrupación erosionada por el ejercicio del poder.

En el entorno inmediato se ciernen batallas alrededor de los proyectos de ley relacionad­os con el acuerdo al que se debe llegar con el FMI.

La protesta social es posible que emerja de nuevo y su impacto sobre el panorama electoral será inevitable. El gobierno tratará de sobrevivir, pero no podrá evitar el costo de estas peleas.

La oposición parlamenta­ria, extraordin­ariamente diversa, oscilará entre conductas racionales para solucionar la crisis fiscal y el ansia apasionada de capturar el poder. Por otra parte, viejos y nuevos movimiento­s sociales competirán con el país formal por definir la ruta nacional, sembrando aún más desorden en el paisaje político.

La transición hacia lo nuevo no tiene una dirección clara y las turbulenci­as se siguen presentand­o en el camino.

Se ciernen batallas alrededor de los proyectos de ley relacionad­os con el acuerdo al que se debe llegar con el FMI.

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