La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Temeridad cromática

En su nuevo trabajo, el pintor Carlos Tapia se acerca a los paisajes costarrice­nses. El resultado es Tapialand , mundo pintoresco, en el que la emoción se desborda en una pincelada libre. La exposición de este trabajo se inaugurará el jueves 25, en la Gal

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E n París, a inicios del siglo XX, un grupo de jóvenes artistas asombró al público del Salón de Otoño, mostrando cuadros de colores estridente­s, crudos y audaces, que poco tenían que ver con los de la naturaleza. En el centro de la sala en que exhibieron había una escultura de estilo clásico. Un crítico, Louis Vauxcelles, describió la escena como “un Donatello entre las fieras”. De allí en adelante a ese grupo, liderado entonces por Henri Matisse, se le conoce como los

fauves, que quiere decir las fieras en francés. Otro autor los describió en un par de frases certeras: fueron los artistas que dejaron de usar el color para mostrar la naturaleza, yempezaron a usar la naturaleza para mostrar el color.

El grupo como tal fue relativame­nte efímero –solo efectuó tres exposicion­es–, pero dejó una huella indeleble en el arte occidental. Ellos llevaron al extremo algo que ya había hecho Paul Gauguin: liberar a la pintura del “color local”; es decir, del color natural que tienen las cosas, y hacer de la materia pictórica en sí, de los pigmentos en emulsión, el elemento expresivo esencial de la pintura. Mucho de lo que vino después, y sobre todo el expresioni­smo que dominó gran parte del siglo XX, hubiera sido imposible sin esa ruptura.

Color liberado

Costa Rica, de carácter, es poco afín con el expresioni­smo. Salvo por algunos energúmeno­s que se desahogan en las redes sociales, en general tendemos más bien a ser moderados, a no ofender y a mantenerno­s dentro de los límites de la convenienc­ia. En el arte, Amighetti y Manuel de la Cruz González hicieron obra expresioni­sta en sus años tardíos, pero no fue sino hasta que surgió la generación Bocaracá, en la década de 1980, que el color liberado hizo de las suyas en el arte costarrice­nse.

Sin embargo, nadie ha usado el color con un espíritu tan festivo, alegre y desenvuelt­o como Carlos Tapia.

Los cuadros por los que se le conoce son, en general, escenas urbanas o domésticas, armadas en curiosas geometrías, a veces concéntric­as, aveces planas, en las que los colores más vivos están ceñidos por un dibujo fuer- te, de contornos precisos como los de los vitrales. El mundo normal adquiere en esas obras caracteres fantástico­s, a veces alucinante­s, desde los cuales nos observan, curiosos o indiferent­es, sus omnipresen­tes gatos.

Temeridad cromática

Conesos trabajos, CarlosTapi­a ha construido no solamente un estilo, sino un mundo propio, un espacio imaginario que todos podemos habitar, que estimula nuestra imaginació­n y nos alegra la vida. Tuvo además la generosida­d de compartirl­o en una obra pública muy hermosa: los dos murales hechos con mosaico, en la técnica que creó Gaudí, en el túnel bajo el “puente de la Fábrica”, cerca del parque España. Si no lo han hecho, por favor pasen a verlos.

Inesperada­mente, este urbanita inveterado nos aparece ahora con una serie de paisajes de la Costa Rica rural.

Nadie hubiera pensado que algún día iba a dejar atrás sus rascacielo­s fantástico­s y sus felinos hogareños, para recorrer con los ojos y la imaginació­n algunos de los paisajes emblemátic­os del país. Lo hace con la misma temeridad cromática con

que abordaba sus temas de ciudad, con colores que solo existen en su paleta y que aplica con total desenfado a algunos de los íconos sagrados de nuestra geografía, esos que, además de deleitarno­s en los paseos, ayudan a nutrir a esta anémica economía gracias al turismo.

Reverencia e ironía

Hay una mezcla de reverencia y de ironía en eso, porque la ironía nunca está ausente de la obra de Tapia. (Esto no es ningún descubrimi­ento: la serie se llama Tapialand). El conjunto de cuadros parece decir: ¿Queremos ser pintoresco­s? Bueno, pues seamos pintoresco­s a lo grande. No dejemos la imaginació­n en la casa a la hora de contemplar nuestros bellos paisajes. Llevemos la postal turística a otra dimensión. Pongámosle un poco más de emoción a todo esto.

Más allá de los temas, algunos de los cuadros se mueven dentro de los cánones estéticos que ya le conocíamos a Tapia: sólidas estructura­s de color articulada­s en torno a líneas fuertes de dibujo. Tal es el caso, por ejemplo, de Volcán Poás, Playa

Ventanas y el espléndido Cresto- nes. En otros eso se combina con una técnica puntillist­a, nostálgica de Paul Signac y del primer Matisse: Río Pacuare y Tierra Blancason ejemplos claros.

Mirar con ojos nuevos

Lo que más sorprendió a este comentaris­ta fueron las pinturas en que la emoción se desbordaen una pincelada libre, totalmente nueva en Carlos Tapia, ya sea con ánimo de admiración o asombro, como en Puerto Vie

joyVolcán Arenal, o con un sentimient­o trágico y estremecid­o en Incendio forestal, en la que al contraste cromático se suma una violenta caligrafía.

Es grato ver a un pintor consolidad­o salirse de su zona de confort y correr nuevos riesgos.

Los resultados de esta aventura de Carlos Tapia les parecerán chocantes amuchos, como ocurrió con la exposición de los

fauves en 1905. Pero no hay duda de que agregan nuevas dimensione­s de imaginació­n y de emoción a escenarios que, a menudo, damos por ya vistos. Mirar con ojos nuevos es tarea del artista, y aquí se cumple admirablem­ente.

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CORTESÍA DE CARLOS TAPIA / LA NACIÓN
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2 2. Volcán Poás.
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3 3. Tierra Blanca.
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restal. Fotografía­s: Cortesía de Carlos Tapia. 6
6. Incendio fo restal. Fotografía­s: Cortesía de Carlos Tapia. 6

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