La Nacion (Costa Rica) - Ancora
MARIO ROA, EL OJO QUE VALE POR MIL
Diferentes facetas de la realidad nacional se reúnen en Las fotos de mi tata Mario Roa: Costa Rica 1936-1946, de Floria Roa y Alejandra Chaverri
A unque se puede afirmar grosso modo que la fotografía en Costa Rica se practica desde 1850, los libros sobre historia de la fotografía local son muy pocos. Escasean igualmente los dedicados a sus pioneros más re levantes ya sus arduos trabajos.
No existe tampoco una fototeca que facilite el rescate, la conservación y el estudio de los archivos fotográficos más antiguos de manera sistemática.
No obstante, algunas instituciones nacionales han hecho acopio de originales antiguos y reproducciones, sin llegar –salvo honrosas excepciones– a dimensionar en soportes apropiados los aportes antropológicos, artísticos o sociales de nuestros fotógrafos.
En ese contexto, el libro Las fotos de mi tata Mario Roa: Costa Rica 1936-1946 es bienvenido, pues subraya la calidad individual de un fotoperiodista nato, que desbordó los límites de su trabajo con un ojo certero, técnica y artísticamente hablando.
Las fotos de Mario Roa plasmaron múltiples facetas de la realidad nacional. La más famosa de ellas es la del mazazo de José Figueres el 1.° de diciembre de 1948 en el ahora Museo Nacional y por definición no entra en la selección de la década mencionada.
Sin embargo, la recuperación parcial de sus sugerentes imágenes por parte de su hija Floria Roa y de la experta fotógrafa y restauradora Alejandra Chaverri, demuestra la necesidad de fomentar entre los investigadores, coleccionistas y amantes de la fotografía “antigua” la producción de obras similares.
Este libro, si se le da la promoción adecuada, no solamente puede comenzar a llenar un vacío sino que será también un éxito comercial para la Editorial Tecnológica de Costa Rica, que incursiona por primera vez en este campo.
Los precursores
Un particular aporte a la fotografía costarricense, desde principios del siglo XX, ha sido el de los fotoperiodistas. La captura, revelado e impresión en los diarios de fotos de actualidad era un proceso complejo y, muy a menudo, lento e insatisfactorio.
Las imágenes impresas en periódicos viejos como El Imparcial, La Información, El Diario de Costa RicayLa Prensa Libre, por ejemplo, y hasta en el mismo diario La Nación en sus comienzos, se caracterizan por unaimprecisión asombrosa para quienes las vemos ahora, pero constituyen en sí un factor de curiosidad y entendimiento de la realidad noticiosa.
Así lo demuestra el despliegue de las fotos tomadas por ManuelGómez Miralles durante la gira a Guanacaste del presidente Alfredo González Flores en 1916 y publicadas en la primera plana de El Imparcial.
Posteriormente, ahí donde hubieraun acontecimiento digno de destacar, Gómez Miralles se hizo presente, muchas veces a caballo cargando pesadas y delicadas placas de vidrio. Su testimonio como fotoperiodista abarca la mortífera explosión de la Penitenciaría en 1917 y el descarrilamiento del tren en el Virilla, de 1926, por solo mencionar dos tremendos acontecimientos noticiosos.
Sin proponérselo quizá, GómezMiralles sentó las bases de la “especialidad” de la foto de prensa en Costa Rica, seguido por varios apellidos ilustres como, por ejemplo, Coto, Castillo, Arévalo y, más adelante, Roa.
Como muestra del poderoso gusanillo que alimentaba el quehacer de Roa desde joven, el libro Las fotos de mi tatamuestra una gráfica, tomada por un desconocido, del propio Mario Roa haciendo tomas de un in-
cendio a la par de su casa, más preocupado por fijar el hecho en sí que por las posibles consecuencias para su morada.
El libro de Floria Roa y de Alejandra Chaverri refleja la curiosidad permanente de don Mario, su habilidad para fijar en el instante preciso su mirada, entre inquieta y divertida, y nos transporta a un período que nos parece extraño y lejano pero que sigue siendo muy nuestro y muy cercano. El gran salto adelante es el cambio de soporte, lo cual permite una impresión nítida que realza la calidad estética de las tomas.
Se inscribe esta publicación póstuma y bilingüe en una tradición paralela: la de libros de fotógrafos que buscaban mayor difusión y permanencia de sus obras dando a conocer el país y sus gentes. Así, fotógrafos como Morgan, Zamora, Gómez Miralles, Amando Céspedes, etc., publicaron álbumes que adquirieron difusión nacional e internacional a fines del siglo XIX y principios del XX.
En momentos en que nuestra sociedad está inmersa en un frenesí de imágenes multicolores, las tomas en blanco y negro recogidas en Las fotos de mi tata
Mario Roa: Costa Rica (1936
1946) son un oasis visual, emocional y cultural que deslumbran al lector. Sus “instantáneas” nos solicitan una mirada concentraday repetidaparaderivar curiosidad y placer de la observación. La división temática de la obra facilita y estimula ese placer.
A veces, uno quisiera que la presentación de las imágenes tuviera más texto para contextualizar y entenderlas mejor, pero su piel elocuente queda abierta a nuestro poder de asombro y de imaginación: uno podría inventar historias a partir de ellas.
Es decir que, además de ser unregistro de un cierto tiempo, de unas cuantas personas, y del quehacer de algunas instituciones, las imágenes de Roa se dejan apropiar por quien las mira.
Ahí yace el atractivo de este libro, cuya portada, de tres hombres a caballo entrando a un polvoriento pueblo de Guanacaste, no habría desdeñado Juan Rulfo para su fantasmal Pedro Páramo. Y eso que Rulfo también era fotógrafo, y de los buenos.