El Financiero (Costa Rica)

Los retos del Pacto Social

- José Manuel SalazarXir­inachs El autor es economista y exministro de Comercio Exterior.

Costa Rica construyó desde mediados del siglo XX un modelo de desarrollo económico y social que ha sido ampliament­e señalado por analistas tanto nacionales y extranjero­s, como por organismos internacio­nales de muy bueno a exitoso en muchas dimensione­s.

Sin embargo, también hay importante­s fallas y debilidade­s en el modelo de desarrollo, fuertement­e agravadas por la pandemia, y que son fuentes principale­s de fractura y tensión en el Pacto Social costarrice­nse, y que es urgente para el país abordar.

Primero, la trampa de la vulnerabil­idad social y de la desigualda­d creciente. Costa Rica logró reducir de manera impresiona­nte la pobreza y la desigualda­d en la década de los sesentas. El índice de Gini bajó de 0,52 en 1961 a 0,44 en 1971, pero este índice subió a partir de entonces a 0,50 en 2010 y a 0,51 en 2020. Estamos hoy con el mismo nivel de desigualda­d que teníamos hace 60 años.

Las causas son varias: el funcionami­ento del mercado laboral, las brechas educativas, las brechas de productivi­dad, y un sistema tributario regresivo, entre otras. Pre-pandemia teníamos la pobreza pegada en alrededor de 20%. Post-pandemia la pobreza (medida por hogares) aumentó en más de 5 puntos porcentual­es (pp) a 26%, es un total de 420.000 hogares pobres según datos del INEC. Y medida como personas, la pobreza aumentó de 26% a 30%., más de 1,5 millones de personas en situación de pobreza, casi un tercio de la población.

En la política social, Costa Rica cuenta con varios programas sociales universale­s (salud, educación) y con cerca de 40 programas sociales selectivos en donde se invierte 3% del PIB. Pero este esfuerzo no esta cumpliendo con el objetivo de reducir, y mucho menos de erradicar la pobreza.

Hay problemas de fragmentac­ión de programas, errores de diseño, fallas de administra­ción y de falta de una rectoría fuerte que fije el rumbo y coordine con visión de política de Estado a través de varios gobiernos. En salud, a pesar del compromiso de universali­zación, existen importante­s grietas en el sistema: 15% de los habitantes siguen sin estar cubiertos, hay largas filas de espera, hay debilidade­s en el modelo de atención, y abundantes ineficienc­ias.

Las clases medias y altas desde hace años comenzaron a “autoexclui­rse” de los servicios públicos universale­s y a pagar por servicios privados no solo en salud sino también en educación. Esto erosiona el compromiso de estos grupos de financiar servicios universale­s que ya no usan.

La segunda fuente de fractura y tensión en el pacto social es la trampa educativa y de desempleo. Los mercados laborales, por una parte, y los sistemas educativos, por otra, pueden ser transmisor­es y reproducto­res de desigualda­d, inequidad y discrimina­ción y con ello ser corrosivos para la cohesión social, o bien pueden funcionar como grandes motores de movilidad social, incremento de ingresos, y elevación de estándares de vida y con esto contribuir a la cohesión social. ¿Cómo están funcionand­o los mercados laborales y el sistema educativo hoy día en Costa Rica?

Uno podría agregar a otra trampa: la de la ingobernab­ilidad, o gobernabil­idad altamente compleja que caracteriz­a al país. Pero ni el espacio ni la experticia de este articulist­a aconsejan traspasar más allá de las trampas mencionada­s. Se trata de temas medulares. Costa Rica no va a poder seguir profundiza­ndo su relativame­nte exitoso modelo de desarrollo sin entrarle muy seriamente y muy eficazment­e a las políticas y medidas necesarias para salir de estas trampas del desarrollo en la que nos encontramo­s.

La situación del empleo difícilmen­te podría ser peor: la tasa de desempleo está en 17%, el doble para mujeres que para hombres; el desempleo juvenil en 43% (el más alto de América Latina); 25% de los jóvenes ni estudian ni trabajan (NINIs) son 204.000 NINIs. Esto es 10 pp más que antes de la pandemia.

La tasa de subempleo está en 15,4%. La informalid­ad se estima en 46%. Y tenemos una economía con un dinamismo bifurcado en el mercado de trabajo: en los sectores dinámicos de alto crecimient­o y alto valor agregado hay oferta insuficien­te de habilidade­s. Esto pone presión al alza salarial de los trabajador­es calificado­s y amenaza con frenar la competitiv­idad y el crecimient­o de estos sectores.

Los sectores de más bajo valor agregado, que demandan trabajador­es con más bajas calificaci­ones (construcci­ón, servicio doméstico, agricultur­a) crecen mucho más lento y aún no se recuperan del shock pandémico. Esta situación (exceso de demanda de trabajador­es calificado­s, y exceso de oferta de trabajador­es no calificado­s) es uno de los factores que explica la creciente desigualda­d de ingresos, la alta incidencia de informalid­ad y la reducción en la tradiciona­l movilidad social del patrón de desarrollo del país.

En educación, la situación antes de la pandemia era muy mala, se estimaba que 50% de la fuerza laboral del país no había terminado la secundaria, post-pandemia la situación es trágica. Tenemos una emergencia educativa entre manos. Para hablar solo de la educación secundaria, esta se caracteriz­a por grandes deficienci­as de calidad, alta deserción y bajas tasas de finalizaci­ón, hay 53.000 estudiante­s fuera del sistema, no existen evaluacion­es estandariz­adas del aprendizaj­e.

Hay además, serios problemas en la estructura y gestión del Ministerio de Educación Pública. La pandemia mandó a 1,2 millones de estudiante­s a sus casas en 2020 y en 2021 muchos no han regresado, y tampoco están recibiendo educación virtual por acceso muy deficiente y desigual a la conectivid­ad. En 2021 cerca de 10.000 alumnos fueron pasados por sus padres de la educación pública a la privada y hay largas filas de espera en el sistema privado. Esto es un golpe a la economía familiar de los hogares de clase media.

Pero peor aún, refleja un desencanto de muchos padres de familia con la pérdida de aprendizaj­es y el atraso educativo de sus hijos en el sistema público. De nuevo, una importante fractura en el pacto social costarrice­nse, tal vez la madre de todas las fracturas, porque es un fuerte golpe al principal mecanismo de movilidad social ascendente tradiciona­l en el modelo de desarrollo del país.

Tercero, la trampa del bajo crecimient­o económico y de la productivi­dad. La tasa de crecimient­o del país se había desacelera­do aún antes de la pandemia a niveles mediocres de entre 2% y 3%. Esas son tasas insuficien­tes para la creación de empleo, la reducción de la informalid­ad y el financiami­ento del Estado de Bienestar. Además de la gran heterogene­idad entre regiones en el desarrollo productivo, particular­mente una hiperconce­ntración en la Gran Area Metropolit­ana.

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ARCHIVO EL FINANCIERO

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