La Nacion (Costa Rica) - Ancora
Un periodista busca a su padre en un militar.
Renato Cisneros. La distancia que nos separa (2015) es el intento de un escritor de entender a su padre, un controversial líder militar
El Gaucho Cisneros fue un hombre terrible y un hombre como cualquier otro. Fue herramienta de la opresión y alguien que creyó en el honor y el deber. Fue padre y fue hijo: su herencia incluía familias rotas y dudas, amores y desengaños. Implantó toques de queda, encarceló a manifestantes, reprimió a medios y a disidentes. Lideró las ofensivas del Ejército contra Sendero Luminoso y enfrentó a Fujimori: para la derecha era un héroe, para la izquierda, un monstruo.
En 1976, año agitado para el Perú, donde Cisneros formaba parte clave del gobierno militar, tuvo un hijo con su segunda esposa. El hijo se hizo periodista y escritor. Es Renato Cisneros, cuya novela La distancia que
nos separa es su búsqueda del Gaucho hombre tras el Gaucho personaje, el Luis Federico Cisneros Vizquerra que fuemucho más que un líder militar y un represor temido. Fue su papá. Cisneros conversó con Áncora durante el encuentro Centroamérica Cuenta, celebrado en Managua (Nicaragua) en mayo, donde compartió lo que hay detrás de uno de los libros peruanos más discutidos en años recientes.
“Tuvo esa formación y cuando le tocó, muchos años después, ser ministro del Interior y de Guerra, no dudó en componer un personaje rudo, director, convencido de que al enemigo había que ganarle también la batalla psicológica, proponer la pena de muerte para los dirigentes terroristas, y hacer una serie de declaraciones muy altisonantes, muy duras.
”Es la historia de ese hombre, pero también es la historia del hijo que trata de encontrar su lugar en el mundo a partir de una investigación familiar, convencido de que todo lo que sabía sobre su padre era en realidad una minucia con respecto a lo que no sabía”, dice el escritor.
–¿Por qué decidió que este era el momento para confrontar ese tipo de dudas?
–Son cosasque unono lasdecide. Hay cosas que surgen en tu interior, como una necesidad, una imposición, antes que como una elección. Habían pasado diez años de su muerte (1995), un evento que había afectado mi vida, la vida de mi familia, pero era un asunto que creía que tenía muy digerido. Cuando me doy cuenta de que no, de que mi padre continúa siendo un gran enigma en mi vida, decido iniciar una investigación que al principio no fue tan obsesiva co- mo llegaría a ser luego.
”Durante ocho años fui tomando notas, haciendo apuntes. No hubo un momento en el que dijera: voy a escribir ahora, después de todo lo que he reporteado, averiguado y especulado. Lo que hubo fue la decisión de darles a todas las notas una unidad con carácter narrativo”.
–Antes de tal investigación, ¿cuál era su relación con esa figura del Gaucho?
–Bueno, una relación admirativa. Tenía 18 años cuando él murió, y tenía 13 o 14 cuando estaba en el pico de su popularidad. A pesar de estarya en el retiro militar, continuaba siendo un opinador muy influyente en el acontecer político de Perú. Me dejaba llevar por las muestras exterior de lo que veía: me encantaba que mi padre fuera famoso, lo escuchaba en la televisión sin terminar de comprender el discurso político que él propagaba, estaba muy chico quizá para ejercer una distancia crítica entre lo que yo sentía por él y el contenido de sus intervenciones. Era un hijo que admiraba a su padre. De hecho, hasta hoy: admiro muchas cosas del Gaucho, pero hay otras de las que disiento totalmente. –Es un proceso muy largo, ocho años de trabajo. Es un proceso de altibajos... –Sí. De hecho, durante esos ocho años, publiqué dos novelas juveniles en el Perú. Siempre digo que esas son novelas que quise escribir, no que tuve que escribir; este es un libro que sí tuve que escribir, porque yaempeza- ba a ser una carga que afectaba mi salud, mi estado mental.
–Es un libro de una sociedad que se recupera de un proceso que no necesariamente ha terminado de entender, no está precisamente cerrado.
–En el fondo, todas las novelas que examinan la figura del padre son libros que tratan sobre el poder. El padre es la primera encarnación del poder con la que uno tiene contacto. Es el poder legislativo, el poder judicial y el poder ejecutivo. Por lo menos en la tradición hispanoamericana, donde los roles familiares han estado muy determinados, el padre es eso, la encarnación del poder.
”Cuando uno, años más tarde, termina investigando sobre su padre, esta figura patriarcal, hay una pregunta inconsciente que está rondando: ¿cómo se ha venido administrando el poder en nuestros países? En el Perú lo que subsiste es no un malentendido, pero sí gran debate y discordia sobre qué fue lo que le ocurrió al país en los años 80 y los 90. Hay gente que habla de ‘guerra interna’, o de ‘terrorismo’, de ‘terrorismo de Estado’y en la medida en que cada uno tiene una etiqueta para contarse la historia que prefiere, somos una sociedad que está condenada a discutirse a sí misma.
”Es un conflicto que ha tenido un aparente cierre políticoarmado, digamos: Sendero Luminoso se desintegró, los cabecillas fueron apresados, pero aún continúa una cierta violencia, que se repite en coyunturas muy agitadas, como las justas electorales. Uno siente que la
violencia permanece, ya felizmente no armada, es sobretodo retórica. Las redes sociales sacan lo peor de nosotros. Nos reconocemos como sujetos hepáticos que aún siguen discutiendo sobre lo que pasó hace 30 años. No es un reproche, me parece que es muy saludable que una sociedad esté cuestionándose a sí misma todo el tiempo, hasta que sea necesario”.
– Acometer este libro, ¿supuso para usted matizar o definir mejor lo que ocurrió en Perú hace 30 años?
–Es interesante porque claro, por mi formación, por mis lecturas y opiniones políticas, tiendo a rechazar cualquier tipo de lesión a los derechos humanos. Mi padre no. Mi padre era un hombre que, por el momento en el que le tocó ser ministro, y por su forma de pensar, no creía mucho en los derechos humanos, como los militares en general, que tienen una mirada muy singular de ellos. Pero sí me sirvió, mientras escribía la novela, la información que fui recabando y la interpretación que le fui dando, para entender que es muy difícil juzgar las cosas que ocurrieron hace 30 o 40 años con los ojos de hoy. En ese momento no había mucho espacio para discutir temas como ese. –Ni para disentir.
–Ni para disentir. Casi todos los días había un atentado o había cambios en el gobierno porque la estrategia antisubversiva no estaba funcionando; había miedo, había incertidumbre, no era una sociedad dialógica, sino cerrada y hermética, que no conversaba.
”Por un lado, sí que me sirvió para entender que uno no puede juzgar la historia todo eltiempo desde el lugar que le toca. Por otro lado, es necesario juzgar la historia, es necesario leerla, interpretarla hoy aun cuando hayan pasado 40 años.
”No lo justifico ni jamás justificaré ninguna de las matanzas perpetradas por el Ejército, como tampoco puedo justificar disposiciones que tomó mi padre para movilizar las Fuerzas Armadas en Ayacucho, que fue la provincia donde ocurrió 80% de actividad terrorista. Yo no quería que el libro fuese un territorio en el que mis opiniones o mi ideología estuviesen confrontándose con las de mi padre. Me parecía que no era un lugar donde la propaganda ni el debate de ideas tenían que darse, ni juzgarlo a él, sino simplemente describirlas, contarlas y sí, narrar cómo eso iba afectando mi vida familiar o iba cambiando mi mirada del mundo”.
–Una pregunta que surgió en una mesa de Centroamérica Cuenta era si esto podía fungir como un proceso de curación...
–Creo que había una opinión general en la mesa de que es muy difícil que las curaciones colectivas se produzcan. Son más fáciles los procesos individuales, a veces aislados, a veces más omenos concatenados, los que pueden ir, poco a poco, con el tiempo, restañando heridas. No sé si en nuestros países, que han sido tan fuertemente golpeados por crisis políticas, y que son sociedades en general escindidas, la palabra‘ reconciliación’ sea la mejor o la más adecuada.
”Ala generación denuestros padres le tocó protagonizar unas luchas, cada uno con ideales muy concretos, y quizá a nuestra generación le está tocando narrar esas luchas y tratar de comprenderlas. Ojalá que sean nuestros hijos y nietos los que puedan vivir los frutos de lo que pueda ser un gran diálogo en estos años, con el riesgo que siempre queda de que les llegue la historia demasiado distorsionada como para que no les interese un comino ya si la sociedad se reconcilió o no. Pero es el dramade la historia, uno tiene que aceptar el lugar que le toca y tomar las acciones que deba”. –¿Cómo ha sido la recepción en Perú?
–Interesante porque la ha leído gente de derecha, ligada a mi padre, que tenía una imagen absolutamente épica de este personaje militar. No ha dejado tenerla por el libro, pero también ha sido leída mucho por gente de izquierda, interesada en una mirada no condescendiente del hijo. Así como yo no quería juzgar la ideología de mi padre, tampoco quería hacer publicidad de sus ideas. Me costó mucho encontrar novelas análogas sobre hijos de militares.
”Por lo general, los hijos de militares tienden a no discutir al padre; tienden a mantener el legado y consideran una traición obscena cualquier disenso que uno pueda tener con el padre. De hecho, a mí, hijos de militares me reprochan eso. ‘¿Cómo es posible que el Gaucho, siendo tan claro en sus ideas, haya tenido un hijo caviar (es una expresión que sea usa en Perú para denominar a gente que tiene cierto pensamiento de izquierda pero no del todo izquierdista)?’. Por otro lado, hay gente que me dice, ¿así que tú eras hijo del ‘carnicero Cisneros’?
”Se han dado lecturas desde todos los ángulos. Lo mejor que pueda pasar con un libro es que se discuta. Me quedo satisfecho cuando siento que el libro se discute en lo social y en lo privado. Recibo muchísimos mensajes de gente que me dice que gracias al libro está pensando más la relación con su padre o su hijo”.