La Nacion (Costa Rica) - Ancora

José Ricardo Chaves recuerda a la escritora Carmen Naranjo

A cinco años de la muerte de Carmen Naranjo, el escritor la recuerda y la convierte en personaje

- José Ricardo Chaves richavespa@gmail.com

¡Ay, qué tiempos aquellos, mai darling!, con decirte que hasta tenía pelo. Sí, aunque no lo creás de tan joven que sos, por entonces crecía en esta brillante calva de oscuras ideas un pelazo más negro que ala de zanate, largo, largo, como lengua de vieja chismosa, de fisgona de Paso Ancho, como diría Samuel, y al que solo el bueno de Miguelito Saborío era capaz de darle forma.

No, si te digo, habría que darle el Magón a Miguel, o bien un Aquileo en cuento oral, por su contribuci­ón a la cultura nacional, no solo por sus peinados y cortes, sino sobre todo por las tertulias que se armaban espontánea­mente en su salón hacia las siete, ya para cerrar, cuando coincidían ahí alguna ministra de las nuestras, alguna poetisa, los poetas bugas casi no iban, tenían prejuicios de clase y de se- xo, y sí varias lesbis y gueis que por ahí llegaban, y así podía uno ver a Miguel cortándole el pelo a Carmen Naranjo, por ejemplo, y él picándola con puyas y preguntas capciosas, ingenioso que era, y que podían ser de cosas del gobierno, de la cultura, ¡de todo!, y ella hablando como oráculo, para nada estirada, bien simpática y entretenid­a, y todos rodéando la y oyéndola, preguntand­o más, comentando con la malicia propia de las locas, y todos riendo, riendo mucho, y Carmen hablando más.

Sí, en ese tiempo Miguel tenía su salón en una esquina de barrio Amón, apenas a unas pocas cuadras del Templo de la Música, bajando la cuesta hacia el Bolívar. Era una esquina ideal, porque andaba uno dándose una vuelta por San José y pasabas por donde Miguel, aveces ni siquiera para recortarse el pelo, bastaba ir para saludar y tomarse un café, si él estaba libre lo invitaba uno a la sodilla del frente, quince minutos de risas y chismes, hacer planes para una fiesta en la noche, y luego él volvía al trabajo, a sus tijeras, a su laca, a sus espreis, y uno seguía su propio camino, con el al- ma más liviana y los ojos más atentos a quienes pudieran presentars­e en el paseo; listos para el ligue, pues.

Por entonces el asunto de la cogida era fácil y variado (y no me refiero a la cogida de café), no había ni sida ni todas esas enfermedad­es raras que apareciero­n en los últimos años, quizá algún chancrillo por ahí que con penicilina se iba a los pocos días, peronadagr­ave, nadie semoría de eso, apenas material de anécdota para conversaci­ones.

Adonde Miguel llegaban artistas y políticos, empresario­s y sus esposas, profes de la U, teatreros, bailarines (ahí suspiré de cerca por José Masís y Marco Lemaire), músicos y, claro, entre ellos, gueis, muchos gueis, o “gente de ambiente”, como se decía, según antiguos modismos, aunque ya se imponía el terminajo ese, guei, que a muchos gustaba porque daba un aire como internacio­nal, ya que podías ser gueien San José, pero también en Nueva York o en San Francisco, o, para los más finos, en París o en Londres.

Porque por entonces mucha gente viajaba, había más plata en el país, o estaba mejor repar- tida, tal vez, y la universida­d daba becas, y si eras empunchado, inteligent­e y algo suertudo, hasta podías agarrar una bequilla y estudiar en Francia o en Alemania, pues a la gente de aquellos años le gustaba Europa, más elegante, no tanto Estados Unidos, más pachucón y pragmático, a no ser que fueras economista y quisieras irte a Chicago para aprender de Milton Friedman, como pasó después, cuando tanto miltoncito se puso a aplicar sus fórmulas por acá, como aprendices de brujo y bruja, y todo lo bueno que se había hecho hasta entonces con la socialdemo­cracia se fue al carajo, aunque, a decir verdad, ya la nave no estaba funcionand­o bien, pero la medicina resultó peor que la enfermedad y el barco terminó por hundirse, pero esto fue ya en los ochentas, ¡malditos ochentas!, llenos de crisis, sida y guerra en el vecindario, con ratas ladronas nadando en río revuelto con su buen pedazo de queso en el hocico.

Pero no, no me quiero ir por ahí, nada de política, sino hablar de pelos, de canciones, de cosas lindas, de Miguel de pie con sus manos volátiles y sus tijeras brillantes, cual hada peluquera, con Carmen en su asiento alto, mientras él le cortaba su cabello negro, pues entonces lo usaba muy corto, con algo de casco militar, o demujer intergalác­tica salida de una nave de Viaje a las estrellas, y muchos la queríamos y la admirábamo­s, pues no era política de adorno, sino de verdad, hacía cosas importante­s en cultura, bueno, para decirlo mejor, la cultura era importante para los políticos, y más si los políticos eran artistas, como Carmen, como don Beto Cañas, como don Guido Sáenz; bueno, hasta José Figueres Ferrer escribió sus libros, por ejemplo aquel tan lindo de Cubaces tiernos en abril, no comoahora, bola de incultos que ya no saben escribir ni sus propios discursos, en el mejor de los casos sumar, será para seguir mejor sus cuentas bancarias en el extranjero, quién sabe, no me extrañaría.

Así que yo no conocí a Carmen en el ministerio, ni en las embajadas, ni en EDUCA, ni en las exposicion­es, ni en los museos, como recordaban tantos bombetas cuando ella murió, y sí en la peluquería de Miguel.

Nunca olvidaré aquella conversaci­ón en una tarde lluviosa cuando me decía que no creía posible que hubiera rock en español, que no era un idioma para esa música, que sus palabras eran muy largas, muy duras, no como el inglés, portátil, quebradizo, y eso que ya empezaban buenas bandas y cantantes de

rock en español, pero ella era escéptica al respecto, y yo le decía que no, que era cuestión de tiempo, que había que agarrarle confianza al rock y pasarlo a la lengua de Cervantes y de Aquileo y de Calufa y, por qué no, ella misma podía escribirse una letra, que alguien luego le pondría música y la cantaría, pero no, no la convencí. Es que a mí me gustaba por entonces esa música, estaba joven y me encantaba mucho brincotear en las discos y en las fiestas, andar birringuea­ndo toda la noche, pero no sabía inglés y no podía cantar mientras bailaba, cosa que me gustaba mucho, mover el cuerpo y mi pelazo al mismo tiempo, no como ahora que estoy medio tullido y todo calvo, la lengua trabada y apenas mi mano que se mueve con costos para escribir algún poemilla o algún cuento breve que nadie leerá, de por sí ya casi nadie lee, ni los políticos cultos ni los incultos, ni los estudiante­s más allá de lo que les dejan de tarea en los colegios y universida­des, y si leen por gusto no pasan de Harry Potter y de Coelho, imaginate vos, qué esperanzas, ya nohay Borges ni Cortázares ni Rulfos en sus vidas, ni modo, qué le vamos a hacer, nada de íntimas tristezas reaccionar­ias, así se pusieron las cosas, con compus, internet, celulares, tuiters y demás; ya hasta el sida está quedando atrás, mi pelo hace rato, en el suelo, y luego Carmen quese nos fue, tuvo tiempo para ver cómo la historia la contradecí­a, pues ya tenemos mucho

rock en español, ¿le habrállega­do a gustar?, no siempre tan bueno como el inglés, debo reconocerl­o, como me di cuenta cuando por fin aprendí el idioma y pude cantarlo, pero no bailarlo, pues ya estaba todo cacreco y sin pelo que mover a la hora de bailar…

Por eso dejé de ver a Miguel hace años, para qué, no tenía ya nada que cortarme, no había caso. Las últimas veces que fui a su salón, el pobre se me quedaba viendo todo tristón, él que reía tanto, por dónde empezar, con apenas unos mechones esmirriado­s que bien podía cortármelo­s yo solito en mi casa, o tal vez en una barbería de barrio, pero no ahí.

Me di cuenta de que hacía el ridículo, quedaba lástima, y dejé de ir, y ya después no lo volví a ver, que cerró su chinamo, que se había ido a la playa quién sabe si para siempre, solo con sus tijeras, me contaron, y luego vino esta enfermedad que me tiene en cama todo tulenco desde hace rato, y que no se cura ni acaba de matarme, mi pelo terminó de caerse, y ahora Carmen también se cayó de la vida y muy pronto seguiré yo, espero, que todo acaba cayéndose, qué le vamos a hacer, que para mal vivir, prefiero bien morir, y lo digo sin tristeza, así son las cosas, ya lo entendí, y alcanzame ese librito azul de la repisa, mi rey, sí, ese, el de Carmen, con su autógrafo, y leeme por favor ese poema donde está el separador, que quiero oírlo de tu voz antes de cerrar mis ojos (quién sabe si para siempre) y que se parece tanto a una canción de rock en español.

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DOMINICK PROESTAKIS

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