El Financiero (Costa Rica)

El extraño caso de Sam Bankman-Fried

- Eric Posner *Profesor en la Facultad de Derecho de la Universida­d de Chicago. Es el autor de “Cómo el Derecho Antimonopo­lio Falló a los Trabajador­es” (Oxford University Press, 2021).

Los altruistas efectivos creen que deben dedicarse a beneficiar a los demás lo mejor que puedan.

Algunos llevan esta postura al extremo, al buscar los trabajos mejor remunerado­s que pueden encontrar, y luego donar sus riquezas a organizaci­ones benéficas verificada­s que salvan la mayor cantidad de vidas por dólar invertido.

Uno de los altruistas efectivos más famosos, Sam Bankman-Fried, actualment­e está siendo juzgado por fraude.

En el perspicaz libro nuevo de Michael Lewis, Going Infinite, Bankman-Fried es retratado de manera comprensiv­a como una figura brillante, humanitari­a, pero emocionalm­ente discapacit­ada.

Aunque parece carecer de la capacidad para sentir empatía por quienes le rodean, se razona a sí mismo hacia la perspectiv­a utilitaria de los altruistas efectivos. Deja de comer carne para minimizar el sufrimient­o animal y se compromete a minimizar el sufrimient­o humano, incluyendo el apoyo a esfuerzos para abordar amenazas existencia­les como la inteligenc­ia artificial descontrol­ada.

Después de obtener un título en Física del MIT, Bankman-Fried se unió a la firma de trading Jane Street, donde aprendió a arbitrar pequeñas diferencia­s de precios entre activos.

Demostró ser bastante bueno en identifica­r, calcular y ejecutar apuestas rápidament­e. Pero, como señala Lewis y como Bankman-Fried segurament­e entendió, Jane Street simplement­e extraía rentas del sistema financiero en lugar de hacer algo en beneficio de la humanidad.

Incluso dejando de lado eso, los millones que Bankman-Fried podría ganar en última instancia allí harían poco para aliviar el sufrimient­o humano a nivel mundial.

Negocio propio

Bankman-Fried dejó Jane Street para encontrar un mejor uso para sus talentos y pronto notó que las discrepanc­ias de precios eran mucho mayores en los mercados de criptomone­das, donde intercambi­os mal diseñados y la falta de regulación habían mantenido a los profesiona­les alejados.

Así que fundó el fondo de cobertura Alameda Research, donde ganó millones de dólares replicando las estrategia­s de arbitraje de Jane Street en terrenos más fértiles.

Reconocien­do que el mercado de criptomone­das necesita-* ba un mercado mejor diseñado que los operadores profesiona­les estuvieran dispuestos a utilizar, Bankman-Fried reclutó a su amigo Gary Wang para escribir el código de FTX.

Un mercado de cambio puede ser extremadam­ente rentable porque se lleva un porcentaje de cada operación sin asumir (mucho) riesgo: cuando los precios de los activos se movían en la dirección incorrecta, los clientes perdían su garantía. FTX innovó al cerrar las operacione­s extremadam­ente rápido para minimizar el riesgo de que la garantía de un operador fuera insuficien­te para cubrir su pérdida, lo que requeriría que FTX difundiera esa pérdida entre otros operadores.

Un mercado cambiario de criptomone­das funciona emparejand­o compradore­s y vendedores, pero requiere una masa crítica de operadores para satisfacer la demanda de ambos lados. Dado que ya existían docenas de mercados de criptomone­das, Bankman-Fried necesitaba atraer a sus clientes a FTX y atraer a tantos novatos en el comercio de criptomone­das como fuera posible.

Con lógica habitual, Bankman-Fried superó sus inclinacio­nes previament­e solitarias e invirtió grandes cantidades de tiempo y dinero en difundir la palabra.

Campaña promociona­l

Pasó horas promociona­ndo FTX en televisión y ofreció dinero a celebridad­es como el mariscal de campo de la NFL Tom Brady, influencia­dores en línea y gurús financiero­s.

También donó grandes sumas a candidatos políticos, tanto demócratas como republican­os, con la esperanza de que el gobierno de Estados Unidos pudiera otorgar licencia al negocio de FTX. Su mercado no sería confiable para las masas, reconoció, hasta que estuviera haciendo negocios desde reluciente­s rascacielo­s en la ciudad de Nueva York.

Para respaldar a FTX, Alameda se unió como market maker, intervinie­ndo para comprar o vender en el lado opuesto del mercado cuando no se presentaba­n suficiente­s operadores.

Pero, por supuesto, Alameda necesitaba fondos para asumir los lados perdedores de las operacione­s y mantener los activos hasta que pudieran revenderse. Bankman-Fried le permitió tomar prestada una cantidad ilimitada de dinero de FTX, utilizando efectivame­nte los fondos de los clientes para respaldar las mismas operacione­s de los clientes. La tecnología de minimizaci­ón de riesgos era un espejismo.

Esto puede explicar cómo FTX obtuvo su ventaja competitiv­a sobre los mercados de cambio incumbente­s. Los clientes de FTX obtuvieron buenas condicione­s, sin darse cuenta de que estaban expuestos a un riesgo masivo. Cuando finalmente se enteraron de la verdad, retiraron su dinero y el castillo de naipes se derrumbó.

El gobierno alega que Bankman-Fried, el propietari­o mayoritari­o de ambas empresas, jugó deliberada­mente con los fondos de los clientes. Bankman-Fried sostiene que no sabía que Alameda le debía $8.000 millones a FTX.

También afirma que no hizo declaracio­nes fraudulent­as cuando él o FTX ofrecieron varias garantías de que los fondos de los clientes estaban protegidos, que Alameda no disfrutaba de privilegio­s especiales y que FTX estaba “bien” hasta su colapso.

Lewis parece creerle. Pero incluso si Bankman-Fried no tenía la intención de engañar a nadie, la ley define el fraude para incluir el desprecio imprudente por la verdad. Bankman-Fried debe haber entendido que estaba tomando riesgos extravagan­tes al negarse a contratar expertos financiero­s y legales calificado­s para supervisar su negocio, riesgos que están bien documentad­os por Lewis (quien también conoce los mercados financiero­s).

Si el filósofo británico del siglo XIX Henry Sidgwick estuviera vivo hoy, podría señalar este episodio como una lección sobre los riesgos que surgen cuando los seres humanos falibles emplean el pensamient­o utilitario. Pero eso, probableme­nte no es cómo lo vería Bankman-Fried, incluso ahora. La pregunta, entonces, es si el colapso de su imperio financiero y el daño infligido a sus amigos, familiares, empleados, clientes e inversores estaban justificad­os por el beneficio social esperado si FTX hubiera sobrevivid­o.

Cumplir una larga condena en prisión por fraude era en sí mismo parte del riesgo a la baja que, descontado al valor presente, segurament­e se redujo a nada en comparació­n con el posible beneficio de salvar a la humanidad de una IA o un asteroide. Y, como muestra Lewis, Bankman-Fried tenía una confianza excesiva en su capacidad para calcular el valor esperado de grandes apuestas.

“Los altruistas efectivos creen que deben dedicarse a beneficiar a los demás lo mejor que puedan. Algunos llevan esta postura al extremo, al buscar los trabajos mejor remunerado­s que pueden encontrar, y luego donar sus riquezas a organizaci­ones benéficas verificada­s que salvan la mayor cantidad de vidas por dólar invertido. Uno de los altruistas efectivos más famosos, Sam Bankman-Fried, actualment­e está siendo juzgado por fraude”.

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