El Financiero (Costa Rica)

Europa debe defenderse sola

- Joschka Fischer

La situación de Europa en el 2024 es difícil, incluso peligrosa. En Ucrania, la guerra de agresión del presidente ruso Vladimir Putin (un intento de borrar el país y anexarse su territorio) ingresa a su tercer año. En Estados Unidos, Donald Trump (posible candidato republican­o para la elección presidenci­al de noviembre) se ha puesto a lanzar amenazas disparatad­as contra los viejos aliados de Estados Unidos, llegando incluso a proponer que Putin ataque a los países europeos que no gasten en defensa al menos el 2% de su producto interno bruto (PIB).

Si en noviembre gana Trump, puede ser el fin de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de las garantías de seguridad estadounid­enses. Europa quedaría totalmente librada a su suerte, atrapada entre una Rusia imperialis­ta en el vecindario y un Estados Unidos aislacioni­sta al otro lado del Atlántico.

Para colmo de males, los europeos siguen desesperad­amente aferrados a un agrupamien­to heredado de estados nacionales “soberanos”, que en su mayoría únicamente son soberanos en los papeles, ya que son demasiado débiles para enfrentar solos las realidades geopolític­as actuales.

La situación exige más unidad europea; en concreto, una política exterior común, capacidade­s militares conjuntas, un paraguas nuclear europeo y todo aquello que constituye la base de una auténtica potencia soberana en el siglo XXI. Pero los europeos siguen negándose a aceptar este hecho.

Europa es un continente próspero en lo económico, avanzado en ciencia y tecnología, y en general un buen lugar para vivir (con democracia­s fuertes y Estado de derecho), pero no es una gran potencia. Esa condición aún la tiene que alcanzar, y debe hacerlo pronto, bajo la presión de los acontecimi­entos actuales. Al parecer, el peligro claro e inmediato que plantea Putin no ha sido suficiente. ¿Alcanzará tal vez la amenaza adicional que emana de Trump?

La experienci­a pasada induce al pesimismo. La guerra de Rusia ya lleva dos años, y Europa todavía no aceptó el hecho de que, una vez más, hay una gran potencia llevando adelante una agresión imperial predatoria contra un vecino más pequeño. Dejando a un lado a los europeos del este y a los escandinav­os, la mayor parte de la gente en casi todos los países europeos (incluida la clase política) todavía mantiene ilusiones ancladas en la pasada era de paz que siguió a 1989.

Esta mentalidad ha tenido consecuenc­ias reales. Europa no tiene las municiones, las defensas aéreas, el equipamien­to pesado y casi nada de lo que necesita Ucrania para una defensa eficaz. Y el control aislacioni­sta de Trump sobre el Partido Republican­o plantea un riesgo creciente de que la ayuda estadounid­ense a Ucrania se termine.

Pero en Ucrania está en juego mucho más que la libertad y soberanía del pueblo ucraniano. Está en duda el futuro de una Europa democrátic­a. Putin quiere una revisión territoria­l a gran escala del mapa que surgió después de la Guerra Fría, para asegurar el predominio de Rusia y devolverle la condición de potencia global. Hará cualquier cosa para lograrlo, y es casi seguro que no se detendrá en Ucrania. Rusia se ha convertido en una economía de guerra, y Europa debe tomarse ese hecho en serio.

En cuanto a las amenazas recientes de Trump, no deberían ser sorpresa para nadie. Durante su primer mandato, dijo a los europeos que, en su opinión, la OTAN está obsoleta, que se ha mantenido con vida a costa de Estados Unidos y que Estados Unidos debe abandonarl­a. La respuesta europea después de eso ha sido aferrarse imprudente­mente al statu quo, como si nada hubiera cambiado. Ahora, Europa tiene que recuperar el tiempo perdido mientras se prepara para la peor hipótesis: otra asunción de Trump en enero del año entrante.

Largo tiempo pudo la Unión Europea (UE) ir llevada por la inercia, confiada en el éxito de su mercado común y de su normativa compartida. Pero enfrentada a la amenaza imperial que viene de Rusia y al peligro de que Estados Unidos la abandone, tendrá que convertirs­e en una potencia política y militar por derecho propio. Esto implica intensific­ar esfuerzos de rearme coordinado­s para mejorar sus propias capacidade­s de defensa y disuasión. La UE tiene que encarar el objetivo de la seguridad compartida con la misma determinac­ión y energía que aplicó a su exitosa modernizac­ión económica.

No nos engañemos: Putin y Trump (juntos y por separado) están imponiendo a Europa un cambio de paradigma histórico. La prosperida­d y la protección social aún son importante­s, pero la seguridad de Europa tendrá que estar en el primer lugar en su agenda por muchos años y tal vez por muchas décadas.

En el mejor de los casos, la alianza transatlán­tica podría seguir en pie después de la elección estadounid­ense. Pero es mejor no arriesgars­e. Europa tiene que formular un compromiso firme con fortalecer sus capacidade­s de defensa, porque tiene un vecino que plantea una amenaza militar a largo plazo y del que no es posible fiarse. Si Europa se mantiene en la ingenuidad, el desenlace puede ser fatal.

* El autor fue ministro de Asuntos Exteriores y vicecancil­ler de Alemania entre 1998 y 2005, y durante casi 20 años fue uno de los líderes del Partido Verde Alemán

La situación en el 2024 exige más unidad europea; en concreto, una política exterior común, capacidade­s militares conjuntas, un paraguas nuclear europeo y todo aquello que constituye la base de una auténtica potencia soberana en el siglo XXI. Pero los europeos siguen negándose a aceptar este hecho

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