El Financiero (Costa Rica)

Nuevo enfoque a la cooperació­n tributaria internacio­nal

- José Antonio Ocampo

Como una de las regiones más desiguales del mundo, América Latina necesita desesperad­amente ingresos adicionale­s para resolver sus espinosos problemas económicos, sociales y ambientale­s.

Pero la recaudació­n de impuestos de los países de América Latina y el Caribe (ALC) es baja, con un promedio del 21,7% del PIB en el 2021, en comparació­n con el 34,1% de los miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE). ¿A qué se debe esta brecha y qué se debe hacer para cerrarla?

A nivel regional, la falta general de impuestos progresivo­s ciertament­e influye. Pero la arquitectu­ra fiscal internacio­nal también tiene la culpa. Con demasiada frecuencia, las empresas multinacio­nales y los más ricos de nuestras sociedades pueden aprovechar las reglas para evitar pagar. La injusticia incorporad­a al sistema actual no sólo refleja y reproduce desigualda­des, también alimenta el discurso demagógico y socava la fe en el Estado de derecho.

Muchas de las normas que forman la base del sistema tributario internacio­nal fueron elaboradas hace un siglo por países desarrolla­dos. No sorprende, entonces, que estos países –y sus ciudadanos más ricos– sean los que más se beneficien del marco actual. Es por eso que el Grupo Africano en Naciones Unidas presentó una resolución en octubre llamando a una nueva ronda de negociacio­nes sobre cooperació­n tributaria internacio­nal.

Reglas nuevas

Este proceso podría crear reglas más equitativa­s que reflejen los intereses de las economías en desarrollo. Garantizar la justicia es importante, pero también lo es dar a los gobiernos una oportunida­d realista de generar ingresos suficiente­s para financiar el desarrollo sostenible, la acción climática, la inversión en infraestru­ctura y abordar la desigualda­d social y las crisis de deudas soberanas.

Los países de ALC deberían acoger con agrado la participac­ión de las Naciones Unidas (ONU) en la configurac­ión de la política tributaria global. Para empezar, las prolongada­s negociacio­nes en el marco del Marco Inclusivo de la OCDE y el G20 sobre la erosión de la base imponible y el traslado de beneficios (BEPS, por sus siglas en inglés) han sido decepciona­ntes para muchos en el sur global, que culpan a la falta de inclusión y al proceso defectuoso de toma de decisiones.

Pocos creen que el acuerdo resultante para reformar la tributació­n corporativ­a internacio­nal, incluso si se implementa, generará ingresos significat­ivos y sostenible­s para el mundo en desarrollo.

Las negociacio­nes lideradas por la ONU permitiría­n a los países de ALC defender sus intereses compartido­s. A pesar de enfrentar desafíos comunes en cuanto a la tributació­n transfront­eriza, especialme­nte en lo que respecta a los negocios digitales, no nos hemos reunido para idear soluciones comunes, ya sea a nivel nacional o en debates globales. Eso debe cambiar.

Reformas necesarias

Como parte de este nuevo enfoque, las autoridade­s deben aprovechar e ir más allá de la reasignaci­ón de derechos tributario­s de los países prevista en el acuerdo de la OCDE. El diseño actual, que carece de una estrategia integral y eficaz para gravar a las megacorpor­aciones que operan en los mercados digitales, debe reformarse para garantizar una redistribu­ción más equitativa de estos derechos.*

Lo que es aún más crucial, incluso si suficiente­s miembros de BEPS firman el tratado multilater­al, es muy poco probable que en Estados Unidos se consiga la mayoría de dos tercios del Senado necesaria para la ratificaci­ón. Dado que muchas de las empresas tecnológic­as más grandes del mundo tienen su sede en Estados Unidos, el acuerdo terminaría escrito en agua y la economía digital global seguiría sometida a impuestos insuficien­tes.

En el corto plazo, los países en desarrollo deberían implementa­r medidas unilateral­es, en lugar de esperar a que otros decidan en su nombre. Esto podría significar introducir impuestos o gravámenes a los servicios digitales basados en el principio de presencia económica significat­iva. Si bien no se trata de una reforma integral, tales medidas (que Colombia promulgó recienteme­nte durante mi mandato como ministro de Hacienda) garantizan que las multinacio­nales comiencen a pagar la parte que les correspond­e de impuestos en los países donde obtienen sus ganancias.

Al mismo tiempo, el proceso de la ONU permitiría una reconsider­ación

“Cuando una agenda de negociació­n se construye colectivam­ente, todas las partes involucrad­as consideran que los resultados son más legítimos, lo que a menudo conduce a un mayor cumplimien­to”.

más amplia sobre cómo cerrar las lagunas en el sistema tributario internacio­nal. Por ejemplo, el alcance de la reforma podría ampliarse para incluir la coordinaci­ón sobre la tributació­n de la riqueza individual.

Un estudio reciente del Observator­io Fiscal de la UE muestra que un impuesto global sobre el patrimonio del 2% para los multimillo­narios del mundo (aproximada­mente 3.000 personas) recaudaría un total de $250.000 millones al año, y alrededor de $7.300 millones solo en América Latina. Si bien el marco BEPS ha normalizad­o la idea de una tasa impositiva mínima global para las corporacio­nes, las negociacio­nes interguber­namentales en la ONU podrían hacer lo mismo para las personas ultrarrica­s.

La ONU está en una posición única para abordar estas cuestiones, dada su membresía universal y su principio fundamenta­l de igualdad soberana. La historia reciente ha demostrado que la inclusión es un requisito previo para la implementa­ción exitosa de un sistema tributario progresivo y eficiente.

Cuando una agenda de negociació­n se construye colectivam­ente, todas las partes involucrad­as consideran que los resultados son más legítimos, lo que conduce a un mayor cumplimien­to. Además, en la ONU, los países en desarrollo están organizado­s en bloques de negociació­n, a través de los cuales obtienen más influencia para promover sus intereses.

* El autor es exsubsecre­tario general de las Naciones Unidas y exministro de Hacienda y Crédito Público de Colombia. Es profesor de la Universida­d de Columbia.

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