Mayéutica y aprendizaje directivo
Amediados de 2019 publiqué una columna titulada “La mayéutica: el arte de escuchar para preguntar”, que puso en diálogo la filosofía con los negocios: armonizó los estilos de liderazgo –incluyendo el de personas introvertidas–, con el potencial de persuasión a través de las preguntas.
Es buen momento para añadir tres ideas.
La primer idea que quisiera añadir es que la mayéutica es un modo para descubrir los conocimientos de las personas. En cierta medida, procura que los interlocutores encuentren la verdad mediante el cuestionamiento de sus argumentos y la reflexión personal. De hecho, la mayéutica en sí tiene varias traducciones: el arte de “dar a luz”, “hacer nacer”, entre otras. Así, quien ejercía la mayéutica ayudaba a extraer una idea, mediante un ejercicio intelectual no exento de dolor y sacrificio.
La segunda idea es que la mayéutica bien aplicada no consiste en una pregunta “mágica”, sino una sucesión de cuestionamientos. Al inicio de la discusión se hacen planteamientos relativamente generales, pero poco a poco, como un embudo, se van acotan cuestiones más específicas.
De hecho, hay quienes perciben la mayéutica como un tipo de manipulación discursiva, puesto que, de manera muy sutil, la conversación deriva –con cierta malicia o audacia–, hacia lo que le interesa a quien pregunta.
La tercera idea tiene que ver con el aprendizaje. La mayéutica era un método de enseñanza de los filósofos: personas amantes de la sabiduría. Este método contrastaba con el de los sofistas, “filósofos corrompidos”, que hacían pasar por verdadero algo que era falso o capcioso. Dicho de otro modo, la mayéutica pretendía rescatar del error a quienes creían poseer una verdad absoluta; por ejemplo, no confundir la justicia con la venganza.
Tres ideas se pueden adjuntar. Primero, el dolor de una discusión puede generar tensiones, sobre todo si quien pregunta es una persona de menor rango, experiencia, edad, etc.
Segundo, conducir una discusión –que ya es tensa de por sí– exige pericia en el manejo del ánimo y un profundo esfuerzo intelectual.
Y tercero, quien ejerce la mayéutica debe tener un dominio práctico de la realidad que se discute, tanto para preguntar como para argumentar; de lo contrario, sería incapaz de orientar a quienes están extraviados.