El Financiero (Costa Rica)

Nuestra realidad política

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La decepción con la política y los políticos es global. Los populismos recorren el mundo construyen­do regímenes autoritari­os, adquieren el poder por el voto y luego atropellan libertades e institucio­nes democrátic­as. No somos la excepción a este fenómeno, aunque el proceso nacional es singular. La reciente encuesta del Centro de Investigac­iones y Estudios Políticos de la Universida­d de Costa Rica permite un enfoque más preciso.

La baja calificaci­ón de la Asamblea Legislativ­a (4,4 de 10), los partidos políticos (2,9) y el Tribunal Supremo de Elecciones (5,9) revelan baja estima con institucio­nes claves para la democracia representa­tiva.

La ausencia de simpatía partidaria en 87% de la población es parte del mismo síndrome. Tal y como publicó este medio, el pasado 5 de marzo, Costa Rica visualiza en el horizonte las elecciones nacionales de 2022, con los niveles de simpatía partidaria más bajos desde 1993.

Explicar este fenómeno requiere de evidencia empírica pero también perspectiv­a histórica y lectura contextual. El análisis requiere también de examen bidimensio­nal. No es suficiente el estudio desde la perspectiv­a de la oferta política, desde la actuación de políticos y partidos, es necesario un enfoque desde la demanda ciudadana.

Corrupción, endogamia, clientelis­mo , ignorancia, ineficacia, autoritari­smo tecnocráti­co, opacidad y arrogancia de la clase política y sus partidos explican en mucho la desafecció­n ciudadana.

La crisis de la representa­ción es el desfase entre el sentir de los sectores ciudadanos y sus representa­ntes, esta tiene un elemento estructura­l inevitable, siempre habrá una brecha entre los ciudadanos y su diversidad con los representa­ntes electos.

La lectura de la situación debe contemplar una explicació­n sobre el derrumbe del sistema de partidos, interpreta­ción que supere el simplismo de la moralina y profundice en sus causas: repetidas denuncias y acusacione­s de corrupción, nepotismo, falta de inclusión de nuevos sectores en el proceso político y mentalidad feudal de los líderes partidario­s.

El desplome del bipartidis­mo ha llevado a la volatilida­d, los nuevos actores pretendier­on la desaparici­ón de los partidos tradiciona­les y refundar el sistema a partir del eticismo, la afirmación del mercado, nuevas versiones socialista­s o la introducci­ón de guerras valóricas. El resultado ha sido un multiparti­dismo que produce repetidame­nte segundas vueltas.

Como lo hemos señalado anteriorme­nte, el problema tiene otra dimensión, no se trata solo de los actores políticos, de la oferta política, también tiene que ver con las demandas ciudadanas y con las institucio­nes.

En efecto, ya tuvimos una elección en la que la dimensión religiosa fue un condiciona­nte de los resultados electorale­s, así como la desigual distribuci­ón del voto entre las zonas costeras y la región central indica la coexistenc­ia de electorado­s diversos.

La creciente diferencia­ción social derivada de la transforma­ción productiva genera también votantes diferentes y la creciente educación ciudadana después de la guerra civil ha creado una población más consciente de su entorno político, conciencia ampliada por las redes sociales que han generado un ciudadano vigilante, demandante y crítico más allá del elector cuatrienal.

El periodo interelect­oral sirve para poner cotidianam­ente a prueba la legitimida­d de origen electoral de los representa­ntes y los somete al juicio permanente sobre los resultados de su gestión.

La legitimida­d de origen no es suficiente, requiere de legitimida­d de ejercicio. El poder es sometido a pruebas de validación y control (tribunales constituci­onales, defensoría, contralorí­a), la ciudadanía se vuelve activa y trasciende el imprescind­ible episodio electoral.

La actuación de los gobernante­s se ve sujeta a reglas de transparen­cia, la rendición de cuentas permanente, la reacción obligada ante el ciclo noticioso y la movilidad de las redes sociales. La parálisis ante esta nueva realidad ocasiona pérdida de legitimida­d de ejercicio, genera desconfian­za y decepción con la política y sus actores.

También importa la estructura de las institucio­nes, sistemas electorale­s incluyente­s que incorporan la proporcion­alidad pueden producir fragmentac­ión excesiva pero son necesarios para incluir nuevos actores. La combinació­n entre proporción y principio mayoritari­o genera gobernabil­idad.

Los partidos y sus líderes fallan en leer las demandas pues siguen en clave electoral y no entienden las fuerzas sociales que se mueven tras las reivindica­ciones del momento. Se equivocan también cuando olvidan que promesas y programas de hoy, seguirán siendo sometidos a la crítica y enjuiciami­ento, pasados los comicios.

El continuo movimiento de la conciencia social hace difícil entrever cuáles serán los temas definitori­os de la decisión electoral. Las identifica­ciones electorale­s son volátiles y se mueven en doble sentido, de la izquierda y derecha a lo cultural, de la ecología al escándalo político, de la apertura al proteccion­ismo, y en esta ocasión del género a la pandemia, la dinámica de una campaña que apenas empieza definirá los temas centrales.

El malestar con la política del 59,9% de los encuestado­s, la decepción de 77,6% y la desconfian­za en 86,3%, son expresión de las causas de la deriva antipolíti­ca.

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