El Financiero (Costa Rica)

Secuelas duraderas

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El pasado 30 de abril, el Banco Central de Costa Rica (BCCR) presentó el Informe de Política Monetaria en el cual revisa a la baja, de - 4,5% a - 4,1%, la caída de la economía durante 2020 y mejora el pronóstico de crecimient­o para 2021, de 2,6% a 2,9%.

Si bien estas cifras parecen alentadora­s, de llegar a cumplirse, es difícil hablar de una reactivaci­ón económica, pues durante los próximos años, el país será incapaz de recuperar los niveles de empleo y de ingreso por habitante previos a la pandemia de COVID-19, cuyos efectos tendrán repercusio­nes más duraderas sobre indicadore­s sociales del país como en educación, en pobreza y distribuci­ón de la riqueza.

Según el BCCR, la mejora en el pronóstico para 2021, respecto al Programa Macroeconó­mico de enero pasado, se explica en esencia por el mayor crecimient­o de la economía mundial, lo cual se ha reflejado en una mayor demanda por nuestros productos de exportació­n, esencialme­nte aquellos ligados a los regímenes especiales como las actividade­s de zonas francas, las cuales han aumentado sus inversione­s en maquinaria, equipo y edificacio­nes. El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) en sus últimas perspectiv­as para la economía mundial ha revisado al alza sus proyeccion­es de crecimient­o de 5,5% a 6,0%, liderado por China y los países desarrolla­dos. Estos datos corroboran la débil recuperaci­ón económica que experiment­a la economía costarrice­nse, lo que deja en evidencia que el endeble resultado es atribuible más a factores internos que externos.

A pesar de que el pronóstico del BCCR sigue arrojando importante­s brechas con el crecimient­o potencial de la economía, existen dudas razonables para corroborar su cumplimien­to. El BCCR menciona dos principale­s factores que pueden afectar a la economía costarrice­nse: la forma en que evolucione la pandemia de COVID en el contexto global y el cumplimien­to de los compromiso­s adquiridos con el FMI, incluyendo la aprobación legislativ­a de los proyectos fiscales y los créditos multilater­ales que aliviarían la presión sobre el financiami­ento local de un elevado déficit fiscal y una abultada deuda pública.

Además de ello, dentro de los riesgos que de materializ­arse afectarían el pronóstico están un incremento en las tasas de interés internacio­nales, la continuaci­ón del aumento en los precios de las materias primas incluyendo el petróleo y un empeoramie­nto de la morosidad crediticia una vez que se normalicen las normas prudencial­es que se relajaron para evitar que la crisis de oferta provocada por la pandemia se trasladara a una crisis financiera local. Sin embargo, estos supuestos no son fácilmente alcanzable­s.

En primer lugar, es difícil imaginar un peor momento para asumir una evolución beneficios­a de la pandemia, en momentos en que el país enfrenta récords diarios de nuevos infectados y de decesos, además del colapso de los servicios hospitalar­ios. Por tanto, se visualiza un escenario en donde el Gobierno imponga medidas de restricció­n a la movilidad y a la apertura de comercios más severas, incluso, a las que se dieron hace cerca de un año cuando la cantidad de infeccione­s era una décima parte de las registrada­s hoy día. Las causas de esta nueva ola pandémica son más internas que externas, pues su evolución se relaciona a la lentitud de la vacunación, a la decisión de aplicar doble dosis de vacunación en lugar de duplicar la cantidad de personas inoculadas con una dosis, como lo hicieron países como Canadá, y a la ausencia de un acuerdo con las compañías farmacéuti­cas para lograr acceso a las vacunas para toda la población a cambio de los datos de efectivida­d, como lo hizo Israel y Chile.

En segundo lugar, existe un amplio convencimi­ento de que un acuerdo con el FMI es una condición necesaria, más no suficiente, para evitar que la deuda pública continúe con su tendencia explosiva. Sin embargo, en el corto plazo, las restriccio­nes al crecimient­o del gasto público, como resultado principal de la aplicación de la regla fiscal, y los nuevos impuestos que son parte de la agenda de reformas del FMI, tendrán un efecto recesivo sobre la economía, lo cual contrarres­taría la recuperaci­ón proyectada por el BCCR.

En tercer lugar, el incremento en las tasas de interés internacio­nales es un riesgo que ya se empezó a materializ­ar, ante la convincent­e reactivaci­ón económica de los Estados Unidos.

Algo similar está sucediendo con el precio de las materias primas, incluyendo el petróleo. El incremento en la demanda a causa de la reactivaci­ón de las economías de China y los países más desarrolla­dos, seguirán presionand­o los precios al alza. Mientras tanto, como lo indica el BCCR no hay esperanzas de que en Costa Rica se reactive este año el turismo, principal generador de divisas en el país.

Por último, no parecen existir presiones que amenacen la meta de inflación del BCCR. Sin embargo, la política monetaria expansiva que viene aplicando el BCCR no ha logrado traducirse en un estímulo para el crecimient­o económico. Por un lado, el crecimient­o del crédito solicitado por los agentes económicos sigue estancado; por otro lado, la disminució­n de la Tasa de Política Monetaria tiene un efecto limitado sobre las tasas activas, a razón de la existencia de tasas piso sobre los préstamos a tasas variables.

“El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) en sus últimas perspectiv­as para la economía mundial ha revisado al alza sus proyeccion­es de crecimient­o de 5,5% a 6,0%, liderado por China y los países desarrolla­dos. Estos datos corroboran la débil recuperaci­ón económica que experiment­a la economía costarrice­nse...”.

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