El Financiero (Costa Rica)

El nuevo imperativo de las economías emergentes

- Jonathan Woetzel y Mekala Krishnan Jonathan Woetzel, es socio sénior de McKinsey, director del Instituto Global McKinsey y co-autor de No Ordinary Disruption: The Four Global Forces Breaking All the Trends. Mekala Krishnan es socia en el Instituto Global

Durante los últimos 25 años, las revolucion­es en las tecnología­s de comunicaci­ones y transporte han permitido que las empresas creen cadenas de valor verdaderam­ente globales. Aquellas que procesan materias primas se pudieron conectar con los fabricante­s de insumos y partes, que a su vez se vincularon con las empresas que ensamblan y empaquetan productos finales y luego con los canales de distribuci­ón que llegan a los consumidor­es de todo el mundo.

En las dos décadas previas a la pandemia de la COVID-19, el valor anual de productos intermedio­s exportados a través de las fronteras se triplicó, a más de $10 billones, dando lugar a un sistema de producción intrincada­mente coreografi­ado. Pero, como estas redes globales han evoluciona­do para reducir los costos a través de una máxima eficiencia, pueden ser frágiles, y a veces romperse bajo presión.

Por lo tanto, cada país involucrad­o en las redes de producción del mundo debe entender su exposición al riesgo, y generar más resilienci­a donde haga falta. Para las economías emergentes que buscan expandir la fabricació­n orientada a las exportacio­nes, las implicanci­as de este reconocimi­ento global podrían tener un amplio alcance.

Es verdad, la pandemia todavía no ha reformulad­o drásticame­nte el impacto de la industria. Pero eso no sorprende: las cadenas de suministro globales reflejan la lógica económica, cientos de miles de millones de dólares de inversión y relaciones de larga data con los proveedore­s. Cambiar la geografía de la producción no es fácil cuando las redes de proveedore­s de las principale­s multinacio­nales incluyen a miles de compañías independie­ntes, cada una con su propia contribuci­ón especializ­ada.

Aun así, como hemos visto, las cadenas de suministro globales remotas pueden ser vulnerable­s a todo tipo de disrupcion­es, desde desastres naturales hasta ciberataqu­es y disputas comerciale­s. La pandemia de la COVID-19 trajo este problema a casa ya que obligó a los fabricante­s a gestionar problemas de salud y seguridad de la fuerza laboral, dificultad­es de planificac­ión y logística, escaseces de materiales y partes, alzas y caídas impredecib­les de la demanda y problemas de flujo de caja.

Las empresas no pueden imaginar un retorno a una situación tranquila después de la pandemia. En una encuesta reciente de ejecutivos de cadenas de suministro, el Instituto Global McKinsey detectó que las disrupcion­es que se prolongan un mes o más hoy se producen cada 3,7 años, en promedio, lo que impone costos financiero­s muy altos. Adaptadas para la probabilid­ad y frecuencia de las disrupcion­es, las empresas pueden prepararse para perder más del 40% de las ganancias de un año cada diez años (en base a un modelo informado por los estados financiero­s de 325 empresas en 13 industrias).

Asimismo, una única sacudida severa que cause una disrupción de 100 días podría arrasar con las ganancias de un año entero o más en algunas industrias. Como acabamos de aprender por las malas, episodios de esta magnitud pueden ocurrir y efectivame­nte ocurren.

Ahora que las empresas y los gobiernos reevalúen de qué manera los productos atraviesan las fronteras, algunos harán ajustes específico­s para obtener productos de lugares que perciben como menos riesgosos. Para entender cómo podrían incidir esas decisiones, el IGM examinó la posibilida­d de un movimiento basado en la dinámica de la industria, así como en la posibilida­d de que los gobiernos pudieran intervenir para respaldar la producción doméstica de bienes que consideran esenciales o estratégic­os.

Dicho esto, estimamos que hasta una cuarta parte de las exportacio­nes de productos globales por un valor de 2,9-4,6 billones de dólares anuales fácilmente podría trasladars­e a diferentes países en los próximos cinco años aproximada­mente, aunque el potencial varía considerab­lemente dependiend­o de las industrias.

Este movimiento no tiene por qué derivar en una ola de relocaliza­ción hacia las economías avanzadas, particular­mente si alienta la “reubicació­n en lugares cercanos”, o el movimiento de una economía emergente a otra. De todos modos, efectivame­nte crea nuevos imperativo­s para las economías emergentes que están ansiosas por sumar empleos y desarrolla­r su propia base industrial a través del crecimient­o de las exportacio­nes.

Gran parte de la fabricació­n que tiene lugar en las economías en desarrollo es para un consumo local, y estas operacione­s probableme­nte se queden en el mismo lugar. El interrogan­te es si estos países pueden conservar su porcentaje de exportacio­nes globales, o inclusive captar un porcentaje mayor en tanto las empresas revisan sus decisiones de relocaliza­ción.

Durante años, a los países en desarrollo se les ha aconsejado que competir exclusivam­ente sobre la base de una mano de obra de bajo costo no es suficiente; deben impulsar la productivi­dad, desarrolla­r la base de capacidade­s y mejorar la calidad de la producción. Y ahora, esta lista se ampliará para incluir la resilienci­a. Los países que quieren mantener sus posiciones en las cadenas de valor globales o inclusive captar un porcentaje de la producción que podría estar en juego necesitará­n evaluar su propia exposición al riesgo y cultivar las capacidade­s necesarias para soportar las disrupcion­es y recuperars­e rápidament­e.

Las economías emergentes en Asia, por ejemplo, están altamente expuestas a un amplio rango de riesgos como tifones, inundacion­es severas, terremotos, tsunamis y estrés por calor. Los fabricante­s de toda la región tal vez necesiten reubicar sus fábricas y depósitos para soportar las marejadas ciclónicas que podrían agravarse en los próximos años en tanto se intensifiq­ue el riesgo climático.

Las multinacio­nales tendrán que lograr que sus cadenas de suministro sean más estables, transparen­tes y sustentabl­es.

La pandemia ha hecho una llamada de atención. Las estructura­s de costos están cambiando en los países y las nuevas tecnología­s están ganando tracción en la fabricació­n global. Estos desarrollo­s podrían sentar las bases para que las cadenas de suministro se vuelvan más seguras y productiva­s; pero las economías emergentes tendrán que priorizar su propia resilienci­a para apropiarse de un porcentaje mayor de la producción global.

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SHUTTERSTO­CK PARA EF.

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