La Nacion (Costa Rica) - Ancora

La patada de Eddy

Édouard Louis Para acabar con Eddy Bellegueul­e Novela Salamandra Pedidos: 800-LIBRERÍA

- FERNANDO CHAVES ESPINACH fernando.chaves@nacion.com

Cuando alguien humillado sistemátic­amente reclama al fin su derecho a protestar, mucha gente espera que sea discreto y educado, y se indigna si él expresa ira. Para acabar con Eddy Bellegueul­e(En finir avec Eddy Be

llegueule), primera novela de quien ahora se llama Édouard Louis, no pide perdón por estar enojado porque es una novela sobre comer mierda. Cuántos preferiría­n que no lo escribiera de este modo, pero es así.

La novela autobiográ­fica, publicadae­nel 2014enFran­cia, fue un éxito y un escándalo. Entre un padre alcohólico y desemplead­o, una ruda madre que a duras penas mantiene unida a la familia, y una aldea pequeña en población y empatía, el niño Eddy Bellegueul­e sufre el doble porque es el marica de su colegio, la “loca” blanco del bullying más atroz. Cuando le escupen la cara, deja rodar la saliva para que no lo golpeen más duro.

Toda primera novela es un asesinato. Édouard Louis, quien borró su viejo nombre en el 2013, dispara con rabiosa puntería hacia el machismo suicida que lleva los cuerpos de los hombres a quebrarse bajo la labor diaria, a las mujeres a limitarse a ser receptácul­os de su violencia etílica, y a los niños a sacar las garras desde pequeñitos para sobrevivir como puedan.

En Eddy Bellegueul­ehay mucho intraducib­le, aunque María Teresa Gallego ha realizado una versión enérgica en español. Lo que puede provocar cierta distancia es que la novela, en francés, entreteje dos registros: el educado y pulido del narrador, el Eddy que escapa, y el francés rural del norte, en este caso salpicado de groserías. Es un lenguaje de la violencia, cuyas rugosidade­s se entienden al echar una mirada a su tierra.

Hay mucho del sociólogo Pie-

rre Bourdieu en la visión de mundo de Édouard Louis, que intenta comprender sin perdonar, pero también mucho resentimie­nto acumulado. Eso está bien. Asus 22 años, cuando publicó el libro, apenas dejaba atrás el apartament­o estrechísi­mo y decadente, las calles de barro y basura, los puñetazos en su frágil cuerpo de maricón. Sí ocurre que, en ciertos pasajes, el resentimie­nto deja un regusto a elitismo adquirido, al teñir de explicació­n “natural” ciertas violencias que el sistema económico produce.

En esa tensión, no obstante, ebulle la energía de la novela y despierta interés en el contexto de su creación. Abundantes discusione­s culturales de nuestra época enfatizan el papel central de la diversidad en la producción artística. La era de los feminismos, con su potente desmantela­miento de la cultura, han traído a la luz lo que otros preferiría­n oculto: la experienci­a de las mujeres, de la gente no blanca, lo queer, los migrantes. Como explica la escritora Arundhati Roy: no hay tal cosa como los “sin voz”, solo los deliberada­mente silenciado­s o los preferible­mente no escuchados. Incluso dentro del panorama de la diversidad, se escucha poco de esa palabra convertida en grosería desde los 90: clase. Para acabar con Eddy Belle

gueule, por su parte, es una novela sobre la clase socioeconó­mica, sobre la pobreza perpetuada y petrificad­a por un rapaz sistema económico que expulsa y castiga a quienes no sabe, no quiere o no puede integrar en su frenética fábrica.

Es una novela, pues, sobre la Francia quevota por la ultraderec­hista Marine Le Pen, sin importar sus escandalos­as posturas ni su xenofobia. Como tantos otros populistas, prefiere culpar a otros –siempre hay “otros”, da igual quiénes sean– que confesar que la pobreza no se irá a ninguna parte. En la brutalidad del entorno que describe, Louis sabe explicar que todos son víctimas y victimario­s. Es canibalism­o.

Édouard Louis triunfa en lo literario porque sabe escuchar. “De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz”, comienza el libro, y da poco espacio a cualquier luz que parezca prometerle algo mejor a Eddy. La empatía que sobrevive, aun así, suaviza algunos momentos, como cuando piensa en su padre enfermo y a la deriva, o en su madre atormentad­a porque su propia vida no le pertenece.

De forma fracturada y elíptica, Eddy va narrándose y editando su vida. No se preocupa por hacer calzar las piezas que no correspond­en. Ni él mismo, que seguirá siendo tal como es. Humillado y arrinconad­o, tiene el coraje de decir, a pesar de todo, en medio de la mierda, este soy yo.

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