La Nacion (Costa Rica) - Ancora
LIBERAR LA MEMORIA DE LA FAMILIA PIRIE
Un libro rescata fotografías extraordinarias custodiadas por la familia.
Con la reverencia imprescindible ante una caja que guarda tesoros únicos: así abrimos la obra de
Fraser Pirie, El tiempo congelado. Memorias fotográficas de
Costa Rica (San José, Talleres Gráficos de E Digital); con esa expectación que siente todo amante de la historia cuando sabe que va a ser expuesto a cosas nuevas, pero ignora aún qué es lo que va a encontrar.
¡Qué placer ir pasando las páginas y detenerse ante un texto bien cuidado y unas fotografías extraordinarias que han sido custodiadas por la familia Pirie durante décadas, para ser ahora legadas al país por el bisnieto de aquellos médicos y farmacéuticos que vinieron de Canadá a aposentarse en la vieja Cartago, en la última década del siglo XIX.
El primer Pirie en llegar a Costa Rica
El Dr. Alexander Fraser Pirie llegó a nuestras costas por un accidente de la nave que lo llevaría a Chile a ejercer su profesión de médico. Ante el retraso de la travesía, decidió viajar a través de la montaña para ir a conocer Cartago, a la que tardó tres semanas en llegar. Quedó enamorado de Costa Rica y decidió afincarse aquí.
La ciudad le agradeció su asistencia médica, que ejercía con gran acierto y desinterés, y por muchos años fue el único médico de Cartago. Cuando ya había echado raíces, fue a Canadá para contraer matrimonio con Jean Bertram y regresó para residir en Costa Rica los siguientes 50 años. Hombre polifacético, el Dr. Pirie era, además de médico, cafetalero y banquero. En su hoja de vida sobresale el hecho de que fue presidente fundador del Banco de Crédito Agrícola de Cartago.
Él viajaba con frecuencia a su país natal y sus familiares venían a visitarlo a la Vieja Metrópoli. Por fortuna, le gustaba al doctor dejar documentadas esas ocasiones especiales, así como lugares y sucesos de la vida del país, para lo que contrataba al fotógrafo estadounidense Harrison Nathaniel Rudd, cuyo asistente, el español Manuel Gómez Miralles, estaba presente en las sesiones.
Esas fotografías, y otras de H. G. Morgan y de Otto Sieman, entre otros, eran desconocidas o inaccesibles hasta ahora. Entre ellas, las hay de la ciudad de Cartago, antes y después del terremoto de 1910; y otras de San José. Puntarenas y Alajuela, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX. Ellas son las protagonistas del nuevo libro de Fraser Pirie.
Un libro que nació por la presencia súbita del abuelo
Nos cuenta el autor que el Instituto Tecnológico de Cartago (TEC) celebraba los 30 años de la declaratoria de patrimonio de la Casa de la Ciudad y lo invitaron a asistir. Al entrar por la puerta trasera, se encontró con su abuelo. “Tamaña impresión me llevé”, nos dice. Y agrega: “Era en un póster tamaño verdadero del Dr. Pirie, pero casi lo saludo”.
Al autor le impresionó mucho, nos dice, “el esfuerzo gigantesco de restauración y conservación del TEC, con profesionales muy competentes. Por ejemplo, en una pared interna, rasparon el material hasta dejar expuesta la lámina de acero que utilizó el ingeniero al que llamaban Juan Largo –Henry Graham Bertram, cuñado de mi abuelo– en la segunda reconstrucción”. Y concluye concretando la razón que lo llevó a escribir el libro: “Por ese esmero y deseo de conservación, el gran respeto al legado histórico del edificio Pirie, hoy Casa de la Ciudad, se hacía necesario no dejar en la caja fuerte las antiguas fotos del Dr. Pirie. El álbumhabía sido relegado de un estante en la casa de la finca, a la oscuridad de la caja fuerte y decidí sacarlo a la luz”.
Literalmente, un regalo para los lectores
El autor nos cuenta que está trabajando en un nuevo libro para publicar a finales de este año. “Me encanta contar un cuento, una historia con fotos. Por ejemplo, la subida de la montaña desde la finca en Orosi hasta la casa en Cartago, una secuencia de tomas que se convierten en narración, como aparecen las páginas 75 y 76”. Y manifiesta su deseo de solicitar fotografías antiguas de nuestro país del periodo 1900-1950 a los lectores o escanearlas a 300 píxeles para devolverlas a sus dueños.
Por último, revela un secreto bastante sorprendente: los ejemplares de su libro son para regalarlos. Así como lo oyen. La razón: “Un libro relegado a un estante, es un tesoro no conocido. Considero que esas fotografías son parte del patrimonio nacional y yo vivo amando a Costa Rica; nosotros vivimos agradecidos con Costa Rica. Porque en mi familia, ¡todos éramos extranjeros en el paraíso! ”.