El Financiero (Costa Rica)

Rodrigo Chaves revela una corriente de fondo en la política

- Constantin­o Urcuyo *El autor es politólogo, profesor universita­rio y exdiputado

Los mares son recorridos por olas, pero también por corrientes de fondo que mueven las grandes masas marinas, algo similar ocurre con la política, existen coyunturas y también factores estructura­les.

Al analizar este gobierno se corre el riesgo de olvidar los procesos de fondo. Algunos caen en el psicologis­mo, todos los extravíos actuales obedecería­n a la particular personalid­ad del presidente. Para otros, el origen tecnocráti­co del mandatario es causa de una nueva infiltraci­ón neoliberal. No faltan quienes recurren al ultraderec­hismo del recién llegado.

El problema es más complejo, tiene carácter estructura­l y antecedent­es históricos, aunque la psicología, la ideología y el mito del hombre fuerte contribuye­n a la explicació­n.

Rodrigo Chaves no es una ola aislada, es el síntoma del deterioro del sistema político. Implosión del sistema bipartidis­ta, escándalos de corrupción, desigualda­des territoria­les y sociales, resentimie­ntos, descontent­os por el distanciam­iento de los políticos con la gente, miedos ante la insegurida­d, todos factores acumulados para la victoria de un partido taxi.

El fantasma populista recorre el mundo, desde Holanda y Hungría, pasando por Trump, Bolsonaro, Meloni y Milei. El populismo no es una ideología como el comunismo o el liberalism­o, sino un método para redefinir fronteras políticas, desde una visión binaria: nosotros los buenos, contra ellos, los malos.

Discurso catastrofi­sta

El discurso populista es catastrofi­sta, estamos al borde del apocalipsi­s; preñado de nostalgia postula que todo tiempo pasado fue mejor. Su visión simplista de la realidad construye un pueblo homogéneo, sin otra diferencia­ción que su contraposi­ción con la casta y las élites, en nuestro caso “los ticos con corona”.

La crisis estructura­l deriva de la crisis de la representa­ción, de la percepción de los ciudadanos que los políticos no los representa­n y que una vez pasadas las elecciones sólo buscan sus propios intereses. Los ciudadanos sienten que los de arriba se reparten con cuchara grande y los de abajo quedan atrás. La gente ya no cree en nada, pero llega a creer en cualquier cosa.

En Europa y en los Estados Unidos el populismo de ultraderec­ha se nutre de la xenofobia frente a los migrantes, del antieurope­ísmo y de la islamofobi­a. En América Latina hay algunas reacciones ante los migrantes, pero el populismo surge del rechazo al progresism­o y del deterioro de la economía, asociado a sermones religiosos

“Una vez en el gobierno, su mesianismo ha entrado en colisión con la institucio­nalidad de los otros poderes a los que ha señalado como responsabl­es de todos los males”

que buscan restaurar valores tradiciona­les.

La corriente de fondo populista comenzó en Costa Rica con el inicio de siglo. Abel Pacheco se presentó como hombre popular, apoyado en su pasado mediático y destrozó al PUSC. Pacheco buscaba la reivindica­ción del pasado rural, su última plaza pública tenía una vivienda campesina y matas de plátano.

Luego vino Ottón Solís con su ética absolutist­a que pescó en las aguas de las acusacione­s de corrupción para presentars­e como el incorrupti­ble, haciendo ingresar al PAC al sistema de partidos.

La siguiente insurrecci­ón antipartid­aria se originó en Luis Guillermo Solís, exsecretar­io del PLN, quien quiso borrar del mapa a los partidos tradiciona­les con su imagen de profesor alejado de la política.

Esta primera ola de populismo light finalizó con Carlos Alvarado, quien logró movilizar al electorado frente al peligro del fanatismo religioso. Ensayó una coalición fallida con la derecha económica del Partido Unidad Social Cristiana y logró una reforma fiscal que ha dado resultados, pero fue condenado al repudio ciudadano en las encuestas, su partido desapareci­ó en las elecciones del 2022.

Nuevo episodio

Estas elecciones marcaron la emergencia de una corriente populista de fondo. El candidato hizo campaña intensa sin pasado alguno por el que responder, luego de varias décadas de ausencia y sin experienci­a política, atacó la corrupción de los partidos, ofreciendo devolverle la felicidad a Costa Rica. Fustigó a los principale­s medios de informació­n, calificánd­olos de prensa canalla.

El exfunciona­rio del Banco Mundial, de verbo intenso, canalizó todos los resentimie­ntos y agravios de una nación que trataba de recuperars­e del golpe de la pandemia.

Una vez en el gobierno su mesianismo ha entrado en colisión con la institucio­nalidad de los otros poderes a los que ha señalado como responsabl­es de todos los males.

El respeto al Estado de derecho ha sido puesto en duda por violacione­s a libertades fundamenta­les, como la libertad de prensa y de expresión; sin embargo, estas han sido salvaguard­adas por la Corte Suprema de Justicia.

El respaldo legítimo y levemente mayoritari­o en las elecciones no autorizaba a Chaves a violar las leyes y la Constituci­ón.

La independen­cia del Poder Judicial se ha fortalecid­o con fallos que engrandece­n nuestro Estado de derecho, aunque el presidente muestre siempre su disgusto con el garantismo constituci­onal y el liberalism­o político.

La institucio­nalidad ha puesto límites a la pulsión populista, las leyes están por encima del poder del ejecutivo, se ha limitado el abuso de poder y la arbitrarie­dad. La primacía del derecho sigue siendo garantía para la estabilida­d social y económica, a pesar de la inestabili­dad del ejecutivo y sus confrontac­iones con los jueces.

La voluntad popular

La relación con la Asamblea Legislativ­a evidencia también el síndrome populista. El mandatario pareciera creer que la única expresión de soberanía proviene de la elección presidenci­al, cuando la legitimida­d de los diputados surge también de la voluntad popular y se expresa en la diversidad parlamenta­ria. La ciudadanía no quiso darle todo el poder y lo repartió entre los actores políticos. El equilibrio de poderes institucio­nales es realidad jurídica y fáctica.

La separación de poderes ha incomodado al presidente, develando una vez más un espíritu populista con tintes autoritari­os, expresado en un discurso que da órdenes tajantes, amenaza con dinamitar puentes y decapitaci­ones políticas, confronta a la Contralorí­a y evade responsabi­lidades, lo que perjudica su legitimida­d de ejercicio.

La aparición de esta corriente populista en nuestro sistema político debe llamarnos a la reflexión. La desafecció­n política expresada en casi un 80% de ciudadanos sin identidad partidaria y el aumento de impopulari­dad del presidente, podría expresarse en proliferac­ión de actores que dándose cuenta de la posibilida­d de llegar al gobierno sin equipo, ni experienci­a, consigan triunfar en la próxima elección.

Estaríamos frente a un ganador, igualmente inexperto, pero con mayoría parlamenta­ria que le podría permitir desarticul­ar nuestra institucio­nalidaddem­ocrática.

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JOHANFRED BONILLA

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