Los retos del Pacto Social
Costa Rica construyó desde mediados del siglo XX un modelo de desarrollo económico y social que ha sido ampliamente señalado por analistas tanto nacionales y extranjeros, como por organismos internacionales de muy bueno a exitoso en muchas dimensiones.
Sin embargo, también hay importantes fallas y debilidades en el modelo de desarrollo, fuertemente agravadas por la pandemia, y que son fuentes principales de fractura y tensión en el Pacto Social costarricense, y que es urgente para el país abordar.
Primero, la trampa de la vulnerabilidad social y de la desigualdad creciente. Costa Rica logró reducir de manera impresionante la pobreza y la desigualdad en la década de los sesentas. El índice de Gini bajó de 0,52 en 1961 a 0,44 en 1971, pero este índice subió a partir de entonces a 0,50 en 2010 y a 0,51 en 2020. Estamos hoy con el mismo nivel de desigualdad que teníamos hace 60 años.
Las causas son varias: el funcionamiento del mercado laboral, las brechas educativas, las brechas de productividad, y un sistema tributario regresivo, entre otras. Pre-pandemia teníamos la pobreza pegada en alrededor de 20%. Post-pandemia la pobreza (medida por hogares) aumentó en más de 5 puntos porcentuales (pp) a 26%, es un total de 420.000 hogares pobres según datos del INEC. Y medida como personas, la pobreza aumentó de 26% a 30%., más de 1,5 millones de personas en situación de pobreza, casi un tercio de la población.
En la política social, Costa Rica cuenta con varios programas sociales universales (salud, educación) y con cerca de 40 programas sociales selectivos en donde se invierte 3% del PIB. Pero este esfuerzo no esta cumpliendo con el objetivo de reducir, y mucho menos de erradicar la pobreza.
Hay problemas de fragmentación de programas, errores de diseño, fallas de administración y de falta de una rectoría fuerte que fije el rumbo y coordine con visión de política de Estado a través de varios gobiernos. En salud, a pesar del compromiso de universalización, existen importantes grietas en el sistema: 15% de los habitantes siguen sin estar cubiertos, hay largas filas de espera, hay debilidades en el modelo de atención, y abundantes ineficiencias.
Las clases medias y altas desde hace años comenzaron a “autoexcluirse” de los servicios públicos universales y a pagar por servicios privados no solo en salud sino también en educación. Esto erosiona el compromiso de estos grupos de financiar servicios universales que ya no usan.
La segunda fuente de fractura y tensión en el pacto social es la trampa educativa y de desempleo. Los mercados laborales, por una parte, y los sistemas educativos, por otra, pueden ser transmisores y reproductores de desigualdad, inequidad y discriminación y con ello ser corrosivos para la cohesión social, o bien pueden funcionar como grandes motores de movilidad social, incremento de ingresos, y elevación de estándares de vida y con esto contribuir a la cohesión social. ¿Cómo están funcionando los mercados laborales y el sistema educativo hoy día en Costa Rica?
Uno podría agregar a otra trampa: la de la ingobernabilidad, o gobernabilidad altamente compleja que caracteriza al país. Pero ni el espacio ni la experticia de este articulista aconsejan traspasar más allá de las trampas mencionadas. Se trata de temas medulares. Costa Rica no va a poder seguir profundizando su relativamente exitoso modelo de desarrollo sin entrarle muy seriamente y muy eficazmente a las políticas y medidas necesarias para salir de estas trampas del desarrollo en la que nos encontramos.
La situación del empleo difícilmente podría ser peor: la tasa de desempleo está en 17%, el doble para mujeres que para hombres; el desempleo juvenil en 43% (el más alto de América Latina); 25% de los jóvenes ni estudian ni trabajan (NINIs) son 204.000 NINIs. Esto es 10 pp más que antes de la pandemia.
La tasa de subempleo está en 15,4%. La informalidad se estima en 46%. Y tenemos una economía con un dinamismo bifurcado en el mercado de trabajo: en los sectores dinámicos de alto crecimiento y alto valor agregado hay oferta insuficiente de habilidades. Esto pone presión al alza salarial de los trabajadores calificados y amenaza con frenar la competitividad y el crecimiento de estos sectores.
Los sectores de más bajo valor agregado, que demandan trabajadores con más bajas calificaciones (construcción, servicio doméstico, agricultura) crecen mucho más lento y aún no se recuperan del shock pandémico. Esta situación (exceso de demanda de trabajadores calificados, y exceso de oferta de trabajadores no calificados) es uno de los factores que explica la creciente desigualdad de ingresos, la alta incidencia de informalidad y la reducción en la tradicional movilidad social del patrón de desarrollo del país.
En educación, la situación antes de la pandemia era muy mala, se estimaba que 50% de la fuerza laboral del país no había terminado la secundaria, post-pandemia la situación es trágica. Tenemos una emergencia educativa entre manos. Para hablar solo de la educación secundaria, esta se caracteriza por grandes deficiencias de calidad, alta deserción y bajas tasas de finalización, hay 53.000 estudiantes fuera del sistema, no existen evaluaciones estandarizadas del aprendizaje.
Hay además, serios problemas en la estructura y gestión del Ministerio de Educación Pública. La pandemia mandó a 1,2 millones de estudiantes a sus casas en 2020 y en 2021 muchos no han regresado, y tampoco están recibiendo educación virtual por acceso muy deficiente y desigual a la conectividad. En 2021 cerca de 10.000 alumnos fueron pasados por sus padres de la educación pública a la privada y hay largas filas de espera en el sistema privado. Esto es un golpe a la economía familiar de los hogares de clase media.
Pero peor aún, refleja un desencanto de muchos padres de familia con la pérdida de aprendizajes y el atraso educativo de sus hijos en el sistema público. De nuevo, una importante fractura en el pacto social costarricense, tal vez la madre de todas las fracturas, porque es un fuerte golpe al principal mecanismo de movilidad social ascendente tradicional en el modelo de desarrollo del país.
Tercero, la trampa del bajo crecimiento económico y de la productividad. La tasa de crecimiento del país se había desacelerado aún antes de la pandemia a niveles mediocres de entre 2% y 3%. Esas son tasas insuficientes para la creación de empleo, la reducción de la informalidad y el financiamiento del Estado de Bienestar. Además de la gran heterogeneidad entre regiones en el desarrollo productivo, particularmente una hiperconcentración en la Gran Area Metropolitana.