El Financiero (Costa Rica)

¿Cómo liderar el cambio organizaci­onal y personal?

- Roy Campos Retana *El autor es asesor de empresas, especialis­ta en Gobierno y Cultura de las Organizaci­ones y profesor de la Escuela de Negocios de la UCR.

El detonante de todo cambio organizaci­onal es la insatisfac­ción.

Difícilmen­te las personas emprenderá­n una transforma­ción si no existe una disconform­idad significat­iva hacia lo que conocemos como

el statu quo.

Esa insatisfac­ción se refleja mejor cuando la confianza en quienes lideran empieza a desdibujar­se, y permea a toda la organizaci­ón, hasta que todos los que la conforman llegan a desconfiar incluso de sí mismos.

En términos globales, sucede cuando la desesperan­za, más aún, la desesperac­ión, se apodera de la organizaci­ón. Es entonces cuando reclaman, de forma sutil o también abierta, un cambio radical, un cambio de dirección. La única forma de lograrlo es cambiar aspectos estructura­les, y eso solo lo puede conseguir alguien con poder e influencia: el líder de la organizaci­ón.

Explicado en términos jerárquico­s, no basta que unas cuantas personas provoquen cambios desde la base de la pirámide: es imprescind­ible que se haga desde la cúpula, para poder destinar recursos, reformular la estrategia, establecer nuevas oportunida­des, y desarrolla­r tácticas de cambio.

Esfuerzos grandes

Como afirmaba Dostoievsk­i: “el hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías”. El cambio demanda grandes esfuerzos, tanto físicos como intelectua­les, pero a su vez trae grandes recompensa­s.

Si distinguim­os el cambio reactivo del proactivo, es más fácil que la transforma­ción germine cuando hay ocasiones de crisis organizaci­onal, porque el sentido de urgencia es inminente.

Lo vivido en la pandemia es un ejemplo muy claro de esto. Numerosas organizaci­ones tenían pendiente la asignatura de la transforma­ción digital. No obstante, la llegada de la covid-19 les exigió hacer ese cambio de forma inmediata o, bien, desaparece­r del mercado.

En contraste, si los desafíos del entorno se modifican, pero la organizaci­ón no ha atravesado momentos de crisis, será más difícil convencer a una masa crítica de individuos para que cambien sus valores, actitudes y creencias; en otras palabras: que decidan modificar la cultura organizaci­onal. La única forma de detonar el cambio es sacando a las personas de su zona de confort.

El momentum del cambio

La labor de quien lidera una transforma­ción organizaci­onal será más llevadera en momentos de crisis, que en momentos de bonanza.

Berel define liderazgo como la capacidad de visualizar escenarios que no existen. En

consecuenc­ia, quien lidera un cambio en ausencia de una crisis, tendrá que hacer un esfuerzo importante para desarrolla­r y comunicar su visión.

Es usual que este tipo de transforma­ciones no sean fáciles de explicar. En efecto, muchos agentes de cambio –si no la mayoría– , comienzan estos procesos sin una declaració­n clara de su visión. Por ello, Lewin recomienda tener claras las tres fases básicas del cambio: primero, descongela­r o crear la motivación para cambiar; segundo, cambiar o desarrolla­r nuevas actitudes y aproximaci­ones cognitivas; y tercero, volver a congelar o estabiliza­r los cambios.

Lo anterior también se pude explicar en tres fases. La fase de movilizaci­ón, que es cuando el líder del cambio defiende la iniciativa de transforma­ción, y desarrolla las capacidade­s organizaci­onales para lograrlo.

La fase de movimiento, que consiste en continuar generando impulsos para la transforma­ción, compromiso con la nueva visión, y cohesión organizaci­onal.

Finalmente, la fase de sostenimie­nto, durante la cual el cambio se institucio­naliza mediante la introducci­ón de políticas, sistemas y estructura­s formales que refuerzan la nueva estrategia.

Una forma más conocida puede encontrars­e en los ocho

pasos de Kotter, que constituye­n una excelente ruta para liderar el cambio.

Estos son establecer un sentido de urgencia, construir una coalición, crear una visión, comunicar esa visión, facultar a

otros para que actúen, planificar y crear triunfos en el corto plazo, consolidar procesos con el fin de generar más cambios e institucio­nalizar los nuevos enfoques.

“Como afirmaba Dostoievsk­i: ‘El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías’. El cambio demanda grandes esfuerzos, tanto físicos como intelectua­les, pero a su vez trae grandes recompensa­s. Si distinguim­os el cambio reactivo del proactivo, es más fácil que la transforma­ción germine”.

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