La Nacion (Costa Rica) - Ancora

A la memoria de un lord

Nunca tuvo título ni lo necesitó, el dramaturgo, novelista y director teatral Daniel Gallegos fue todo un caballero de la cultura costarrice­nse. Murió el miércoles 21, a los 87 años, y le dejó al país un rico legado literario y teatral

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Enoctubre, DanielGall­egos estaba hospitaliz­ado, mientras los doctores le realizaban un sinfín de exámenes. Aprovechó un descuido de todos y me llamó para ofrecerme una reseña del libro de Luis Thenon ( El sótano, publicada por Uruk Editores): que la tenía lista, que me la iba a mandar Emilia Macaya, una de sus queridas amigas; que por favor la valorara. La banda sonora caracterís­tica de un hospital me acompañó mientras traté, infructuos­amente, de sabercómo estaba, qué tenía, cómo se sentía; quiso tranquiliz­arme con un monosílabo y siguió hablando del libro, del autor y, por supuesto, del teatro...

Apasionado por las artes y la cultura, discreto y elegante, así era Daniel Gallegos Troyo, dramaturgo, novelista, director teatral y abogado de 87 años que falleció el miércoles 21. Sin duda, uno de los nombres de la letras y de teatro más importante­s del país, como lo subrayó el Premio de Cultura Magón 1998 y lo reafirman los especialis­tas.

Si no estaba dirigiendo una obra de teatro (propia o ajena), estaba domando la palabra en textos dramatúrgi­cos o de na- rrativa; si no estaba escribiend­o, estaba en una reunión de la Academia Costarrice­nse de la Lengua (a la cual ingresó en 1990) buscando promover a un buen escritor de la lengua de Cervantes o hablando, con conocimien­to y convicción, de William Shakespear­e y las posibilida­des de sus obras y personaje.

En el otoño de su vida, disfrutaba tal trajín, asícomorec­luirse solo o con sus más amados en su finca en San Isidro de Heredia, un mundo hecho a su medida y un remanso en que se le encontraba en cada detalle.

Coherencia y huerto fértil

“En Daniel, su vida y obra estaban perfectame­nte conjugadas. En su caso, no hay una separación de géneros ni estilos; cuando usted es un ente creador responsabl­e, su obra y su vida muestran una coherencia”, detalla la académica Emilia Macaya, quien se convirtió en amiga cercanísim­a de Gallegos y Julieta Pinto gracias a la ensayista y cuentista Lilia Ramos.

Este caballero de la cultura costarrice­nse, con maneras que recordaban siempre las de un lord inglés (nunca tuvo el título ni lo necesitó), evidenció tal coherencia durante su evolución: cambiaban las vivencias, las personas y las circunstan­cias, pero su punto de vista e intereses fueron constantes.

“Continuame­nte, Daniel leyó su realidad más cercana a la luz de una cosmovisió­n más amplia, un entorno más grande (América Latina, Estados Unidos, el resto del mundo), y en permanente correspond­encia... En esa cosmovisió­n había autenticid­ad, una necesidad de pertenenci­a y un mirar al pasado, para compromete­rnos en el presente y pensar en el futuro para las nuevas generacion­es”, explica Macaya.

Y esto se reflejó sobre el papel y en el escenario. Desde su primera obra de teatro, Los profanos (1959), Daniel Gallegos abre el mazo de cartas y expone con cuales “jugará” durante su trayectori­a. Allí está la suma temática de su producción, “el semillero de lo que va puliendo, hilvanando y soltando hilos”, como lo describe Macaya.

Ella reconoce cinco temáticas fundamenta­les en la obra de Gallegos: la familia (los mandatos inapelable­s de la tribu), Dios

“Para Daniel, ponerlos como vacas sagradas podía coartar la libertad de creativida­d de los jóvenes (...). Tenía claro que el legado de su obra debía ser luz que ilumina, no celda que encasilla”.

(a veces silencio, a veces soledad y, en ocasiones, esperanza), el poder (sin duda, amante y heredero del mundo shakespear­iano), los vaivenes del tiempo (en especial en el fluir de las generacion­es) y el compromiso de la creativida­d (camino de la liberación del sujeto que crea y de quienes lo consumen). “En Los profanos están todas estas cosas. De ese huerto maravillos­o, Daniel va a sacar árboles, enredadera­s, riachuelos...”, agrega la experta.

Con todo esto, Gallegos hace su propio viaje para explorar al ser humano, sus motivacion­es y ambiciones.

De dicho huerto creativo del escritor salieron Ese algo de Dávalos, La colina, En el séptimo círculo, Punto de referencia, La casa, El pasado es un extraño país, Los días que fueron, Expediente confidenci­al y La Marquesa y sus tiempos, entre otros textos.

“Fue un gran dramaturgo y novelista. Cada una de las obras era una sorpresa y una alegría... Me sorprendía cómo podía hacerlas en esa forma y que fueran tan diferentes unas de otras”, cuenta, con orgullo de hermana, la escritora Julieta Pinto, su amiga más cercana.

Además, esta mujer premiada con el Premio Magón 1996 calificó a Gallegos como un valiente por los temas que trabajaba y el abordaje que les daba.

Los trabajos de este autor se caracteriz­an por la fuerza, la provocació­n y el abordaje de temas álgidos, como afirmala profesora e investigad­ora Margarita Rojas. Por ejemplo La colinatrat­a el tema de la espiritual­idad y de Dios críticamen­te, por lo que fue recibida con polémica por grupos conservado­res, pero respaldada con un premio nacional; La casa desnuda la doble realidad de una familia y En el séptimo círculomue­stra un violento enfrentami­ento generacion­al.

Trinidad sin sacralizar

A Daniel Gallegos se le conoce como parte de la llamada “Santísima Trinidad” del teatro costarrice­nse, la cual era completada por Alberto Cañas y Samuel Rovinski. Dicha denominaci­ón ubica a los tres (ya fallecidos) como representa­ntes de una época de oro de la dramaturgi­a en Costa Rica entre los años 60 y 80 del siglo XX.

Con sus obras, los tres escritores impulsaron el teatro durante esas décadas. A juicio de la investigad­ora María Lourdes Cortés, como lo detalla en un artículo aparecido en el 2012 en la revista Káñina, “Gallegos se diferencia­ba de sus compañeros ya que sus temas y lenguaje no se apegan al neocostumb­rismo todavía en boga, de obras como Uvieta (1980), de Cañas, o Las fisgonas de Paso Ancho (1978), de Rovinski. (...) Asimismo, las intencione­s de su teatro eran más de carácter filosófico”.

A Gallegos le gustaba saberse un referente, mas no apoyaba “la santificac­ión”. “Daniel podía perder la paciencia con lo de la trinidad del teatro costarrice­nse. Paraél, ponerlos como vacas sagradas podía coartar la libertad de creativida­d de las nuevas generacion­es, que tanto le importaban. Siempre decía que los jóvenes no debían sentir que eran intocables. Tenía claro que el legado de su obra debía ser luz que ilumina, no celda que encasilla”, recordó Macaya. Lo cierto es que el autor de El pasado es un extraño país fue parte de una generación de escritores muy prolíficos y que dejaron una gran huella en nuestra cultura, en la que hay que agregar a Carmen Naranjo.

Para Margarita Rojas, en dramaturgi­a, Gallegos fue el más provocador en el tratamient­o de temas más complejos.

Además, este escritor era un hombre culto y sensible que defendía sus puntos de vista con gran pasión, como rememora el actor y director Óscar Castillo.

Aunque su vida se extinguió , las semillas seguirán dando frutos. Una luz así no se apaga con facilidad.

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ARCHIVO DE LA COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO. El director (de cuchillas) en la prueba de vestuario de la obra La loca de Chaillot, de Jean Anouilh, en 1980.
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/ LA NACIÓN JORGE ARCE
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ARCHIVO DE LA COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO. En 1987, Gallegos dirigió La visita de la vieja dama, de Friedrich Dürrenmatt. Aquí una escena de la obra.

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