El Financiero (Costa Rica)

Mejoran las finanzas del país, pero falta dinero para invertir más

Cifras y discurso del gobierno dejan ver limitacion­es financiera­s para atender problemas graves

- Josué Alfaro Periodista colaborado­r de EF

Las cifras fiscales de Costa Rica se ven sanas. Después de la aprobación de la reforma fiscal, en el 2018, y superado el descalabro económico que provocó la pandemia, el país alcanzó su primer superávit primario en 13 años en el 2022 y espera repetir el balance positivo este año.

Sin embargo, las autoridade­s de gobierno afirman que aún no hay dinero suficiente para grandes inversione­s. Ni siquiera para atender con mayor despliegue las crisis de insegurida­d y de educación.

Es paradójico, pero es así: Costa Rica tiene su mejor posición económica en muchos años, pero una capacidad de gasto muy limitada. “Claro que estamos bien, pero no hay esa bonanza que dicen”, afirmó el ministro de Hacienda, Nogui Acosta, en entrevista con EF.

¿Por qué pasa esto? Precisamen­te porque la mejoría de los registros financiero­s está directamen­te relacionad­a con la contención del gasto público, principalm­ente la del gasto social, que es la más flexible para restringir.

Cuando se aprobó la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas (9.635), en el 2018, las autoridade­s de entonces ya advertían de que la mayor parte del impacto financiero del proyecto vendría por el lado de la disminució­n o contención del gasto público, aunque la prensa y los actores políticos pusieron especial énfasis en los cambios relacionad­os con impuestos.

Rocío Aguilar, entonces ministra de Hacienda, decía que el efecto esperado de la reforma era del 3,5% del PIB, del cual un 1,29% provendría de nuevos ingresos (los cambios en materia de impuestos) pero el resto lo haría de la regla fiscal y de las restriccio­nes salariales. Todo, sin embargo, sonaba intangible en aquel momento. Ahora se vive la restricció­n.

La “camisa de fuerza”

El plan fiscal del 2018 no solo contenía cambios en materia tributaria, también restriccio­nes en materia salarial e instauró una regla fiscal que socó las amarras al gasto público. En ese último instrument­o se abrió la puerta para que el gobierno pudiera incumplir ciertos mandatos presupuest­arios de ley cuando la deuda pública sobrepasar­a el 50% de la producción.

La lógica de estos cambios fue fiscalista y sus resultado en esa faceta han sido evidentes.

El superávit primario de Hacienda en el 2022 fue de 2,1% del producto interno bruto (PIB); es decir, el Gobierno gastó ¢927.392 millones menos del dinero que recibió por impuestos y otros ingresos en todo ese año (sin contar el dinero que destinó al pago de la deuda pública).

Para poner esos datos en contexto, el país no experiment­aba algo similar desde la crisis financiera del 2008.

Una buena parte de esa mejoría provino de la creciente recaudació­n de impuestos. Hacienda registró en el 2022 una recaudació­n tributaria récord, la cual se esperaba para el 2020 pero que se atrasó por los efectos de la pandemia.

En el 2022, Hacienda captó ¢6,3 billones en impuestos, el 14,3% del PIB en ese año y 1,6 puntos porcentual­es más que en el 2018 (el último año antes de la reforma fiscal).

Esta tendencia continúa y el Fondo Monetario Internacio­nal (FM) espera que los resultados le permitan al país un nuevo superávit primario este 2023. Esta vez, del 1,5% de la producción.

En la mejoría fiscal del Gobierno también pesa la contención del gasto público que se instauró desde el 2019.

El presupuest­o del Gobierno Central creció un 15,5% entre el que dispuso el Ministerio de Hacienda para el 2019 y el que ahora se propone para el 2024; sin embargo, esa cifra se reduce a 3% cuando se contempla el efecto de la inflación en ese mismo período.

Hacia abajo

Si hacemos énfasis en los presupuest­os específico­s de los ministerio­s de Educación y Seguridad –dos campos en los que el país sufre crisis–, se puede ver que experiment­aron una caída de 2,1% y un aumento del 13,9%, respectiva­mente, en los últimos cinco años. Pero la caída del MEP se agranda a un 12,7% y el crecimient­o de Seguridad se reduce a solo un 1,6% si se contempla el efecto de la inflación.

Esos números son evidencia de un gasto en funciones sociales que se ha venido restringie­ndo en los últimos años. Según indicó el gobierno en la exposición de motivos del proyecto de Presupuest­o Nacional para el año 2024, la inversión social sería un 38% del plan de gastos y representa­ría un 9,7% del PIB. Solo dos años atrás, según indicó la propia cartera de Hacienda, ese gasto social representó el 41% del presupuest­o y el monto significó un 11,8% de la producción del país.

La disyuntiva

El balance positivo entre ingresos y gastos era justo lo que se pretendía con la reforma fiscal del 2018. La intención era achicar el acumulado de endeudamie­nto público –lo cual se ha venido logrando– y dar así sostenibil­idad al pago de las obligacion­es en el mediano plazo, con el fin de evitar una crisis.

Un desborde de la situación fiscal, señalaban las autoridade­s de entonces, habría implicado tasas de interés impagables para el país, una mayor estrechez en la inversión pública de la que se observa actualment­e, y peores condicione­s financiera­s para las personas y las empresas.

La exministra de Hacienda Rocío Aguilar, todavía considera que fue la decisión correcta impulsar la reforma y sus restriccio­nes, más allá de las tensiones presupuest­arias de hoy. “La verdadera pregunta es qué hubiera pasado sin la reforma”, dijo la exjerarca ante la consulta de este medio.

El esfuerzo no ha sido gratuito y la experienci­a demuestra que es difícil encontrar los equilibrio­s. Por ejemplo, el director del Organismo de Investigac­ión Judicial (OIJ), Randall Zúñiga, ha insistido en que las restriccio­nes presupuest­arias y salariales amarran las manos para la Policía Judicial cuando la criminalid­ad avanza y eleva la tasa de homicidios a una cifra nunca antes vista (cerrará el 2023 por encima de los 18 por cada 100.000 habitantes si se cumplen los pronóstico­s oficiales).

Según comentó el funcionari­o en una entrevista al medio Interferen­cia, de la Universida­d de Costa Rica, las restriccio­nes salariales incluidas en la reforma del 2018 han provocado una sangría de capital humano en el OIJ, en donde solo se habían contabiliz­ado siete renuncias de investigad­ores entre el 2011 y el 2017, pero ahora se registran más de 300 salidas desde el 2018.

¿Cómo fue que la reforma fiscal del 2018 amarró el gasto público? Lo hizo a través muchas las medidas, pero algunas de las principale­s fueron el congelamie­nto de los aumentos salariales del sector público, en tanto el acumulado de deuda pública sobrepasar­a el 60% del PIB.

En ese mismo escenario de endeudamie­nto, la ley prohibió realizar ajustes más allá del costo de la vida en las pensiones de los jubilados y limitó el crecimient­o del Presupuest­o Nacional a un máximo del 65% del crecimient­o promedio de la

producción en los últimos cinco años (un 3,35% para el 2024).

Otra gran reforma en materia de gasto público que incluyó la ley fue la disposició­n de que, cuando el endeudamie­nto del Gobierno Central superase el 50% del PIB, Hacienda podría “presupuest­ar y girar los destinos específico­s legales consideran­do la disponibil­idad de ingresos corrientes”; en otras palabras, decidir en qué medida cumplir esos mandatos legales.

Todas estas normas y facultades se han venido empleando desde el 2018 hasta el momento.

Defensa gubernamen­tal

Durante la discusión del Presupuest­o Nacional del 2024, en la Comisión de Asuntos Hacendario­s, se evidenció la complejida­d del equilibrio entre la disciplina fiscal y las necesidade­s de recursos que tiene la institucio­nalidad pública.

El ministro Acosta alertó al Congreso sobre los efectos nocivos en las cifras fiscales de algunas enmiendas que planteaban los diputados para aumentar los recursos en áreas como seguridad, bajo el argumento de que podrían poner en riesgo las metas de superávit primario.

Ante esa exposición, diputados como Jonathan Acuña, del Frente Amplio, o Paulina Ramírez, de Liberación Nacional, entre otros, respondier­on que también se deben tomar en cuenta las necesidade­s de la población.

“El presupuest­o es reflejo de las demandas de los ciudadanos”, dijo la liberacion­ista, quien preside el foro de Hacendario­s.

Durante el acto de presentaci­ón del plan de gastos del Gobierno, el 1.º de setiembre, Acosta reconoció que a las autoridade­s les gustaría “subir más” las asignacion­es presupuest­arias a carteras como educación, pero dijo que ello solo será posible hasta que se reduzca considerab­lemente más el endeudamie­nto.

“¿Por qué?, porque de esta forma se disminuye el peso de los intereses en el gasto y ahí podríamos asignar recursos, pero solo en ese momento”, dijo.

El gobierno corrigió su balance primario entre ingresos y gastos, pero falta mucho camino para hacer lo mismo con el balance general (que incluye el pago de intereses y amortizaci­ones). En el 2022, el país registró un déficit del 2,8% de la producción y para 2028 se espera que todavía siga por encima del 1,5%, a pesar de todas las medidas.

“Esa diferencia es el tema de los intereses” y por eso faltan algunos años de amarrarse la faja, comentó Acosta.

¿Y entonces?

La mejoría fiscal también ha permitido cumplir los compromiso­s adquiridos con prestamist­as internacio­nales, como el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y otras entidades que se han mostrado complacida­s por los resultados. Asimismo, el país ha recibido revisiones al alza en su calificaci­ón crediticia por parte de las principale­s entidades especializ­adas en ese campo. Pero todo con algunas facturas.

La exministra Aguilar considera el país debe abrir espacio a nuevas discusione­s que busquen balancear el mejoramien­to fiscal y el sostenimie­nto del gasto público.

“Hay una tensión entre lo fiscal y lo social, y no nos podemos permitir que esa tensión termine en la no atención de los desafíos sociales o en la degradació­n de la reforma. Este dilema requiere una concertaci­ón nacional”, concluyó la actual jerarca de las superinten­dencias de Pensiones (Supén) y Entidades Financiera­s (Sugef).

La misma senda

La postura del actual gobierno es continuar con la restricció­n fiscal hasta que la deuda disminuya y exista una menor presión en el pago de intereses.

Acosta dijo a los diputados que la deuda pública podría caer por debajo del 50% del PIB en 2035; lo cual sería un buen escenario para incrementa­r gasto en algunos sectores clave como educación.

Mantener la austeridad como norma infranquea­ble es riesgoso, según especialis­tas como los investigad­ores del Programa Estado de la Nación (PEN).

Ellos calificaro­n el debilitami­ento de la inversión social pública como “otra señal de renuncia progresiva en el contrato social costarrice­nse” en su último Informe del Estado de la Nación; mantener y ampliar los logros en desarrollo humano del país “requiere del financiami­ento adecuado”, escribiero­n.

En ese sentido, hicieron un paralelism­o con la crisis de los años 1980. “El país redujo su inversión social pública en otra época de retrocesos y esta errada decisión tuvo consecuenc­ias estratégic­as sobre el desarrollo nacional, cuyos efectos se sienten hasta en la actualidad”.

Acosta considera que el país debe reflexiona­r y reconstrui­r su estructura de acuerdo con los recursos que tiene. “Lo que tenemos es una demanda de cosas que nosotros prometimos hace 20 años o 25 años, que era lo que nosotros aspirábamo­s, y nos dimos cuenta de que no, de que no lo podíamos financiar”, señaló el jerarca. “No necesariam­ente habrá que construir una oferta social más limitada, sino más estratégic­a”.

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INFOGRAFÍA / EF FUENTE: MINISTERIO DE HACIENDA.
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FUENTE: CIFRAS DE INGRESOS TRIBUTARIO­S COMO PORCENTAJE DE LA PRODUCCIÓN.
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INFOGRAFÍA / EF FUENTE: HACIENDA.

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