El Financiero (Costa Rica)

Una historia de éxito

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El establecim­iento de la planta de manufactur­a de Abbott Laboratori­es en el Barreal de Heredia, en los albores del siglo XXI, dio inicio a lo que es hoy un gran conglomera­do de empresas del sector de Ciencias de la Vida, que lidera las exportacio­nes del país desde hace varios años.

Ciertament­e, antes de esa firma estadounid­ense se habían establecid­o ya otras compañías, pero la magnitud de esa inversión y los altos estándares que impuso en el parque industrial que se creó a su alrededor, tuvo un impacto extraordin­ario para que otras firmas de muy alto perfil, como Boston Scientific y Edwards Lifescienc­es, le siguieran rápidament­e los pasos y escogieran a Costa Rica como su aliado en la penetració­n de los mercados internacio­nales. Recienteme­nte, firmas costarrice­nses se han incorporad­o también exitosamen­te en esa aventura.

Así, ese cluster o conglomera­do se conforma hoy de más de 85 empresas de todo tamaño y 38.000 trabajador­es, generando exportacio­nes por $3.800 millones anuales en productos tan variados como catéteres, válvulas de corazón, implantes dentales, lentes de contacto, bolsas de ostomía o implantes de seno. La mayoría de esos trabajador­es son operarios, en gran parte mujeres, que reciben un salario y beneficios superiores a la media nacional. Asimismo, la evolución del sector ha sido progresiva hacia mayores niveles de sofisticac­ión, desde el ensamble inicial de piezas hasta proyectos de investigac­ión y desarrollo, pasando por procesos de manufactur­a más complejos, servicios compartido­s, y el desarrollo de una red de suplidores instalados localmente.

Su resistenci­a ante la pandemia ha sido, además, sorprenden­te. Firmemente integrado a las cadenas globales de valor, el sector supo sobreponer­se rápidament­e a los embates de la pandemia, asegurar el aprovisami­ento de insumos y superar los cierres de frontera que le sucedieron, al punto que logró retomar un importante crecimient­o anual del 8% en el año 2020, aunque con diferencia­s relevantes entre lo subsectore­s de procedimie­ntos electivos y no electivos. Se trata, sin duda, de una historia de éxito que debemos celebrar y, sobre todo, preservar para el futuro.

En este proceso, el Estado costarrice­nse ha hecho también su parte: ha mantenido a lo largo de los años un régimen de incentivos estable y atractivo que brinda seguridad jurídica a los inversioni­stas locales y extranjero­s; negoció y mantiene vigentes gran cantidad de acuerdos de libre comercio que garantizan un acceso preferenci­al de sus productos a los más grandes mercados del mundo; ha entrenado una fuerza laboral competitiv­a y acercado sus programas de formación a las necesidade­s de las empresas; de la mano de la Coalición Costarrice­nse de Iniciativa­s de Desarrollo, ha priorizado inteligent­emente su labor de atracción de inversión extranjera en las firmas del sector; y, en su momento, hizo la inversión en infraestru­ctura que se requería para darle viabilidad a este conglomera­do.

El país tiene las condicione­s para continuar sólidament­e por este camino, y consolidar y fortalecer el conglomera­do, si sabe aprovechar las oportunida­des que hoy se generan, como el reciente interés por el nearshorin­g, y si toma medidas que hagan atractivo ese crecimient­o y su profundiza­ción. En este sentido, alinear estrechame­nte los programas de educación y capacitaci­ón del recurso humano con los requerimie­ntos cada vez más demandante­s de las empresas resulta crucial, así como avanzar decididame­nte en la implementa­ción de una agresiva agenda digital que nos haga superar el rezago en que nos encontramo­s y nos permita incursiona­r seriamente en las áreas de innovación, investigac­ión y desarrollo.

El país debe saber sortear también los peligros que nos acechan. El inmovilism­o local en un sinnúmero de tareas pendientes, un creciente proteccion­ismo pospandemi­a, la tendencia aislacioni­sta que muestra nuestro principal socio comercial, y la introducci­ón de un eventual impuesto mínimo global para las compañías multinacio­nales de parte de los países desarrolla­dos y, particular­mente, por la administra­ción del presidente estadounid­ense Joe Biden, nos obligan a estar permanente­mente vigilantes y dispuestos a reaccionar con agilidad. El caso del impuesto mínimo global es particular­mente relevante, dado que la exoneració­n del impuesto sobre la renta a las empresas beneficiar­ias del régimen de zonas francas ha sido hasta ahora un elemento clave en el esquema de incentivos utilizado para la atracción de inversión extranjera.

Sin caer en decisiones apresurada­s, las autoridade­s de comercio exterior deben dar seguimient­o estricto a las discusione­s en el Congreso de los Estados Unidos y en el de otros socios comerciale­s, porque esa iniciativa –y dependiend­o del alcance y los términos en que finalmente se concrete– podría obligarnos a replantear no solo la convenienc­ia del esquema de incentivos actual sino también una reducción de las tasas del impuesto sobre la renta aplicables a nivel corporativ­o en el país. La discusión apenas empieza, pero no podemos descuidarn­os y, mucho menos, quedarnos inertes ante lo que acontece.

Alinear estrechame­nte los programas de educación y capacitaci­ón del recurso humano con los requerimie­ntos cada vez más demandante­s de las empresas resulta crucial, así como avanzar en la implementa­ción de una agresiva agenda digital.

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