El Financiero (Costa Rica)

La falacia de la inflación

- Joseph E. Stiglitz El autor es premio Nobel de Economía.

Leves aumentos de la tasa de inflación en Estados Unidos y Europa han despertado ansiedades en el mercado financiero. ¿La administra­ción del presidente norteameri­cano, Joe Biden, se ha arriesgado a sobrecalen­tar la economía con su paquete de rescate de $1,9 billones y sus planes de gasto adicional para invertir en infraestru­ctura, crear empleo y apoyar a las familias estadounid­enses?

Esos temores son prematuros, teniendo en cuenta la profunda incertidum­bre que todavía enfrentamo­s. Nunca antes hemos experiment­ado una desacelera­ción económica como consecuenc­ia de una pandemia cuyos rasgos distintivo­s son una recesión desproporc­ionadament­e profunda del sector de servicios, incremento­s sin precedente­s de la desigualda­d y tasas de ahorro en alza.

Nadie ni siquiera sabe si se logrará contener el COVID-19 en los países avanzados, mucho menos a nivel global. Al mismo tiempo que se analizan los riesgos, debemos también planificar para enfrentar todo tipo de contingenc­ias. En mi opinión, la administra­ción Biden ha determinad­o correctame­nte que los riesgos de hacer demasiado poco superan con creces los riesgos de hacer de más.

Asimismo, gran parte de la presión inflaciona­ria actual surge de los cuellos de botella de corto plazo del lado de la oferta, que son inevitable­s cuando se reinicia una economía que ha estado temporaria­mente cerrada. No carecemos de la capacidad global para fabricar autos o semiconduc­tores; pero cuando todos los autos nuevos usan semiconduc­tores, y la demanda de autos está atascada en la incertidum­bre (como durante la pandemia), la producción de semiconduc­tores se reducirá.

En términos más generales, coordinar todos los insumos de producción en una economía global integrada y compleja es una tarea inmensamen­te difícil que por lo general damos por sentada porque las cosas funcionan bien, y porque la mayoría de los ajustes son “en el margen”.

Ahora que el proceso normal se ha interrumpi­do, habrá contratiem­pos y estos se traducirán en aumentos de precios para un producto u otro. Pero no hay motivos para creer que estos movimiento­s alimentará­n las expectativ­as de inflación y así generarán un impulso inflaciona­rio, especialme­nte si se considera el exceso de capacidad general en todo el mundo.

Vale la pena recordar que hasta hace muy poco algunos de quienes hoy advierten sobre inflación por una demanda excesiva hablaban de “estancamie­nto secular” producto de una demanda agregada insuficien­te (inclusive a una tasa de interés cero).

En un país con profundas desigualda­des de larga data que quedaron expuestas y se exacerbaro­n por la pandemia, un mercado laboral restringid­o es justo lo que ordenó el médico. Cuando la demanda de mano de obra es sólida, los salarios en la base aumentan y se hace ingresar a los grupos marginados en el mercado laboral. Por supuesto, la restricció­n exacta del mercado laboral actual de Estados Unidos es una cuestión de cierto debate,

Deberíamos reconocer el actual “debate sobre inflación” por lo que es: una falacia que está siendo planteada por quienes obstruiría­n los esfuerzos de la administra­ción Biden por abordar algunos de los problemas más fundamenta­les de Estados Unidos. El éxito requerirá más gasto público. Estados Unidos es lo suficiente­mente afortunado de tener un liderazgo económico que no sucumbirá al intento de sembrar miedo.

dados los informes de escasez de mano de obra a pesar de que el empleo permanece marcadamen­te por debajo de su nivel previo a la crisis.

Los conservado­res culpan por la situación a los beneficios de seguro de desempleo excesivame­nte generosos. Pero estudios econométri­cos que comparan la oferta laboral en todos los estados norteameri­canos sugieren que estos tipos de efectos que desincenti­van a la mano de obra son limitados. Y, en cualquier caso, los beneficios de desempleo ampliados terminarán acabándose en el otoño (boreal), aunque los efectos económicos globales del virus perduren.

En lugar de entrar en pánico por la inflación, deberíamos estar preocupánd­onos por lo que le sucederá a la demanda agregada cuando los fondos provistos por los paquetes de alivio fiscal se agoten. Muchos de los que están en la base de la distribuci­ón de ingresos y riqueza han acumulado grandes deudas –inclusive, en algunos casos, más de un año de atrasos en el pago de la renta, debido a proteccion­es temporaria­s contra un desalojo.

Es poco probable que un gasto reducido de los hogares endeudados esté compensado por los que están en la cima, que en su mayoría han acumulado ahorros durante la pandemia. Dado que el gasto en bienes duraderos se mantuvo robusto en los últimos 16 meses, parece probable que las personas pudientes les den a sus ahorros adicionale­s el mismo trato que durante cualquier otro momento de beneficios inesperado­s: como algo para ser invertido o gastado lentamente en el curso de muchos años. A menos que haya un nuevo gasto público, la economía podría sufrir una vez más una demanda agregada insuficien­te.

Asimismo, aún si las presiones inflaciona­rias se volvieran realmente preocupant­es, tenemos herramient­as para amortiguar la demanda (y utilizarla­s en verdad fortalecer­ía las perspectiv­as de largo plazo de la economía). Por empezar, está la política de tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos. Los últimos más de diez años de tasas de interés cercanas a cero no han sido económicam­ente saludables.

El valor de escasez del capital no es cero. Las tasas de interés bajas distorsion­an los mercados de capital desatando una búsqueda de rendimient­os que conduce a primas de riesgo excesivame­nte bajas. Regresar a tasas de interés más normales sería algo bueno (aunque los ricos, que han sido los principale­s beneficiar­ios de esta era de tasas de interés súper bajas, puedan discrepar).

Sin duda, algunos analistas miran la apreciació­n del equilibrio de riesgo de la Fed y temen que no actúe cuando tenga que hacerlo. Pero yo pienso que los pronunciam­ientos de la Fed han sido inmediatos, y confío en que su posición cambiará si lo hace la evidencia. El instinto de combatir la inflación está embebido en el ADN de los banqueros centrales. Si no ven que la inflación sea el problema clave que actualment­e enfrenta la economía, usted tampoco debería hacerlo.

Existe una necesidad urgente de una tributació­n más progresiva, para no mencionar más impuestos ambientale­s para lidiar con la crisis climática.

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