La Nacion (Costa Rica) - Ancora
El justo espacio para esta corte
El retablo de la corte de Carlos Jiménez muestra la valía de la escultora Marisel Jiménez, considerada una artista sin parangón en la historia del arte costarricense. La obra se exhibe en los Museos del Banco Central, bajos de la plaza de la Cultura
La retratística familiar ha sido una expresión indisociable de la historia de la cultura visual occidental. Antes del siglo XIX, la realización de retratos familiares había sido patrimonio exclusivo de los sectores hegemónicos, quienes habían heredado desde tiempos antiguos la práctica de ostentar y de afirmar la legitimidad de su poder a través de este tipo de imágenes.
Los retratos de las familias reales, por ejemplo, establecían, de formas más o menos explícitas, los nexos y las relaciones de jerarquía que hilvanaban las dinámicas entre sus miembros; a la vez que enfatizaban una serie de cualidades y de atributos que justificaban su singularidad respecto al resto de seres humanos. Estas imágenes eran concebidas como un mecanismo que responde al deseo de afirmación, de distinción y de postergación en el tiempo a través de la imagen.
Probablemente por esto el retrato familiar continúa siendo una práctica extendida. Aunque el retrato pictórico y los álbumes de fotos son cada vez más objetos en desuso, aún es posible encontrar una que otra fotografía de estudio en los entornos laborales y habitacionales, mientras que las redes sociales están inundadas de su versión “casual”: los selfis familiares.
Quizás en Costa Rica nadie ha comprendido con tanta lucidez la envergadura de esta tradición como Marisel Jiménez (1947), quien la empleó como punto de partida para la creación de El retablo de la corte de Carlos Jiménez (1993).
El recorrido hasta el museo
Originalmente, esta obra se instaló en la Sala Julián Marchena, del Museo de Arte Costarricense, como parte de una muestra individual denominada Las Sábanas. Posteriormente, se exhibió en reiteradas ocasiones, recibiendo el primer premio en la I Bienal de Escultura de la Cervecería Costa Rica y el Premio Nacional de Escultura Aquileo J. Echeverría, ambos en 1994. Después se expuso ocasionalmente en algunas muestras colectivas, y el resto del tiempo permaneció almacenada en condición de préstamo en los depósitos del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y del Museo de Arte Costarricense.
En el 2016 fue adquirida para formarparte de la colección del Banco Central de Costa Rica, dando lugar a su exhibición en los Museos del Banco Central de Costa Rica a partir del 2017.
Es un conjunto escultórico conformado por varias marionetas talladas en madera de pochote, pintadas con lápiz de color y ensambladas mediante hierro soldado. Cada una de estas piezas se encuentra suspendida sobre una tarima elaborada con durmientes del ferrocarril, y están acompañadas con la presencia, casi imperceptible, de un armario de madera viejo, que encierra una talla en madera policroma, con forma de corazón.
Como lo expresa su nombre, fue concebida como un retablo, es decir un tipo de inmueble litúrgico. Sin embargo, este concepto remite también al teatro de títeres, lo que explícitamente hace que la pieza sea un espacio de representación.
La alusión a la corte es otro detalle relevante, pues se trata de una organización política propia de la realeza y de la nobleza, conformada por las personas que, por lazos de consanguinidad o por nexos de otra naturaleza, son cercanas al soberano (sí, en masculino), y se articulan en torno a él de acuerdo con protocolos que salvaguardan una estructura jerárquica.
Por último, aunque no menos importante, está la mención explícita de Carlos Jiménez, el padre de la artista, quien figura como el soberano de esa corte. Este detalle introduceun matiz autorreferencial y circunscribe la obra en la tradición retratística de la realeza y de la nobleza.
Abordaje crítico
Este trabajo despliega algunas coordenadas de raigambre religiosa, política y biográfica que crean un entramado de sentidos complejo.
A partir de estos considerandos, revitaliza el género del retrato a través de un abordaje crítico de la institución familiar. Este es un detalle relevante, pues implica un punto de quiebre con la solemnidad que ha caracterizado el tratamiento de la familia en la historia del arte costarricense.
En este sentido, la elección de la marioneta es sumamente im- portante, pues por medio de este recurso la artista subrayalaausencia de autonomía de cada una de las figuras, cuyo accionar está sujeto a los hilos de los que penden.
La tensión que emana de la talla en madera y el hierro soldado, la frialdad lánguida de los vacíos que delinea el hierro y los movimientos que posibilita el móvil, configuran una serie de gestos y de posturas que articulan una torre de babel corporal, conformadapor figuras que parecen no guardar ninguna correspondencia entre sí.
Este es el caso del gesto de Carlos Jiménez, cuyo rostro envejecido de pupilas dilatadas y boca abierta, contrasta con la juventud y la bonhomía del resto del conjunto. Esta figura destaca por el gesto abarcador de sus brazos extendidos, la incertidumbre que provocan sus pies mutilados y el pájaro oscuro que habita en la zona de su corazón. Es este un retrato integral del soberano.
Su corte no es menos compleja. En ella sobresale una figura femenina que conforma una dupla con el soberano. Probablemente se trate de su consorte. Esta es la única figura del conjunto que aparece ataviada con una flor en el cabello y unas pantuflas rojas; acentos que le con-
fieren cierta calidez.
Las dos niñas y el perro conforman un mundo subordinado al de los adultos. Comparten su extrema distancia y su rotundo aislamiento. Una de ellas, la de rostro, guantes y medias blancas, ensaya una pose que enfatiza su delicadeza y elegancia. Su postura erguida, combinada con una sutil extensión de brazos y un ligeroentrecruzamiento de piernas a la altura de los tobillos, son muestras fehacientes de los “buenos modales” que debe procurar una “dama”.
La otra niña, la más pequeña, representa todo lo contrario. Su naturalidad solo puede ser equiparada a la del armario próximo al conjunto oala del perro, figura que en la obra de Jiménez ocupa un lugar privilegiado, comorepresentación de la pureza y de la fragilidad.
No existe en ella evidencias delosatributos y lasconvenciones que prescriben el rol de las otras figuras. Su simple presencia y su rotunda materialidad le confieren cotidianidad e historia a esa corte.
Probablemente por ello es la única figura del conjunto que mira lo que acontece. Y es también la única figura del conjunto que tiene sus pies en el suelo.
Aproximación descarnada
Su lucidez y autoconciencia encuentran una correspondencia en el armario. Situado en la penumbray al margen del retablo, es uno de los elementos más relevantes de este retrato, pues ahí yace lo que en el retablo está ausente: una percha vacía y un gran corazón de madera policromada.
El armario y la niña pequeña, desde su posición marginal, asumen una custodia de aquello que en el camino se suprimió o se perdió, en nombre del deber ser: esos hilos invisibles que son las convenciones sociales.
La obra ofrece así, una aproximación descarnada a la familia, como una de las instituciones privilegiadas para la puesta en escena de estos dispositivos orientados a la normativización de las relaciones afectivas primarias, lo que pasa por grados diversos de supresión y de manipulación de las subjetividades.
Para esto, retoma las premisas que han sustentado la larga tradición retratística y, a partir de una profunda comprensión de sus fundamentos políticos, socioculturales y sicológicos, las revierte, procurando señalar justamente todo aquello que ordinariamente queda fuera de los márgenes de lo retratable, todo aquello que comúnmente se calla y se oculta.